Kleinerssen

Después del saludo distante se le acercaría para preguntarle que si porqué no lo había llamado. Le había dado su número telefónico hace varias semanas, un sábado, al finalizar el entrenamiento matutino. Ese día intercambiaron miradas sostenidas y alzadas de cejas múltiples que propiciaron una charla en los lockers.

-¿Ya te vas?
-Sí
¿Tan pronto?
-Llevo dos horas en esto – contestó - ¿No te parece suficiente? – La respuesta de Daniel Gallardo silenció cualquier posibilidad de mayor acercamiento que se desvaneció tras lanzar una propuesta:
-Dame tu número y podremos entrenar juntos.

Rápidamente recitó el número de memoria, como un credo, y dijo su nombre en voz alta: Kleiner.
-Kleiner –dijo.
-¿Qué?
-Kleiner. Mejor te lo escribo.
Daniel descubrió que era un nombre salido de Kriptón. No obstante, mayores estudios arrojaron que Kleiner no venía de Kriptón sino de Cartagena (¿o Kartagena?). La pantalla del celular de Gallardo se iluminó con el nombre recién ingresado y no pudo evitar pensar en algún tipo de bebida alemana, una cerveza de tradición nazi: ‘Kleinerssen’, pensó. El semental moreno que deletreaba su nombre alegremente en el móvil de Daniel se quedaría esperando el llamado a entrenar y hoy podría, por fin, preguntar que había pasado.

-¿Por qué no me llamaste? –se atrevió.
-Porque me dio pena.
-¿Pena? ¿De qué?
-Pena de tu pene –remató Gallardo, pensando que las preguntas estúpidas merecen respuestas estúpidas y que era evidente el motivo de su falta de palabra. Le resultaba chistoso e incluso doloroso que Kleiner se llamara así. Con su barba de candado, rodeando sus labios gruesos, sus cejas pobladas de expresión curiosa pero severa, sus manos de gorila, sus brazos de mulato remero con todas las venas expuestas para diseminar. Pero se llamaba Kleiner. El único filtro que se imponía Daniel Gallardo, de forma reciente, era que el nombre de sus amantes no sonara a una invención fonética de los progenitores o que fuera una mala pronunciación o adaptación y escritura de palabras en otros idiomas. Ese día se rascó la cabeza con fuerza Daniel y pensó: ‘Kleiner’. Casi alcanza a saborear la cerveza alemana.
Se miró en uno de los espejos del gimnasio y ahí lo encontró de nuevo: de gorra y sudadera, con sus brazotes, su mirada potente; Kleiner, ‘el nombre que se le pondría al perro’, pensó Daniel. No discriminaba mucho cuando se sentía atraído hacia alguien pero ¿y esto? ‘No puedo siquiera pronunciarlo sin querer embriagarme’. Utilizó entonces esa imagen suya, de borracho, durante toda la sesión de ejercicios, para convencerse de qué había hecho cosas peores, de qué el tipo valía la pena y de que su mente ya había superado límites como el muy mal gusto al vestir, el cristianismo y el acento paisa, caminos mucho más insondables que éste.

-Kleiner… -se quedó callado, por dos segundos, saboreando el nombre- ¿Sales ya? Deberíamos irnos juntos.
Partieron sin rumbo fijo y durante casi toda la caminata Daniel examinó de forma descarada el culo y paquete de Kleiner, ambos revelaciones divinas.
-Vamos a tirar –lanzó su dardo Gallardo.
-¿Qué?
-Lo qué oíste.
-¿Te dio pena llamarme y ahora me dices que nos vayamos a tirar?
-Soy una persona psicótica –se defendió abriendo los ojos- Vamos a tu casa. Me dices que vives por aquí ¿no?

Kleiner guardó silencio. Le excitó el desenvolvimiento de Daniel y accedió luego a invitarlo a su casa. La actitud resuelta de su acompañante le soltó y empezó a sonreir, mostrando sus dientes grandes y blancos, ante cualquier cosa sin sentido que salía de la boca de su acompañante.

-Estás bueno pero no eres bueno.
-Yo soy muy bueno – se sintió ofendido Kleiner- No me conoces.
-Tampoco es que me muera de ganas. ¿De dónde viene tu nombre? ¿Kleiner? –lo miró de lado.
-De ningún lado. Mis papás me lo pusieron.
-¿Tienes segundo nombre? –cruzó los dedos Daniel esperando poder rebautizarlo.
-No.
-Si, ¿para qué? Con ese ya es suficiente.

Lo tomó como un cumplido y soltó la risa. Ya estaban frente a la cama cuando Daniel lo miró y besó, antes de arrepentirse, buscando a toda costa agarrarle el culo con fuerza, comprobar el efecto del ejercicio diario, y someterlo de algún modo. Sólo logró desatar el prímate en Kleiner que lo lanzó a la cama, sujetando sus piernas hacia arriba, le arrancó los shorts y se hundió en los dominios anales de Gallardo. Dos minutos, un millón de lengüetazos y vellos electrificados después Daniel se corría sobre su vientre haciendo un reguero sobre el que parecía leerse ‘Kleinerssen’.

Se limpió, se puso de pie e inició su discurso de despedida con Kleiner.
-Kleiner. Me están esperando –le habló como un amo a su perro.
-Pero… pero yo no me he venido… -se miró mientras decía.
-Me tengo que ir.
-¡Y yo me tengo que venir! –gritó ofuscado Kleiner.
-Mira: existe algo llamado ‘MASTURBACIÓN’, –hizo un gesto pajero en el aire- Kleiner. Deberías intentarlo. A mí me funciona de maravilla.

Kleiner tomó los shorts de Daniel, sudados, los puso entre sus dientes y se negó a soltarlos exigiendo su orgasmo. Daniel se quedó de pie, encorvado, mirando la escena, entre conmovido y aburrido, dando manotazos indiferentes que buscaban recuperar sus calzones.
Me voy – dijo, esta vez con los shorts ya en sus manos- pero no olvides que tienes el culo de un dios, Kleiner- y se saboreó el olor sudoroso que le había quedado alrededor de la boca. ‘Kleiner’, se dijo. Le lanzó un beso y se despidió: ‘Auf Wiederssen, Kleiner’.

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