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Chapinero del Amor III: Esto es lo que me pasa por amarte

‘Así que se trata de ser dark, no drag, Saúl Louis. Así que a recordar tu top ten de temas rockeros:

1. Abba - Dancing Queen
2. Selena - Amor Prohibido
3...’

III

Mala idea, Saúl. Tal vez deberías contarle a Arnoldo la historia de tus sextos dedos, algo un poco freak, de outsider. Contarle como siempre ocultas las cicatrices al lado de tus meñiques, las marcas que te dejó la operación a la que fuiste sometido de recién nacido, cuando se dieron cuenta de que te habían parido con seis dedos en cada una de tus extremidades. Qué anormal. Eso es muy Korn. El médico, por andar mirándole las tetas a la enfermera, hizo un mal corte en tu pie derecho y retiró tu quinto dedo a cambio del sexto sobrante. Desde entonces tu madre te prohibió usar sandalias y hacer evidente tu anormalidad: una amplia separación, con cicatriz a bordo, entre un dedo y otro. Sí, eso deberías contarle, eso es muy drag. Digo, DARK. Dark Saúl. Por lo menos no eres de esas personas que no sabe distinguir entre el beso negro y el beso de la muerte. Proporcionar placer en la retaguardia: beso negro. Regalar calzoncillos: beso de la muerte. ¿Cuál es más dark? Posiblemente alguien auto-medicado con prozac lo sabría. Deberías contarle lo de tu gusto por el sado, ya que el cuero es un material de moda por estos días. Eso es terriblemente drag. El cuero y los taches que oxidados pueden causarte tétano. Podrías citarle varias formas de darle brillo al cuero, algo bien explícito, bien drag, digo: dark. A cuero limpio. Como en esas películas que ves. Bareback. Y si te invita a fumar del cigarro que sostiene ahora; tú podrías decirle que lo harás, pero que prefieres cosas más fuertes, más dark, como el betún y -cuando no hay- el mentol con café con leche, para quitarte las ansías y la necesidad compulsiva de tratar de comprarlo todo y a todos. Eso es supremamente drag.


Entonces, toma una bocanada Saúl Louis y pásale el humo a la boca mientras conduce y te lo agradecerá más tarde con almuerzos generosos, con doble ración de carimañolas, que te dejarán a reventar. De postre, Arnoldo te dejará noticas con palabras cariñosas como ‘mi cerdito’, que te causarán nerviosismo y te aventarán el estómago.

Para complacerlo también puedes pintar tus uñas de negro y empezar a vestir como él. Todo oscuro. Desechar todo lo que no sea azabache de tu guardarropa y dejarte crecer la barba y pintarte las uñas de negro, dos y tres capas, y ponerte sombra en los ojos y gruñir mientras te muerde las tetillas. Eso es muy drag. ¿o dark? Puedes enseñarle tu lado más sucio, Saúl. Míralo: está hambriento, como tú, de carne de carimañola, de sexo con arequipe. Míralo como se saborea la punta del bareto, como destroza cada verso de esa canción de Placebo que no conoces y la hace añicos con sus dientes de vampiro, haciéndole brotar, cual sangre,  salsa de tomate restaurantera.

Este viaje a Chapinero del Amor, de vuelta a esa pérdida civilización homo, talvez sea el inicio de algo hermoso, Saúl. Como lo has estado buscando. Algo que te abra desde adentro, que te haga vestirte todo de negro y gritarle a Arnoldo y a todo Chapinero del Amor: ‘¡Esto es lo que me pasa por amarte!’.

Continuará...
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Chapinero del Amor III: Saúl comprendió entonces porque le llamaba pichirilo

Chapinero no era lo mismo desde la última temporada de insomnio de Daniel Gallardo, la partida de Evan Rincón y el retiro del cuadro del inmenso Cristo que miraba hacía la séptima. Y no volvería a serlo aún más luego de que Saúl Louis aceptara subirse al automóvil de Arnoldo, tres horas después de digerido el Suchi. Arnoldo lo recogió, al final de la tarde, en el semáforo donde siempre lo había visto.

II

-Hey

-¿Qué?

-Súbete. Rápido, que está en verde

Saúl comprendió entonces porque le llamaba pichirilo. Era un carro pequeño, verde -como la luz del semáforo hace dos segundos- y lleno de chirridos. En la radio: Jonathan Davis gruñía.

-Mira en la guantera -solicitó el mese-rock.

