Chapinero del Amor II: Oh Boy Next Door
Lleno de optimismo y ridiculez se sentía Saúl Louis. Su salida del vientre materno se había dado y experimentaba la vida sin la respiración boca a boca del cordón umbilical. Era lo que simbolizaba Chapinero: haberse desprendido de esa placenta mal cuajada que eran las babas de los besos de su madre. La señora, diabética y temerosa, lo había soltado y visto partir a la capital, hace ya dos años con una sonrisa de oreja a oreja que había adquirido un carácter macabro en ese tiempo. Era tiempo de mirar al frente y abandonar esa pensión que tanto le recordaba a Saúl Louis aquella otra vida uterina. Dejar el lugar al que había llegado hace un año, luego de salir de donde la tía amargada, para continuar imitando la malsana costumbre de vivir bajo faldas. Hoy, metía la llave en el ano de la puerta que le abriría la uretra divina, el onceavo chacra, de la vida en soledad. ¿O soltería? ¿Había estado alguna vez comprometido Saúl Louis? Lo dudaba ¿Era libertad de lo que hablaba entonces? ¿Había estado alguna vez prisionero Saúl Louis? Le dio miedo la respuesta. Bajo su caparazón no latían deseos ardientes ni miradas sostenidas: latían cortejos al amanecer con serenatas que llegaban hasta su alta torre. El caballero que quisiera conquistarlo debía mirar alto para obtener al menos una sonrisita de su parte. Se reprimía, bajo esa suave concha materna, protegiéndose de los golpes y palmadas en el trasero o de los chorros de semen de dioses-hombre. Esta era su mayor cárcel, y la que abría ahora con su llave, esa misma mañana, era la puerta a la libertad. Le dio miedo esa respuesta. Irónicamente, aquel edificio con pinta de penitenciaría lo abortaba a una vida sin límites: bañado por los fluidos y aguas pantanosas de Chapinero…
-Del Amor -dijo, al meter la llave.
Saúl subió por unas escaleras angostas hasta el tercer piso o lo que sería su nueva morada. Abrió la puerta y se encontró ante una habitación pequeña que olía a creolina. No le dio importancia, por primera vez, al olor de la creolina y se puso a desempacar. Un par de maletas llenas de camisas, camisetas y pantalones, calzoncillos y alguna media velada heredada de Evan Rincón. Todo lo fue poniendo afuera, tranquilamente, instalándose en ese nuevo refugio, esa caparazón que ahora tendría un agujero por la retaguardia. O eso era lo que quería, pensó, cuando se encontró con el pantalón roto, descopado, ese de lino, que ya no se ponía.
-Ay -alcanzó a musitar al ver la prenda.
Saúl también había sido forjador de una importante teoría: no sólo Francis y Daniel, con su arrogancia e intrepidez, poseían juicios acertados acerca de todo o nada. Él sabía algo que los demás ignoraban y que le brindaba cierto aventajamiento, una frase tan simple como profunda que definía el futuro de cualquier relación homo de nuestros tiempos: ‘El Lino No Miente’.
Este material de fino tejido, según Saúl Louis, era determinante, cuando usado en pantalones, en el cálculo, más o menos exacto, del tamaño del pene de un hombre. Ahí está: Los pantalones de lino parecían ser la respuesta ante la malaventuranza de tener que abrir una bragueta, espantar vellos púbicos y, metro en mano, ver qué es lo qué es. El lino se ahorraba todo ese engorroso y desgastador trabajo. Con tan sólo una mirada a la entrepierna de un usador de lino y Saúl tenía su apuesta. Muchas veces practicada, pero nunca sometida a prueba, la teoría de Saúl pudo ser corroborada una plácida mañana de mayo, mientras viajaba hacia su trabajo, de pie, en el bus. Sus ojos ubicaron a un alto hombre, mediana edad, que pronto empezó a sostenerle la mirada. Saúl sólo pudo seguir este juego por contados segundos y utilizó este ataque de timidez para desviar la mirada hacia donde estaba el bulto palpitante (?) de aquel extraño, al fondo del bus. Pantalón negro de lino, identificó Saúl. Perfecto. Agudizó los ojos Saúl, como Superman usando sus rayos X, alucinando casi con una verga gruesa, de huevos colgantes y cariñosa al tacto. ‘Esta es mi parada’, pensó Saúl y se bajó del bus.
-Del Amor -dijo, al meter la llave.
Saúl subió por unas escaleras angostas hasta el tercer piso o lo que sería su nueva morada. Abrió la puerta y se encontró ante una habitación pequeña que olía a creolina. No le dio importancia, por primera vez, al olor de la creolina y se puso a desempacar. Un par de maletas llenas de camisas, camisetas y pantalones, calzoncillos y alguna media velada heredada de Evan Rincón. Todo lo fue poniendo afuera, tranquilamente, instalándose en ese nuevo refugio, esa caparazón que ahora tendría un agujero por la retaguardia. O eso era lo que quería, pensó, cuando se encontró con el pantalón roto, descopado, ese de lino, que ya no se ponía.
