Sol, Sal, Salazar. Que salga el sol.
I
Es la historia de Julián Salazar: el personaje más desolado de Bogotá. Ex harlista que a los 28 años sufrió un accidente en su motocicleta, perdiendo el 60 por ciento de su rostro. Iba con una prieta del Pacífico que corrió mejor suerte. Nunca se supo el nombre de la negra pero si que estaba embarazada de Salazar durante el viaje. 22 años. Un hembrota. La estrellada fue por evitar a un camión que trasportaba tubos o cemento. La maniobra arrastró a Salazar y a la negra por el asfalto hasta quedar enterrados por siempre en una zanja. Pasaron 6 horas antes de que los sacaran. Salazar se salva pero queda metido en un hueco aún más putrefacto que al que fue a dar. Su cara se encoge y pierde su ego y su autoestima. Se va a vivir con su madre. Empieza un tratamiento con antidepresivos. Se vuelve alcohólico. Le empiezan a gustar los hombres.
La vida de Salazar se cagó mil veces en su cara después del accidente. Julián se frustró en relaciones homosexuales sin sentido, jugando con dosis de lástima a seducir a sus amantes. Se humilló muchas veces para obtener compañía. Mandó su dignidad al carajo. Su madre, casi octogenaria, lo presenció todo. La vieja se volvió de acero. Salazar montó un negocio tras otro, fracasando en cada empresa. Diseño Industrial, había estudiado. Hizo lámparas de hierro que se oxidaron en su bodega. Pocas se vendieron por caras, ostentosas o en exceso depresivas y oscuras. Irónico para una lámpara. “Una implosión solar”, dijo Daniel Gallardo alguna vez. “No es una nova. Es una implosión solar. Un astro muerto que sueña con ser un hoyo negro”. Hablaba de Salazar: un león en la rueda zodiacal con la personalidad de un gatito magullado y con lombrices, atacado por su propia madre.
“Hoy me has tenido cocinando para el nuevo amiguito que tienes, a quien, realmente, no le veo nada de especial”, dijo la vieja en el almuerzo en que conoció a Daniel Gallardo. Salazar sonreía nervioso pero su madre lo atenazaba con la mirada obligándolo a justificar e incluso celebrar sus apuntes.
Daniel se sentía fascinado con el descubrimiento de tan patéticos personajes. Todo el laboratorio emocional que tenía montado le excitaba al punto de ser capaz de masturbarse frente a Salazar, de verga fofa y muerta, y venirse copiosamente sobre su barriga. Lo hizo muchas veces. El corazón de Salazar se ensanchaba al escuchar al joven veinteañero hablar de conceptos casi incomprensibles para él. Lealtad. Orgullo. Amor. Le intranquilizaba la capacidad de Daniel de perdonar su impotencia, causada por los medicamentos. Tan sólo habían pasado cuatro años desde el accidente y Salazar montaba su segunda empresa. Un restaurante. De patacones. Yummy!
‘Patacones y otras delicias del Pacífico’, como lo llamaba. Patacones con forma de sol muerto. De estrella que implota. Le vendía a mucha gente que, con cada mordisco, se tragaba un pedazo de su alma. Patacones y negras chocoanas, todas amigas de su prieta, que apachurraban el alma de Salazar para ponerla en venta. Negras de cantos embrujados. Negras endemoniadas.
II
Gallardo supo que volvería a ver a Salazar después de haberlo conocido, un domingo de ese año, en un bar. Le acompañaba la futura diva del ghetto: Evan Rincón.
- ‘Cuca, ¿y ese man qué?
- ‘¿Cual? –preguntaba con cinismo.
- ‘El que te dio su tarjeta. Al que le sonreíste cuando entramos. El que nos consiguió estas sillas y el mismo que nos acaba de enviar estas cervezas.
