Eroticrisis
Estoy viviendo un estancamiento erótico. No me pasaba desde que Mayito Pájaro encontró mis bocetos de orgías, todos a lápiz, con los cuales me masturbaba sin cesar, día y noche, a mis 12 años. Encontrarse en esta zanja; siendo el mozo de turno de gente comprometida, frecuentando adolescentes insulsos y masturbándome en teatrillos porno del centro, me hace reflexionar sobre lo difícil que es optar por otras recreaciones cuando el sexo es la actividad numero dos en mi top de pasatiempos, ubicándose por debajo de leer y escribir y por encima de blasfemar.
Cuando mi madre encontró los dibujos de los fabulosos aquelarres eróticos, en los que se recreaban placeres amatorios de toda índole, no musitó mayor regaño y, con la impasibilidad que la caracterizaba, simplemente me dijo que lo que hacía estaba mal. Quemé una por una mis creaciones y fundí la ceniza que quedó con agua yendo a dar todo al pozo séptico del patio de mi casa y de mis memorias. Me descubrí morboso, pervertido y endemoniado y me aparté de los caminos de la lujuria secreta para entregarme a la meditación, el Tai Chi y el Reiki de la mano de una secta Gnóstica. Ahí se veía de todo: los filósofos griegos hacían fila para comulgar mientras leían pasajes de la Biblia que describían a Vishnú bajando del cielo acompañado por Jesús con corte hare krishna y una carta astral en el sobaco. Esta revoltura espiritual no sólo me ayudó a abrir mi mente en cuestiones de creencias sino también a reprimir mi lado más salvaje, condenando mi ya augurado destino hedonista. Se trataba, básicamente, de hacerle el quite a la masturbación. Gran parte de la filosofía de la empresa Gnóstica se basaba en ignorar el instinto sexual y celebrar ‘el acto’ sólo en momentos de fecundidad, basados en los ciclos lunares, las mareas y la escala armónica de ‘Tiempo de Vals’ de Chayanne. Lo único que tenía a la mano, en ese entonces, era mi mano. Mis primeras experiencias sexuales asesoradas vendrían después, acompañadas del cigarrillo y las mini-tk’s. Y a pesar de ser sólo un pajuzo más la religión me jodió. De manera múltiple. Gangbang. Rama Lama Bang Bang. Una cogida bestial. Por detrás. Me infectó.
Me tragué en conjunto toda la mierda que predicaban la pluri-creencia gnóstica y me hice budista, brahmánico, islámico, católico, adorador de Elvis Presley y ufólogo, al tiempo. Me di golpes de pecho por mi admiración al desnudo –en todas sus presentaciones- y dejé de escupir espermatozoides sobre mi vientre.
Hoy desearía que mi mente tuviera la misma flexibilidad de los catorce –y también que mi cuerpo fuese así de flexible pero eso es pura autofelación- para entregarme con mayor libertad a novedosas pasiones y quemar en la hoguera a los prejuicios. Por el contrario, me encuentro en paisajes conocidos: sexo grupal, un poco de sadomaso, exhibicionismo y relaciones con discapacitados. Y ni hablar de la cuota emocional que me acerca a ser el amante de un cineasta, el levante de fin de semana de un impúber y el buen samaritano de un junkie party boy con los ojos de David Bowie.
Y toda la culpa la tiene la religión. Si no nos llenaran la cabeza con tanta mierda y tanta doble moral, podríamos, los que quisiéramos, explorar los caminos insondables de los que hablan las escrituras. Los gnósticos, sobre todo, que me hicieron tatuarme el OM en la espalda, cuando yo lo que quería era masturbaciOM, penetraciOM, perversiOM y todos los demás bellos mantras que entono en las mañanas haciendo gárgaras. OM NAMAH SHIVAH. Principio y fin de todo. OM. Lo llevo en la espalda, ahora, para que me recuerde a todos los espermatozoides que murieron cautivos en mis testículos sin poder ver la luz. Mis pequeños abortos. Mis súcubos.
