Política(mente) Correcto
A Gallardo le había costado mucho quedarse callado durante el resto del viaje con Gustavo. Siguieron sonando canciones de rock en español pero ni el conductor ni él pronunciaron palabra. Entrando a Medellín, Daniel Gallardo suspiró y sintió que se encontraba cada vez más cerca de su encuentro con Yesid. Gustavo se despidió, dejándolo a un lado de la autopista:
-Se cuida, parcerito. Y ya sabe que calladito se ve más bonito.
La camioneta partió con Gallardo acercando su teléfono a la oreja. Hacía mucho tiempo que no veía a uno de sus amantes paisas: Lugo Duzán, un político aspirante a la Alcaldía de Medellín que podría sacarlo de apuros y llevarlo a pasear por los alumbrados de la capital de la montaña. Después de todo dentro de pocas horas sería su cumpleaños. Lugo contestó, emocionado, y minutos después se encontraba recogiendo a su amorcito.
-¿Y por qué no me avisó que venía antes, amor?
-Porque lo decidí todo de último momento y quería sorprenderte, Lugo.
-Yo lo he extrañado mucho.
-Yo también pero a veces creo que no te importo nada –Gallardo hizo pucheros.
-No diga eso, amorcito. Mira que cuando estoy sin vos la Coca-Cola me sabe a Pesi.
-A Pepsi –Gallardo sonrió con sorna- Qué rico. Llévame a ver las luces.
Lugo tomó la ruta al lado del río y Gallardo se sumió en profundos pensamientos. Se preguntaba en dónde estaría Yesid a esta hora, si lo estaría pensando y si, quizás, estaría siendo parte de un gangbang. Las bellas luces navideñas lo marearon pronto y pidió a Lugo que lo llevara a su casa.
-¿Y qué quiere de cumpleaños, amorcito?
-Nada –mintió Gallardo- el mejor regalo que puedo recibir es tu cariño y tu presencia, Lugo. ¿Sabes? Para mí las cosas materiales son sólo eso: juguetes que nos entretienen durante un rato pero la verdadera felicidad está en los momentos, rodeados de las personas que amamos. Hace mucho tiempo que no paso un cumpleaños en familia y estar contigo y tu mamá, es lo más especial que me puede pasar en estas fechas –terminó, con la mirada perdida y sin despabilarse.
Al cerrar los ojos, Gallardo sintió un leve mareo y el camino de luces, que creía haber visto terminar hace unos segundos, volvía a empezar ante sus ojos, como en una especie de seductor deja vu.
-¿Y qué quiere de cumpleaños, amorcito? –repitió extrañamente, Lugo.
-Ya te había contestado. ¿No me oíste?
-No me había dicho. Cuénteme que quiere, haber.
-Pues, te había dicho que nada. Pero se me ocurre que tal vez podríamos ir de compras y que gastes todo el dinero que obtienes de la política en mí, dado que soy como un bien del Estado y sería bonito que reconocieras mi superioridad de esa forma. También me parece que deberíamos comprar algo de ropa para ti ya que esos zapatos mocasines que usas fueron declarados Delito de Lesa Humanidad en el año 2000 durante el Acuerdo de Utatlán en Guatemala. En serio, mis ojos están sangrando al verte conducir con esas cosas.
Gallardo se había arriesgado a contestar con algo de su incomprendido humor, estando seguro de no haber alucinado su respuesta anterior. Vio de nuevo las luces terminar y al segundo, siguiendo el río, los alumbrados a toda velocidad, volvían a repetirse, como si se tratara de un sueño. ¿Qué sucedía? Empezó a temer que alguna sustancia desconocida se hubiese apoderado de su mente, haciéndolo alucinar y que ahora mismo su verdadera apariencia fuera la de un comatoso, pálido, al lado de Lugo. La escena volvía a empezar.
-¿Y qué quiere de cumpleaños, amorcito?