Gallardo se echaba a reír, mirando hacia abajo y sacudiendo la cabeza. Subía la cara y le alzaba las cejas a Evan y de paso a Salazar que lo observaba embelesado desde algún punto.
-¿Vas a hablar con él?
-No. ¿Cómo se te ocurre? –mintió Daniel Gallardo.
El próximo fin de semana se daría cita en el mismo bar con Salazar, quien, nervioso y fulgurado, se cortaría un labio al afeitarse. Pasaría sangrando durante todo el encuentro, mientras Daniel intentaría detener la hemorragia. Se emborracharía avergonzado. Sólo la aplicación de café pararía la ráfaga sanguínea que mojaba la boca y los dientes de Salazar y que le terminaba de desfigurar la cara. Daniel sufriría encantado aquella noche. Se obsesionaría con Salazar. Se le haría indispensable a toda hora. Le daría la energía que necesitaba. Conceptos inusuales: confianza, seguridad. Iría hasta su casa. Hablarían. Recitarían versos improvisados.
A Salazar el mundo se le redujo a una persona: Daniel Gallardo. Cualquier actividad que pretendía hacer, sin expresar algún interés formal, se materializaba a través del joven. Todas las intenciones de Daniel viajaban a hacer de su experimento algo similar a lo que fue, en los tiempos de la Harley Davidson. Decidido. Aventurero. Provocador. Exitoso. Y funcionaba. La presencia de Daniel intimidó a los amantes rémora que arrastraba Salazar y de paso calló los rezos malditos de las negras. El restaurante subió sus ventas y estuvo presente en cada feria o festival que se hacía en la ciudad. Salió el sol para Salazar. Estaba enamorado.
III
- ¡Sois una alimaña!
- Pero, ¿de qué calaña?
- Me envuelves en tu maraña
- ¡Mentiras! Que este gato no araña y sólo daña al que lo daña. Hacedme el favor y dadle de comer antes de que parta para no volver.
- ¿Qué insinúas gato de pared? ¿Ahora tendré que ponerme a tu merced? Te llamaré mejor caprino, uno que será devorado por este fiero felino. Te lo advierto Hijo de Saturno: Soy un león de hábitos nocturnos.
- Este caprino, y no lo dudo, sabe karate, taekwondo y judo. Se come desde latas a pijos, se devora a sus creaciones, incluso a sus propios hijos. ¿Son tus ninfas las que ríen en tu pieza? ¿Son tus hienas que se mofan de tu presa? ¡Diles que en su burla no confío! Diles tu que ruges, león mío.
- No son ninfas esas hienas. Son más bien como demonios. Te darás cuenta que son las morenas, las que escuchas celebrando nuestro encono.
- Si yo mismo me las traje y me las llevo. Yo puse en tu camino a esas negras. Desde antes de tu ver a éste efebo ya el miraba en la sábana tus miserias.
- Las planeabas, además
- No me pidas decir más. Me voy
- No hoy.
- ¡Parecemos Pimpinella!
- O a mi madre Stella
- Hijo de una estrella
- Hijo de la luna
- Una estrella implotada. ¡Un satélite!
- ¡Se ha echado la fortuna!
- La vieja
- La cangreja
- De élite
- Adiós
- ¡Por Dios!
- ¡Por Cronos!
- Ese no es mi harem
- Yo lo sé
- ¡Mándame a matar!
- Tu azar es la sal, Salazar
- Sal, Sol
- Yo canto en Do-Re-Mi-Fa-Sol
- Y tu mi Gallardo. Yo tu gato pardo
- Una vil alimaña. Zorro viejo no pierde la maña
- Mi alimaña
- “Pero al león le gusta ser espectador y actor de su propio teatro, y la luna, cómplice, será la musa de los cuentos y de las fábulas para dormir. El peligro está en que la luna, demasiado halagadora, haga creer al león el más bello en Psique. Al león no le gusta lo tibio y la cabra aprecia la montaña fría. Es esta la comunión de la chanza con lo serio”.