Saúl obedeció y frente a él se derramó un mundo de colores en grageas.

-Pásame un prozac -volvió a solicitar.

Esta vez Saúl temió por su vida. Y le gustó esa sensación. De la guantera tomó el prozac y lo puso en los labios de Arnoldo, debajo del bigote. Los ojos del mesero se abrieron y, sacudiendo su cabeza al ritmo de Korn, se tragó la pastilla. Saúl se sintió malo, desafiante, como si tuviera los calzoncillos cagados, y sacó la lengua al estilo Kiss.

-Me gustas -continuó Arnoldo -Espero que no seas de los que escucha Britney.

Saúl tragó en seco y recordó aquella vez en que Daniel Gallardo despreció su gusto por Britney.

-Para nada. La única Britney que me gusta es la calva -mintió Saúl Louis.

Arnoldo se acarició la suya, sonrió como el desequilibrado adicto a los antidepresivos que era y besó a Saúl. Las guitarras eléctricas chirriaron a la par del freno del pichirilo. Arnoldo encendió un bareto y empezó a fumarlo mientras conducía.

‘Así que se trata de ser dark, no drag, Saúl Louis. Recordemos tu top ten de temas rockeros:

1. Abba - Dancing Queen
2. Selena - Amor Prohibido
3...’
Continuará...
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Chapinero del Amor III: Let's Rock

I
Esperaba con ansías la hora del almuerzo, no sólo porque lograba calmar el hambre incesante que hacía retorcer sus tripas, sino porque tenía la oportunidad de verlo. Por primera vez, nada tenía que ver la comida en esto: el sentarse a la mesa a esperar que Arnoldo, el mesero rockero, se acercara para tomar el pedido, lo dejaba más que satisfecho. Tampoco se trataba del menú especial de aquel viernes de octubre que Arnoldo leía:

- Se le tiene:
1. Suchi: Se le tiene suuuuchicharrón en cazuela de fríjoles
2. Menú estudiantil: Se le tiene con principio de calabacín
3...

La ronca voz de Arnoldo hizo inclinar a Saúl Louis por la primera opción, antes de escuchar la tercera. Era un gruñido casi gutural que le recordaba a los cerdos. Suchi, entonces, sería el almuerzo de hoy, acompañado de jugo de tamarindo y un guiño de ojo de Arnoldo. ‘¡Un momento! ¿Te guiñó el ojo o lo alucinaste, como aquella vez en que las carimañolas te sonrieron, guiñaron el ojo y con sus manitas te hicieron señas invitándote a devorarlas?’, pensó Saúl. Arnoldo había tomado el pedido y, en efecto, guiñado su ojo y con 40 grados de inclinación de su sonrisa había logrado levantar su bigote y preguntarle a Saúl:

-¿Te le encimo un chorizo? -y soltó la carcajada.

Saúl bajó la cabeza apenado, sin saber si llorar o sonreír o salir corriendo. Era evidente que Arnoldo conocía su gusto por el chorizo y, el eco de la carcajada que retumbaba mientras se alejaba con el pedido, llenaba de mariposas el estómago de Saúl. Miró hacia la mesa de al lado y vio en el plato del comensal a un bizcocho sonriente, hecho de yuca, amarillito, relleno de queso, que le sonreía con grandes pestañas y que con su crocante manita le hacía un llamado. ‘Ven, ven, cómeme. Estoy llena de queso’, le decía, mientras se abría con la otra manita el cuerpo para confirmar su afirmación: rellena de queso.

-Se le tiene Suuuuchi al caballero -fue interrumpido el viaje gástrico de Saúl. Arnoldo volvía con el pedido.
-Gracias
-Hey
-¿Qué?
Arnoldo se acarició la calva y levantó de nuevo el bigote.
-Trabajas por acá. Siempre te veo cuando salgo. Un día de estos te llevo en mi pichirilo…
-¿En tu qué? -Saúl se arrepintió de preguntar.
-En mi carro. Hoy te podría llevar. Creo que ambos vivimos en Chapinero…

Chapinero no era lo mismo desde la última temporada de insomnio de Daniel Gallardo, la partida de Evan Rincón y el retiro del cuadro del inmenso Cristo que miraba hacía la séptima. Y no volvería a serlo aún más luego de que Saúl Louis aceptara subirse al automóvil de Arnoldo, tres horas después de digerido el Suchi. Arnoldo lo recogió, al final de la tarde, en el semáforo donde siempre lo había visto.

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