Gallardo pensó esta vez su respuesta. Quizás se trataba de una especie de juego que Lugo trataba de hacer para escuchar lo que quería. Dudaba de la inteligencia de su amante pero eso no lo impedía de ser capaz de imitar alguna trivia vista en TV. Agudizó la mirada, volviéndose a Lugo y diciendo:
-¿Qué quiero de cumpleaños? Ummmm- puso su mano en la barbilla- Quiero que me folles, Lugo. De las formas que quieras y en los lugares más exóticos que se te ocurran. Puede ser aquí en el carro o en la oficina donde haces tus negocios turbios. Allí mismo podríamos tirar sobre todo ese dinero y luego limpiarnos el semen con billetes.
Gallardo mantuvo su mirada fija en el camino sin perder detalle de las luces que se sucedían, reflejadas en el río. No había reacción alguna de Lugo frente a su caústica respuesta lo cual indicaba que en segundos volvería a repetir la pregunta. Las luces no terminaban, el camino se repetía como cada capítulo de Friends, ese mareo, esa sensación de estar bajo el influjo de un poderoso sopor.
-¿Y qué quiere de cumpleaños, amorcito?
La pregunta se repetiría hasta que Daniel Gallardo encontrara la respuesta correcta o sufriera un aneurisma cerebral diciendo que lo que más deseaba era la paz mundial, entre vómitos y convulsiones. Pensó que podía salir de este bucle, evaluando otra pregunta a Lugo, como sea que el político estaría acostumbrado a dar mejores y más populares respuestas que él.
-¿Qué te gustaría regalarme, Lugo?
Gallardo lo miró sin parpadear. Lugo conducía, inexpresivo, por causa del bótox que se había aplicado dos días atrás. Respondió:
-Me lo voy a secuestrar, amorcito –e hizo una mueca sonriente.
A Gallardo no le parecía poco probable que todo el episodio fuera parte de uno de sus juegos mentales. En ocasiones, era capaz de adivinar la respuesta o pregunta de su interlocutor, mucho antes de que en realidad fuera emitida. Las alucinaciones y el sentimiento de desasosiego eran normales, en la medida que llevaba dos noches seguidas sin dormir. Lugo dio por fin un giro y anunció estar cerca de su casa, donde estarían su madre, su padre, la sobrina y la perra french poodle que custodiaba la tranquila residencia paisa. Gallardo pensó que este hermoso retrato católico-conservador recalcitrante, serviría para poner a prueba su tolerancia, decoro y diplomacia, cualidades de las que no hacía gala desde 1999. Al entrar, Lugo le anunció que cenarían todos juntos y que posteriormente irían a la cama, en habitaciones separadas para no levantar sospecha entre sus familiares.
-¡Amá! – gritó Lugo- Vengo con compañía
Una señora gorda y canosa lo recibió como si lo conociera de toda la vida. Le dio un abrazo a Gallardo y le hizo seguir, diciendo cosas en un acento paisa ininteligible, pesado, como el fuerte inicio de una estática. Gallardo sacudió un poco la cabeza y sólo acertó a decir tres veces gracias. Pasó a la sala de la casa, de muebles viejos, objetos verdes y porcelanitas aquí y allá. Se sentó pronto en una poltrona, con las manos en las piernas, temiendo que aquel deja vu se volviera a repetir. La falta de sexo, de seguro, lo ponía así; concluyó. Buscó con su mirada, aún sonriendo, un lugar en medio de la sala al cual asirse para lograr ponerse de pie de nuevo. Sólo encontró a sus pies a la pequeña french poodle, oliendo sus zapatos y rozando su pussy contra los cordones.
-¡Susy! –gritó la señora- ¡Dejá al invitado quieto, eh! Usted debe tener perrito en su casa, ¿no? Ellos sienten el olor de otro animal y eso se lanzan.
-Sí, señora…-Gallardo no recordaba el nombre de la matrona paisa- Tengo una perra y tiene mucha actitud. Se llama Isabella. Bueno, en realidad no es mía, es de Jimbo, mi compañero de apartamento pero nos la llevamos muy bien Isabella y yo.