Es la historia de Julián Salazar: el personaje más desolado de Bogotá. Ex harlista que a los 28 años sufrió un accidente en su motocicleta, perdiendo el 60 por ciento de su rostro. Iba con una prieta del Pacífico que corrió mejor suerte. Nunca se supo el nombre de la negra pero si que estaba embarazada de Salazar durante el viaje. 22 años. Un hembrota. La estrellada fue por evitar a un camión que trasportaba tubos o cemento. La maniobra arrastró a Salazar y a la negra por el asfalto hasta quedar enterrados por siempre en una zanja. Pasaron 6 horas antes de que los sacaran. Salazar se salva pero queda metido en un hueco aún más putrefacto que al que fue a dar. Su cara se encoge y pierde su ego y su autoestima. Se va a vivir con su madre. Empieza un tratamiento con antidepresivos. Se vuelve alcohólico. Le empiezan a gustar los hombres.
La vida de Salazar se cagó mil veces en su cara después del accidente. Julián se frustró en relaciones homosexuales sin sentido, jugando con dosis de lástima a seducir a sus amantes. Se humilló muchas veces para obtener compañía. Mandó su dignidad al carajo. Su madre, casi octogenaria, lo presenció todo. La vieja se volvió de acero. Salazar montó un negocio tras otro, fracasando en cada empresa. Diseño Industrial, había estudiado. Hizo lámparas de hierro que se oxidaron en su bodega. Pocas se vendieron por caras, ostentosas o en exceso depresivas y oscuras. Irónico para una lámpara. “Una implosión solar”, dijo Daniel Gallardo alguna vez. “No es una nova. Es una implosión solar. Un astro muerto que sueña con ser un hoyo negro”. Hablaba de Salazar: un león en la rueda zodiacal con la personalidad de un gatito magullado y con lombrices, atacado por su propia madre.
“Hoy me has tenido cocinando para el nuevo amiguito que tienes, a quien, realmente, no le veo nada de especial”, dijo la vieja en el almuerzo en que conoció a Daniel Gallardo. Salazar sonreía nervioso pero su madre lo atenazaba con la mirada obligándolo a justificar e incluso celebrar sus apuntes.
Daniel se sentía fascinado con el descubrimiento de tan patéticos personajes. Todo el laboratorio emocional que tenía montado le excitaba al punto de ser capaz de masturbarse frente a Salazar, de verga fofa y muerta, y venirse copiosamente sobre su barriga. Lo hizo muchas veces. El corazón de Salazar se ensanchaba al escuchar al joven veinteañero hablar de conceptos casi incomprensibles para él. Lealtad. Orgullo. Amor. Le intranquilizaba la capacidad de Daniel de perdonar su impotencia, causada por los medicamentos. Tan sólo habían pasado cuatro años desde el accidente y Salazar montaba su segunda empresa. Un restaurante. De patacones. Yummy!
‘Patacones y otras delicias del Pacífico’, como lo llamaba. Patacones con forma de sol muerto. De estrella que implota. Le vendía a mucha gente que, con cada mordisco, se tragaba un pedazo de su alma. Patacones y negras chocoanas, todas amigas de su prieta, que apachurraban el alma de Salazar para ponerla en venta. Negras de cantos embrujados. Negras endemoniadas.
II
Gallardo supo que volvería a ver a Salazar después de haberlo conocido, un domingo de ese año, en un bar. Le acompañaba la futura diva del ghetto: Evan Rincón.
- ‘Cuca, ¿y ese man qué?
- ‘¿Cual? –preguntaba con cinismo.
- ‘El que te dio su tarjeta. Al que le sonreíste cuando entramos. El que nos consiguió estas sillas y el mismo que nos acaba de enviar estas cervezas.
Gallardo se echaba a reír, mirando hacia abajo y sacudiendo la cabeza. Subía la cara y le alzaba las cejas a Evan y de paso a Salazar que lo observaba embelesado desde algún punto.
