Daniel Gallardo y el bailarín que le robó el corazón

Ya no recordaba el último sueño que había tenido. Era la segunda noche en que una erección lo mantenía despierto y andando, andando con espasmos en la cadera que no lograba controlar sino bailando. Moviendo la cintura, le daba lo mismo si se trataba de una regular bachata o del electro-indie-rock que tanto le excitaba, hacía círculos con su pene tieso, escribía nombres en el aire. Yesid, Nancy, Nostradamus, Isabella: en este último se dejaba llevar por las eles, repetidamente, hacia atrás y adelante, como follando con el éter, como follando con la nada, como follando con el mismísimo espíritu santo. Ele-ele ele-ele ele-ele dele, papi, dele. Aquella parola incontenible se hacía notoria con el baile pero no en la oscuridad. No en el rumbodromo de maricones repleto a las 2:01 a.m. De seguro el último de los sueños de Daniel Gallardo había sido bailando, así, sin ritmo. Convulsionando y hablando en lenguas, invadido por una gloria y arrechera inexplicables. A su lado, tratando de comprenderlo todo, se encontraba Saúl Louis, retratando con su mirada a cada uno de los infelices que bailaban a su alrededor, mal sintonizados, mal vestidos, entre aquella humareda discotequera. Revisaba también el frenesí de Gallardo, sus ganas de perder la cabeza, su ánimo bailarín que lo ayudaba a no enloquecerse. Un par de ojeras que empezaban a dibujarse tímidamente en su cara flaca, como dos nuevas fosas nasales, recién dibujadas, abriéndose paso por debajo de sus lentes, grandes, cuadrados, de montura negra. Deseó varias veces, Saúl Louis, que su amigo cayera dormido para no tener que soportar aquella tortura en forma de ele. Gallardo se agarraba la cabeza con la mano derecha para no pensar y mantener el equilibrio, atrapado en ese ritmo desconocido. ‘Que se hiciera la paja o algo así’, pensaba Saúl, ‘como aquella vez en que lo hizo y terminó llorando’, y movía la cabeza en negativa. Decidió entonces, en el nombre de Isabella, - que seguía acumulando infinitas eles en el aire- largarse de ahí.

-Me largo de aquí -dijo Saúl Louis, casi gritando.

Gallardo apenas se enteró de su partida. Continuaba atrapado, haciendo pucheros y con los ojos bien abiertos, metido en un trance vudú. Las probabilidades de que saliera de aquella posesión eran cero. A menos que apareciera de la nada un hombre bien formado, -en el buen sentido de la palabra- de contextura delgada y con actitud desdeñosa. Lo de la contextura delgada era un particular antojo de Gallardo en esta particular segunda noche de insomnio. Todos sabían que era un chubby-lover y que esa preferencia sólo iba a cambiar cuando cumpliera los treinta y/o se engordara. Las probabilidades de que Gallardo saliera del lugar en una ambulancia eran del cien por ciento pero como el amor, el hambre y las ganas de ir al baño no se separan, Gallardo decidió parar. Algo lo detuvo: no se supo si el amor, el hambre, las ganas de ir al baño o las tres. Lo cierto fue que giró, en efecto Matrix, y enfocó, saliendo de la nada -a la que hasta hace pocos segundos se cogía- al hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa, que buscaba. Parecían haberse enfocado al tiempo, parecían enamorados y desnutridos ambos. Gallardo se quedó quieto, de pie, temblando sobre su eje, mientras el hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa continuaba bailando. Gallardo se le acercó gallardo, con un hombro inclinado, durante los cuatro pasos que dio, producto de un peso imaginario. Empezó a bailarle cerca, con la respiración contenida y mirando hacia al suelo: o hacia la erección que le arrimaba al muslo. El hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa, sonreía con desdén y ofrecía su pierna de pollo calientahuevos, como un amo a su perro en celo.

-¿Qué busca? -preguntó el hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa.

- Busco un bailarín que me robe el corazón -se le ocurrió a Gallardo.

- Lo siento latir -dijo el hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa, poniendo su mano en la entrepierna de Gallardo. Las luces de la disco se habían tornado de un púrpura cabaretero y aprovechando el comentario de su recién conocido, Gallardo empezó a hacer palpitar su miembro a voluntad. ‘1, 2, 3’, pensaba con cada palpito. Pensaba además en que, si bien él mismo no sabía donde estaba su corazón, por lo menos ese hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa, había ubicado algo de similar naturaleza sanguínea y que zumbaba al ritmo del chispún. Tenía derecho a robárselo entonces.

