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Round 2

La infinita espalda pecosa de Cessair lo había torturado con su peso anteriormente. Años atrás cuando el cuarteto aún no se diluía. Francis Holmmes, acompañado por Daniel Gallardo y Saúl Louis, bajo la tutela de Cessair; ayudaban, sin saberlo, a concretar los misteriosos planes de su líder. Holmmes, sometido por completo, mordía almohadas mientras Cessair lo taladraba inclemente. La última mañana juntos juró que se volverían a ver, incluso sabiendo por boca de Gallardo cuáles habían sido las verdaderas intenciones de Cessair.

-¿Qué crees que tenía esa caja fuerte que le ayudamos a levantar el otro día? –preguntaba irónicamente Gallardo.

-¿Y las fotos que encontramos de ese campamento en su computador? –remataba Saúl.
-Para… -tosía un poco, Gallardo- Paramilitar- terminaba la palabra con más tos.

El mismo campamento del que hablaban sus amigos era ahora el lugar donde Francis se encontraba prisionero, bajo las órdenes explícitas de Cessair: debía ayudar a desarrollar una especie de suero maligno que transformara a sus hombres en súper soldados, bestias asesinas, que condujeran al comandante hasta el dominio de nuevas zonas. El doctor Holmmes había probado las distintas fórmulas desarrolladas en la milicia pero hasta el momento sólo se obtenían seres rabiosos, imbéciles, con súper fuerza, eso sí, pero sin ningún control de la misma o de sus movimientos. Al parecer el suero debía ser aspirado en pequeñas dosis, para lograr el efecto deseado, o de lo contrario los pacientes empezaban a convulsionar y morían, para luego despertar convertidos en aquellas aberraciones subhumanas hambrientas. Holmmes guardaba este secreto: seguía aplicando grandes dosis del suero, sabiendo que los experimentos fallidos irían luego a un campo de sacrificio, ubicado en una zona cercana. Los gritos de los fenómenos se alcanzaban a escuchar en las noches y luego un hedor inmundo se apoderaba del campamento, acompañado por humo denso, resultado de la cremación de los cuerpos.

La única intención de Holmmes, luego de esas dos semanas cautivo, era planear un escape. Había demostrado tanta sumisión y obediencia ante Cessair que ya dormía sin cadenas, sólo vigilado por un par de militantes afuera de la carpa. Esa noche, luego de haber aplicado de nuevo una fuerte cantidad del suero a otro soldado, se aseguró de dejar las correas, que lo ataban a la camilla, un poco sueltas. Los demás uniformados sólo debían esperar a que el monstruo despertara y llevarlo al campo de sacrificio para ser cremado. Esta vez no fue así.

Las convulsiones del soldado iniciaron. Los gruñidos eran fuertes y el forcejeo amenazador. Sin embargo, sus compañeros no estaban habilitados para proceder de inmediato; debían esperar a que la fórmula tuviera efecto positivo y en caso contrario,  desarrollar el plan establecido. Francis esperaba en la oscuridad de su carpa, oía los quejidos del converso y consideraba dedicarse a lo suyo, a la música, luego de su exitoso escape.

Se escucharon fuertes gruñidos y vidrios rotos. Gritos y disparos. Francis se levantó. Los vigilantes de su carpa corrieron en ayuda de sus compañeros. Era el momento. Francis emprendió la huida, sagaz, sin saber exactamente en qué dirección, silencioso, metiéndose por entre los arbustos y ramas de aquella selva más oscura que el color de piel de Gallardo. Corrió sin parar y luego se ocultó tras un grueso árbol y observó. A la distancia se veía como aquella criatura destrozaba los cuerpos de los uniformados, mordiendo con fuerza sus cuellos y saciándose con su sangre y sus tripas. Francis siguió corriendo, temeroso pero seguro de que escaparía; sólo se trataba de encontrar un buen punto para ocultarse hasta el amanecer. Francis continuó corriendo, durante muchos minutos más, casi a ciegas, hasta hallar una zona en apariencia segura.

Bajo un conjunto de ramas se ocultó y escuchó los quejidos de los soldados apagarse. Sabía que la selva estaba resguardada más no le resultaría imposible escapar si se mantenía en silencio, al menos hasta el amanecer. Más allá de la enramada pudo observar una fogata inmensa, a la que eran lanzados los soldados defectuosos; luego de ser mutilados por el resto del ejército. Si Francis era atrapado de seguro iría a parar a las llamas no sin antes ser torturado. Observó un poco más: sobre una roca, uno de los fenómenos, maniatado y llevando un bozal, era abierto de piernas. Varios uniformados lo sujetaban mientras otro lo penetraba sin piedad, llevado por un frenesí inexplicable; un acto repugnante que llevó a Francis a sentir arcadas. Con cada embestida y ante la burla de los soldados, el monstruo parecía enfurecerse; sus ojos enrojecidos y desorbitados parecieron enfocar por un instante la mirada de Francis, quien tuvo que calmarse para no gritar. Al otro lado de la fogata, Cessair estaba sentado, presenciando la escena; ordenando folladas o mutilaciones, según su capricho. A su lado, otro demonio era torturado, esta vez bocarriba, con las piernas sostenidas por un par de soldados y el brazo de uno más perforando su ano. Francis pudo ver como la extremidad entraba y salía sin ningún problema, hasta el codo. Los gritos del muerto-vivo atravesaban el bozal. Cessair alzó una mano y pronto uno de los soldados procedió a sacar su machete. Empezó enterrándolo en la zona del muslo del fenómeno y continuó, atravesando cada vez más carne, tejidos, salpicando de sangre oscura a sus compañeros. Las risas se alzaron por encima de los gruñidos. Pronto la pierna fue desprendida del resto del cuerpo, soltando una cantidad imparable de fluidos sanguinolentos que los soldados celebraron. El acto de fisting post-morten continuó, esta vez con una pierna amputada y Cessair de pie, divirtiéndose con el espectáculo. Francis pudo ver cómo su ex sacaba su grandiosa herramienta y empezaba a menearla ante la sorpresa de sus subordinados. Empezó a soltar un fuerte chorro de orines sobre la cara del torturado contando con los aplausos y rechiflas de todo el grupo. La cabeza del primer fenómeno fue cortada de un tajo, pero eso no detuvo que continuara siendo penetrado por algún tiempo más. Luego su cuerpo fue arrojado a las llamas, lanzando un humo oscuro y un hedor aún más potente que el reinante aquella noche.

Francis escuchó sonidos a sus espaldas. Se ocultó un poco más y vio como entre los árboles, la figura del soldado recién converso se movía en dirección de la fogata, hambrienta aún, más veloz y fuerte de lo que Cessair podría sospechar. 
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