-¿Vas a hablar con él?
-No. ¿Cómo se te ocurre? –mintió Daniel Gallardo.
El próximo fin de semana se daría cita en el mismo bar con Salazar, quien, nervioso y fulgurado, se cortaría un labio al afeitarse. Pasaría sangrando durante todo el encuentro, mientras Daniel intentaría detener la hemorragia. Se emborracharía avergonzado. Sólo la aplicación de café pararía la ráfaga sanguínea que mojaba la boca y los dientes de Salazar y que le terminaba de desfigurar la cara. Daniel sufriría encantado aquella noche. Se obsesionaría con Salazar. Se le haría indispensable a toda hora. Le daría la energía que necesitaba. Conceptos inusuales: confianza, seguridad. Iría hasta su casa. Hablarían. Recitarían versos improvisados.
A Salazar el mundo se le redujo a una persona: Daniel Gallardo. Cualquier actividad que pretendía hacer, sin expresar algún interés formal, se materializaba a través del joven. Todas las intenciones de Daniel viajaban a hacer de su experimento algo similar a lo que fue, en los tiempos de la Harley Davidson. Decidido. Aventurero. Provocador. Exitoso. Y funcionaba. La presencia de Daniel intimidó a los amantes rémora que arrastraba Salazar y de paso calló los rezos malditos de las negras. El restaurante subió sus ventas y estuvo presente en cada feria o festival que se hacía en la ciudad. Salió el sol para Salazar. Estaba enamorado.
III
- ¡Sois una alimaña!
- Pero, ¿de qué calaña?
- Me envuelves en tu maraña
- ¡Mentiras! Que este gato no araña y sólo daña al que lo daña. Hacedme el favor y dadle de comer antes de que parta para no volver.
- ¿Qué insinúas gato de pared? ¿Ahora tendré que ponerme a tu merced? Te llamaré mejor caprino, uno que será devorado por este fiero felino. Te lo advierto Hijo de Saturno: Soy un león de hábitos nocturnos.
- Este caprino, y no lo dudo, sabe karate, taekwondo y judo. Se come desde latas a pijos, se devora a sus creaciones, incluso a sus propios hijos. ¿Son tus ninfas las que ríen en tu pieza? ¿Son tus hienas que se mofan de tu presa? ¡Diles que en su burla no confío! Diles tu que ruges, león mío.
- No son ninfas esas hienas. Son más bien como demonios. Te darás cuenta que son las morenas, las que escuchas celebrando nuestro encono.
- Si yo mismo me las traje y me las llevo. Yo puse en tu camino a esas negras. Desde antes de tu ver a éste efebo ya el miraba en la sábana tus miserias.
- Las planeabas, además
- No me pidas decir más. Me voy
- No hoy.
- ¡Parecemos Pimpinella!
- O a mi madre Stella
- Hijo de una estrella
- Hijo de la luna
- Una estrella implotada. ¡Un satélite!
- ¡Se ha echado la fortuna!
- La vieja
- La cangreja
- De élite
- Adiós
- ¡Por Dios!
- ¡Por Cronos!
- Ese no es mi harem
- Yo lo sé
- ¡Mándame a matar!
- Tu azar es la sal, Salazar
- Sal, Sol
- Yo canto en Do-Re-Mi-Fa-Sol
- Y tu mi Gallardo. Yo tu gato pardo
- Una vil alimaña. Zorro viejo no pierde la maña
- Mi alimaña
- “Pero al león le gusta ser espectador y actor de su propio teatro, y la luna, cómplice, será la musa de los cuentos y de las fábulas para dormir. El peligro está en que la luna, demasiado halagadora, haga creer al león el más bello en Psique. Al león no le gusta lo tibio y la cabra aprecia la montaña fría. Es esta la comunión de la chanza con lo serio”.