-Me gusta su aspecto -susurró el hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa, al oído de Gallardo. O eso creyó oír, porque en realidad la música era tan fuerte y los pensamientos de Gallardo tan confusos que le tocó inventarse cualquier cosa para rellenar esta línea. Sus orejas grandes, siempre prestas para escuchar obscenidades, en aquel momento sólo servían para ser mordidas y dar albergue a seres microscópicos. Bien pudo tratarse de una frase como: ‘Me gusta su espectro’ (?) o ‘Me asusta su erecto’ (?). Gallardo intentó armar conjeturas inservibles tras 42 horas, 25 minutos y 53 segundos de insomnio y calentura. El hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa se separaba -por fin- del roce de la entrepierna de Gallardo. Lo miraba, ahora, como si le leyera la mente y los pensamientos confusos lo sedujeran. Lo tomó del brazo y lo hizo acercarse de nuevo, en un movimiento brusco que sacó a Gallardo de su baile-escritura de nombre en el aire.

-Vámonos de aquí -esta vez si escuchó lo que dijo.

Un nudo de maricones se adivinaba más adelante en la pista de baile. El hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa apartaba mariquitas y maricones para hacerse paso junto a Gallardo, quien aprovechaba para rozar su erección, generando terror y sorpresa, entre la multitud. En el punto más cerrado de aquella barrera humana, de pantalones ajustados y camisetas mangas ziza, se encontraba alguien bailando. Todos los más cercanos lo observaban creando aquel nudo al que, dificultosamente, Gallardo y el hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa, se acercaban. Ya en el punto más limítrofe, donde transpiraba aquel bailarín anónimo; capturando las miradas de quienes giraban a su alrededor, Gallardo se detuvo y empezó a desinflarse su erección. Soltó la mano del hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa, y miró hacia adelante: el centro de la discoteca se ensanchaba al ritmo que imponía aquel delgado bailarín. Sus movimientos lentos pero espontáneos fueron interrumpidos por un empujón del hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa, cuyo nombre no sería revelado ahora ni mucho menos después de la siguiente sentencia:

-Ya había olvidado cuán violento se podía tornar esto –dijo el bailarín enfocando fijamente a Gallardo. Sus palabras, sin embargo, no iban dirigidas a él, ni al hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa que lo había empujado, ni a su público: habló para sí, como quien comparte un secreto con el aire. La mirada se sostuvo durante los segundos en que les tomó pasar por el centro del torbellino y Gallardo alcanzó a girar su cabeza temiendo no volver a ver a aquel bailarín. La imagen se le quedó pegada a la frente por los cerca de 30 escalones que lo acercaban a la salida del lugar, acompañado, por supuesto, por el hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa.

-¿Qué pasa? -preguntó el susodicho.

-Creo que estoy enamorado

-Es muy halagador todo lo que dices. Espera que te voy a enamorar de verdad - y el hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa le puso un beso en los labios, a un pie de la salida.

-No -dijo Gallardo cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza -Realmente creo que estoy enamorado. Del tipo que vimos abajo. Ese bailarín me ha robado el corazón. Estoy seguro que me está esperando abajo. Debo ir a verlo. Cuídate.

Y sacudió su mano en despedida. El hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa maldijo a Gallardo y a Juan Luis Guerra por haber compuesto bachatas que propiciaban el baile con roce de entrepiernas. Gallardo ya iba en retirada y su corazón palpitaba tan rápido como podía. Las escaleras de regreso, tropezando con todos en su camino, fueron eternas y resbalosas. Ya en el último escalón, Daniel Gallardo se deslizó cayendo de espaldas y golpeando el piso con lo que le quedaba de culo.

-¡Descalificada! -dijo cualquier maricón adicto a los concursos de belleza.

Gallardo apenas pudo levantarse: uno de sus pies se había doblado y lo hacía cojear. Se fue tambaleando hacia la izquierda mientras apartaba a más y más gente, el nudo infinito, satélites homosexuales que giraban entorno al bailarín que le había robado el corazón. El bailarín miraba hacia su horizonte o hacia el peinado de algún emo. Gallardo ya estaba en el centro de la circunferencia, justo enfrente del bailarín. Lo tomó de las mejillas y le plantó un beso seco, intenso, como de final de temporada.

-Vámonos de aquí -le propuso, entre babas.

-Los emos nunca se van a acabar, ¿verdad? -le respondió el bailarín.