Gallardo dijo la frase mirando al frente, sin encontrarse con la mirada de la madre de Lugo, quien quedó de pie a su lado, sin quitarle a la perra de encima. Susy seguía frotando su canino clítoris contra el pie de Daniel; descarada, jadeante, pidiendo más.
-¡Susy! –gritó de nuevo la madre de Lugo- ¡Dejá al invitado quieto, eh! Usted debe tener perrito en su casa, ¿no? Ellos sienten el olor de otro animal y eso se lanzan.
Gallardo, inserto en otro bucle mental, supo que no se trataba de una alucinación: la imagen de Susy copulando con su zapato era tan vívida que incluso el joven extendió su mano y pudo palpar el felpudo en la cabeza de la perra. Abrió grandes los ojos, Gallardo, enfocando a la madre y le dijo:
-Su perra debe ser lesbiana, señora… -continuó acariciando la cabeza de Susy- Porque sí, tengo a Isabella, que es una perrota. Una mitad Rhodesian Ridgeback, mitad Fila Brasilero, que se follaría sin compasión a su pequeña pussy, digo Susy.
La señora continuó impávida, como si nada, permaneciendo de pie, con su vestido primaveral y sus botichanclas de abuela. Gallardo retrocedió, dejó de acariciar la cabeza de la perra y empuñó su mano sobre la mejilla. Esperó que la escena reiniciara.
-¡Susy! – retumbó en los oídos de Gallardo- ¡Dejá al invitado quieto, eh! Usted debe tener perrito en su casa, ¿no? Ellos sienten el olor de otro animal y eso se lanzan.
El mensaje esta vez no tuvo eco. El joven permaneció en su posición y sólo sonrió con algo de sorna, pronto viendo como Susy se alejaba hasta otra esquina, olfateando las baldosas. De las escaleras bajaba el padre de Lugo, llevado de la mano por Marianita, la sobrinita, a quien Gallardo recordaba de visitas anteriores. Se acercaron a saludarle, con el cerebro de Gallardo aún sacudido por el bache: ¿de qué se trataba todo este episodio surreal? ¿por qué sólo él parecía experimentarlo? –y aún más importante- ¿ya estaría la cena lista?
La madre de Lugo –cuyo nombre no sería recordado ni en este ni en ningún otro capítulo- volteó hacia la cocina, con la mirada un poco perdida, en busca de unas arepas. Ya en la mesa, la familia se distribuía del siguiente modo: el viejo y la niña en el ala derecha del comedor, Gallardo y Lugo al lado contrario y la matrona a la cabeza. La doña distribuyó las arepas, con rala mantequilla encima y pocillos de aguadepanela para cada uno. Marianita, quien se caracterizaba por ser una dulce perra, miraba a Gallardo con los ojos cruzados: tenía la necesidad de acaparar siempre la atención de todos en la casa y los invitados la exasperaban. La niña propuso una oración.
-Demos gracias a Dios por los alimentos recibidos –entrelazó sus manos- Gracias, papito Dios, por esta comida que muchos niños en la calle no pueden recibir. Te damos gracias también porque hoy está Daniel con nosotros, compartiendo esta cena y siendo parte de nuestra bella familia.
La niña sonrió, buscando aprobación y volteó a mirar a Gallardo con ojos de posesa.
-Amén –respondieron todos.
Marianita continuó hablando:
-Abuelita, imagínate que el otro día vimos en el colegio el documental que hicieron del Papa. Me dieron tantas ganas de llorar, abuelita, de verdad que ese señor era muy bueno.
-Juan Pablo II ha sido el mejor Papa, de eso no hay duda –remató Lugo.