-Ay -alcanzó a musitar al ver la prenda.
Saúl también había sido forjador de una importante teoría: no sólo Francis y Daniel, con su arrogancia e intrepidez, poseían juicios acertados acerca de todo o nada. Él sabía algo que los demás ignoraban y que le brindaba cierto aventajamiento, una frase tan simple como profunda que definía el futuro de cualquier relación homo de nuestros tiempos: ‘El Lino No Miente’.
Este material de fino tejido, según Saúl Louis, era determinante, cuando usado en pantalones, en el cálculo, más o menos exacto, del tamaño del pene de un hombre. Ahí está: Los pantalones de lino parecían ser la respuesta ante la malaventuranza de tener que abrir una bragueta, espantar vellos púbicos y, metro en mano, ver qué es lo qué es. El lino se ahorraba todo ese engorroso y desgastador trabajo. Con tan sólo una mirada a la entrepierna de un usador de lino y Saúl tenía su apuesta. Muchas veces practicada, pero nunca sometida a prueba, la teoría de Saúl pudo ser corroborada una plácida mañana de mayo, mientras viajaba hacia su trabajo, de pie, en el bus. Sus ojos ubicaron a un alto hombre, mediana edad, que pronto empezó a sostenerle la mirada. Saúl sólo pudo seguir este juego por contados segundos y utilizó este ataque de timidez para desviar la mirada hacia donde estaba el bulto palpitante (?) de aquel extraño, al fondo del bus. Pantalón negro de lino, identificó Saúl. Perfecto. Agudizó los ojos Saúl, como Superman usando sus rayos X, alucinando casi con una verga gruesa, de huevos colgantes y cariñosa al tacto. ‘Esta es mi parada’, pensó Saúl y se bajó del bus.
Segundo Día
Acercamientos preliminares. El protuberante extraño del bus, de pantalones de lino, se llama Tiago. Nombre extraño para un bogotano. Saúl es tropezado por Tiago en un abrupto movimiento del bus, en un ‘casual’ segundo encuentro. Un bache en el camino hace que Tiago tropiece contra la espalda de Saúl y restriegue su bulto sobre la nalga izquierda de éste. Así: en cámara lenta. Saúl se alcanza a erguir sorpresivamente, esbozando una sonrisucha de complacencia. Sus nalgas se erizan y su completa existencia es poseída por una sabiduría superior que le hace decirle a Daniel Gallardo lo siguiente:
-Lo tiene grande
-¿Qué?
-Puedo sentirlo
Daniel no alcanza a entender muy bien a Saúl y permanece mirándolo, concentrado, mientras el otro sonríe sin razón aparente.
-Ay, este Condorito! -se alcanza a decir para sí
Después de varios minutos de sonrisitas escondidas, Saúl tiene que empezar a taparse, literalmente, la boca para no estallar en carcajadas.
-¿Te acuerdas de lo que te conté del cineasta?
-Me dijiste que la tenía grande
-Eso lo supe antes de vérsela. Daniel: debo confesarte algo que puede poner tu vida y la mía en gran riesgo. Tengo poderes: yo puedo saber el tamaño de una verga antes de verla o tocarla. Han venido a mi, estos dones, a través del lino.
-¿El lino? -la boca de Daniel alcanza a torcerse como la de un convulso.
-Sí, El Lino No Miente. Alguna vez leí que fue descubierto por monjes tibetanos ciegos y que por mucho tiempo fue usado por ellos en sus vestidos. Era considerada una tela a través de la cual se reflejaba el alma de las personas.
La alucinación de Saúl es suspendida por la imagen de Tiago, acercándose a la mesa donde se sostiene esta conversación. En sus ceñidos pantalones de lino negro, Saúl alcanza a ver más allá de lo evidente. ‘Es como El Ojo Gay de Thundera’, se le es revelado. Tiago no vacila en acercársele y saludarle. Daniel sostiene su mejilla con el puño y mira con ojos grandes el bulto de Tiago, el tic nervioso de un ojo de Saúl y baja la mirada hacia el café hediondo a mierda de cachorrito retriever de Juan Valdez. Lanza un silbido para sí.
-Hola -dice por fin Tiago
-Hola, Tiago. Mi amigo Daniel -hace la introducción pertinente Saúl.
-Tiago Silva, mucho gusto
-El que silba soy yo - sentencia Daniel, abriendo aún más sus ojos y silbando de nuevo.