Principio y fin de todo. Volvió la crisis. Se irá la crisis. Los desempleados conseguirán trabajo. Los desahuciados sexuales volveremos a tirar. Un negro pedófilo irá al cielo y otro pasará a gobernar en los infiernos. El equilibrio se reestablecerá. Los ochenta volverán con los pantalones bombachos de MC Hammer. Yo volveré, como un fénix fálico, a surcar encendido los cielos y nirvanas más perversos.
Cuando mi madre encontró los dibujos de los fabulosos aquelarres eróticos, en los que se recreaban placeres amatorios de toda índole, no musitó mayor regaño y, con la impasibilidad que la caracterizaba, simplemente me dijo que lo que hacía estaba mal. Quemé una por una mis creaciones y fundí la ceniza que quedó con agua yendo a dar todo al pozo séptico del patio de mi casa y de mis memorias. Me descubrí morboso, pervertido y endemoniado y me aparté de los caminos de la lujuria secreta para entregarme a la meditación, el Tai Chi y el Reiki de la mano de una secta Gnóstica. Ahí se veía de todo: los filósofos griegos hacían fila para comulgar mientras leían pasajes de la Biblia que describían a Vishnú bajando del cielo acompañado por Jesús con corte hare krishna y una carta astral en el sobaco. Esta revoltura espiritual no sólo me ayudó a abrir mi mente en cuestiones de creencias sino también a reprimir mi lado más salvaje, condenando mi ya augurado destino hedonista. Se trataba, básicamente, de hacerle el quite a la masturbación. Gran parte de la filosofía de la empresa Gnóstica se basaba en ignorar el instinto sexual y celebrar ‘el acto’ sólo en momentos de fecundidad, basados en los ciclos lunares, las mareas y la escala armónica de ‘Tiempo de Vals’ de Chayanne. Lo único que tenía a la mano, en ese entonces, era mi mano. Mis primeras experiencias sexuales asesoradas vendrían después, acompañadas del cigarrillo y las mini-tk’s. Y a pesar de ser sólo un pajuzo más la religión me jodió. De manera múltiple. Gangbang. Rama Lama Bang Bang. Una cogida bestial. Por detrás. Me infectó.
Me tragué en conjunto toda la mierda que predicaban la pluri-creencia gnóstica y me hice budista, brahmánico, islámico, católico, adorador de Elvis Presley y ufólogo, al tiempo. Me di golpes de pecho por mi admiración al desnudo –en todas sus presentaciones- y dejé de escupir espermatozoides sobre mi vientre.
Hoy desearía que mi mente tuviera la misma flexibilidad de los catorce –y también que mi cuerpo fuese así de flexible pero eso es pura autofelación- para entregarme con mayor libertad a novedosas pasiones y quemar en la hoguera a los prejuicios. Por el contrario, me encuentro en paisajes conocidos: sexo grupal, un poco de sadomaso, exhibicionismo y relaciones con discapacitados. Y ni hablar de la cuota emocional que me acerca a ser el amante de un cineasta, el levante de fin de semana de un impúber y el buen samaritano de un junkie party boy con los ojos de David Bowie.
Y toda la culpa la tiene la religión. Si no nos llenaran la cabeza con tanta mierda y tanta doble moral, podríamos, los que quisiéramos, explorar los caminos insondables de los que hablan las escrituras. Los gnósticos, sobre todo, que me hicieron tatuarme el OM en la espalda, cuando yo lo que quería era masturbaciOM, penetraciOM, perversiOM y todos los demás bellos mantras que entono en las mañanas haciendo gárgaras. OM NAMAH SHIVAH. Principio y fin de todo. OM. Lo llevo en la espalda, ahora, para que me recuerde a todos los espermatozoides que murieron cautivos en mis testículos sin poder ver la luz. Mis pequeños abortos. Mis súcubos.
Principio y fin de todo. Volvió la crisis. Se irá la crisis. Los desempleados conseguirán trabajo. Los desahuciados sexuales volveremos a tirar. Un negro pedófilo irá al cielo y otro pasará a gobernar en los infiernos. El equilibrio se reestablecerá. Los ochenta volverán con los pantalones bombachos de MC Hammer. Yo volveré, como un fénix fálico, a surcar encendido los cielos y nirvanas más perversos.
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