Antes de responder una de sus usuales barbaridades, Daniel Gallardo reflexionó: si los episodios se estaban repitiendo se debía a que cada vez que abría la boca algo salía mal; ya fuera que su respuesta era demasiado complaciente o que, por otro lado, se extralimitaba con obscenidades y blasfemias innecesarias. Este breve momento de madurez duró poco ya que, por temor a verse envuelto en otro sensual y pesado deja vu, Gallardo se refugió en los trozos de arepa, regados en su plato, organizándolos de tal forma que, ante su mirada se transformaban en un hermoso coñito, blanco y grasoso, orgulloso de sí mismo.
La niña insistió. Siguió hablando durante toda la cena de temas religiosos, mirando inquisidora a Gallardo, provocándolo a meter la cuchara con cualquier comentario que revelara su verdadera personalidad. Absorto, Daniel siguió concentrado en su arepa, pasando pequeños pedazos por debajo de la mesa a Susy, la perra calenturienta, que aún lo perseguía.
-Bueno, creo que es hora de irnos a la cama –anunció Lugo- Daniel está algo cansado del viaje y mañana sale temprano para la costa.
Daniel Gallardo asintió. Se levantó lentamente, temeroso de no abandonar jamás aquella mesa y con un aneurisma cerebral a punto de estallar en su cerebro, de tanto contener sus pensamientos. Se despidió cortés de la señora (inserte el nombre de la vieja aquí), del señor y a la pequeña Marianita la miró como un culo, como prometiendo un segundo round en otra ocasión. Siguieron por la escalera hasta la habitación de huéspedes, donde Gallardo, por supuesto, pasaría la noche. El mismo Lugo se encargó de vestir la cama, con fundas florares, transparentadas, que horas después serían cubiertas de gotas de semen. Lugo advirtió:
-No se preocupe, amorcito: yo paso luego y lo visito. Es para que mis papás no se den cuenta.
Todo este teatro molestaba sobremanera a Daniel Gallardo. Quiso huir y pasar la noche en otro lugar, incluso buscar a Yesid; cualquier cosa era preferible que hacer parte de la farsa de Lugo, sobre todo porque era evidente que los viejos ya sabían que su hijo era maricón. Pasado de 35 años, sin matrimonio anunciado, viviendo aún con ellos y con un amiguito tan guapo y dócil como él, era obvio que se trataba de un caso de mariconitis severa. Lugo abandonó la habitación con un beso al aire; la mirada de Gallardo se desvió enseguida hacia el techo, por el que se colaba luz proveniente de la ventana y un aire fresco que anunciaba lluvia. Estaba cansado, en realidad: la neurosis de Jimbo, su duelo con Isabella, el accidentado viaje con Gustavo, los condones llenos de marihuana y todo ese tiempo trastocado, que de seguro era resultado de todo lo anterior, lo habían llevado al punto de estar tan extenuado que le era imposible ahora conciliar el sueño. Masturbarse era la mejor opción, así dormiría como un bebé. No había sueño más profundo y reparador que el sueño pajero, esa liberación total de tensión, abrumadora delicia, la mano izquierda, rodeando con fortaleza su pene, la derecha agarrando las pelotas y un poco más allá, rozando levemente el ano. Gallardo empezó lentamente, armado de una semi-erección debajo de las sábanas floreadas, con un grado de inclinación de 9.5 hacia la derecha. Continuó frotando de arriba a abajo, de arriba a abajo, recordando la figura delgada de Yesid encima suyo, moviéndose como nunca nadie, gimiendo y gritando suciedades. La puerta de la habitación crujió…
Lugo se asomaba, como había prometido, aunque tiempo antes de lo esperado. Gallardo sintió fastidio: su paja soñada había quedado a medias y ahora tendría que complacer a Lugo, quien caminaba silente para no despertar a la familia.
-Vengo por lo mío, amorcito –dijo.
Gallardo apretó los ojos y concluyó que si había logrado llegar hasta allí, esto sería lo de menos. La mano de Lugo buscó la entrepierna del joven y tomó con fuerza su verga. Gallardo volvió a abrir los ojos. No vio a Lugo. Su mirada se desvió hacia el techo, por el que se colaba luz proveniente de la ventana y un aire fresco que anunciaba lluvia.