Gallardo le tomó de la mano y con la otra se hizo paso por entre el sudoroso gentío, rumbo a la salida alterna. El hombre bien formado, de contextura delgada y actitud desdeñosa los seguía -ahora lo notaban - con la certeza de alcanzarlos. ¿Podía tratarse de una típica persecución de triángulo amoroso o de puras alucinaciones? Gallardo pensó que si se trataba de algún reclamo lo resolvería diciendo que si cada mes podía cambiar de apariencia ¿por qué no de parecer? Ya en la calle, el bailarín reaccionó como un gato ante las luces.

-Lo siento: se me dilataron las pupilas. Pero te veo a ti. Hola. Me gusta como te ves. Me gusta tu camiseta.

-A mi me gusta también tu camiseta irregular. Deberíamos intercambiarlas, como los futbolistas -desapareció el sentimiento de persecución para Gallardo- ¿Cuál es tu nombre?
-Juan

-¿Juan?

-Juan

-¿Cómo es que alguien como tú puede llamarse simplemente Juan? ¿No te has visto en un espejo?

-Juan del Carmen. Mi nombre completo es Juan del Carmen. A veces me identifico más con Carmen que con Juan -y sonrió con ojos de gato satisfecho. Sus bigotes, mal afeitados a posta, se tiñeron de cobre y Gallardo no pudo evitar clavarle otro beso a Juan del Carmen y luego pedirle que apuraran el paso.

-Entonces, Juan del Carmen. ¿A dónde vamos?

-Vamos a ese sitio en el que voy a estar bailando hasta al amanecer para luego dejarme llevar a donde tú quieras. Búnker, se llama. Espero que hoy no haya tanta gente heterosexual. Son tan violentos ¿sabes? No te hacen espacio para bailar y andan tropezándose con todos. Torpes y violentos.

Gallardo sonreía encantado por aquel príncipe queer, idealista y de buenas maneras, que saltaba de un tópico a otro sin mayores problemas.

-Es como el final de ‘Girl Interrupted’ todo es acerca del look y el corte de cabello de Winona Ryder, ¿no? Cambias de look, cambias de parecer.

Los ojos de Gallardo se iluminaron. Juan del Carmen parecía tener ese sabor a decepción y los zapatos rojos que tanto le gustaban en alguien.

-Tienes una agujeta suelta -le dijo Gallardo, sonriendo, perdido.

Justo frente al sitio donde planeaban bailar hasta el amanecer, Gallardo esperó a que Juan del Carmen amarrara sus cordones. Había cruzado la calle y estaba en la puerta de Búnker. Se escucharon sirenas a lo lejos y un rechinar de neumáticos que hizo girar las cabezas de los amantes, separados por una callejuela encharcada. El automóvil perseguido, veloz, pasó mojando a Gallardo. Juan del Carmen fue tomado de la mano por alguien al interior del bar y ahora un par de patrullas policiales hacían disparos en persecución, mientras Gallardo goteaba aguas negras y trataba de limpiar sus lentes. Escuchó las sirenas y los disparos y decidió salir corriendo, enceguecido por el agua sucia de Chapinero. Fue recuperando la vista, puso de nuevo sus lentes, para cuando quiso girar a la izquierda y tomar el desvío de la esquina. Recordó a Juan del Carmen y decidió devolverse a buscarlo. No lo vio por ningún lado. Por el contrario notó que la primera patrulla se dirigía en su misma dirección. Volvió a emprender la huida. Dos, tres cuadras. Ya no escuchó las sirenas.

Gallardo cojeaba aún y su ropa estaba manchada por las aguas callejeras. ¿Cómo era posible que huyera en aquel momento? Ni el mismo autor de estas líneas podría determinarlo. No se trataba de el temor a la muerte o del baño de zanja que había recibido, de eso estaba seguro Daniel Gallardo. La huída, siempre había sido una sensación familiar. Juan del Carmen. Se devolvería a buscarlo, pensó. Se quedó mirando el semáforo, esperando a que le diera el paso. Volvió a enfocar la calle: en la acera de enfrente un hombre de baja estatura lo miraba fijamente.

1 comentarios:

Mista Vilteka | 23 de febrero de 2011, 7:51

Juan del Carmen. Sí, yo también lo identifiqué más con Carmen que con Juan. Especialmente porque Juan parece de todos. Algo así como el María para las mujeres.

Qué vaina que haya llegado la policía. Siempre tarde o inoportunos. ¡Qué designio!

Saludos ome.

Felipe.

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