Saúl lo alcanza a mirar con relativo odio pero sonríe desviando la mirada hacia Tiago, quien le corresponde con una sonrisa que Daniel Gallardo no alcanza a procesar. Hay algo en estas sonrisas francas y limpias que descompone a Gallardo y le hace pensar que algo no está bien. No obstante, la emoción de Saúl es evidente y casi alcanza a morderse los labios con placer escuchando paciente cualquier estupidez que Tiago pueda decir. Es domingo y hay un fanático faltando a la Iglesia Pentecostés de Los Santos de los Últimos Días de la Llaga Sangrante de la Madre del Carpintero. Tiago ha incumplido su cita con la cristiandad para verse con Saúl: este angelito con cara de diablo que le seduce socarronamente y se le mete por debajo de sus calzones de crucecitas fluorescentes y le hace pensar en otro tipo de clavadas. Tiago apenas le ha confesado a Saúl, luego de rozarle la verga en su guardafango, en el bus, ese otro día, que es cristiano y asiste a la Iglesia Pentecostés de Los Santos de los Últimos Días de la Llaga Sangrante de la Madre del Carpintero. Le ha dicho: ‘Hay cosas muy buenas en la Iglesia. Los hombres nos amamos de otras formas. Nos amamos en el amor de…’ ¿Pudo haber sido Yahvé? Joder, qué difícil era para Saúl recordar los nombres de las deidades cristiánicas. ¿Dalí? ¿Era acaso este el nombre del Dios que tanto adoraba Tiago? Saúl es incapaz de recordarlo. Sólo es capaz de imaginarse de rodillas ante aquel ser superior escondido tras los hilos de lino del pantalón de Tiago.
-Un momento ¿He escuchado bien? -dice Daniel Gallardo casi escupiendo su café y poniendo una mano en su oreja -¿Eres cristiano?
-Sí -contesta Tiago
-Daniel, por favor… -suplica Saúl
Gran momento de blasfemia de Daniel Gallardo'Te voy a contar una historia, Tiago. Mi tía Lily tuvo una gran época de fe y devoción. Fue cuando era prostituta. Todos esos años, sin falta, se hizo la Cruz de Ceniza, cada Miércoles de Ceniza. Para ella era un acto solemne que no sólo reflejaba su profunda creencia en Jesucristo sino también lo que su oficio representaba para ella. Como mujer de la vida alegre, bien sabrás que mi tía estaría más que obligada, satisfecha, de brindar el mejor servicio a todos sus visitantes. Al recibir en su frente la Cruz de Ceniza no sólo recibía la marca de nuestro señor Jesucristo sino además una extraña abolladura en su paladar, con el mismísimo talle de la cruz bendita, como en relieve, que permanecía por los días de la Cuaresma. Mi tía, como puedes ver, era la becerra huérfana de Dios, o eso llegó a comprender, así que se dedicó por años y años a hacer las mejores mamadas de tiempo de Cuaresma que cualquier hombre pudiera recibir. Estas mamadas estigmata eran lo último en guaracha y no hubo pene que resistiera más de un minuto en la boca de mi tía. En Cuaresma, por supuesto…'
Tercer Día
Tiago ha logrado perdonar y olvidar las palabras blasfemas de Gallardo, con la ayuda de Saúl, quien no hace más que referirse de su mejor amigo como ‘loco e irrespetuoso’ y le ha prometido, falsamente, empezar a asistir a la Iglesia Pentecostés de los Santos de los Últimos Días de la Llaga Sangrante de la Madre del Carpintero. Y lo haría gustoso, con tal de poder ver pronto al leviatán que habita entre los vellos púbicos de Tiago. ¿Habrá alguna congregación cercana? No importa. Saúl sabe ahora que Tiago no sólo es su compañero de ruta urbana sino también su vecino. Se asoma por entre las cortinas, con cara de poseso, y alcanza a ver a Tiago caminando hacia su entrada. El lino lanza oscuros destellos bajo el sol inclemente.
Ring Ring: Tiago a la puerta. Saúl enfoca de inmediato aquel bulto del tamaño de la Sierra Nevada de Santa Marta y le dirige hacia el interior de sus aposentos. Ahí, entre los muebles viejos de la tía amargada, se pone de rodillas, expectante de una comunión. Tiago se acerca dubitativo, con la entrepierna a punto de estallar, y le toma por el pelo. Levanta la cabeza y empieza a exclamar frases incoherentes para el oído de Saúl, cuya cara es ahora presionada con fuerza contra la plenitud de erección cristiana que late bajo aquella tela suave, bendita, un tanto cromada: el lino. Saúl aparta la cara de aquel roce insano para mirar a los ojos de su amante evangelizante. Tiago cierra los ojos y alza la cabeza hacia el techo, hacia el cielo, hacia Jehová, Yahvé, Dalí, Francis, Daniel, Evan o cualquier otro dios inventado, y pone la palma de su mano abierta sobre la frente de Saúl.
-Yo te reprendo en el nombre de…
En el nombre de Dior. ¿Pudo haber sido en el nombre de Dior? Posiblemente haya tenido alguna colección basada en el lino. Sticky Note: ‘Buscar en Google Dior y el lino’. Saúl despierta, una o dos horas después, liberado, entre aquellos muebles viejos de la tía, sin conocer el paradero de Tiago.