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Chapinero del Amor X: Opción C

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Chapinero del Amor IX: Opción B


Saúl se oculta de nuevo bajo la alcantarilla. Frente a él, amenazante, se encuentra Axel.

-Si nos juntamos podríamos cazar más gente –le dice- Con tu astucia y mi habilidad para vestirme de acuerdo a la ocasión podemos sobrevivir este holocausto.

Axel duda aunque las palabras de Saúl lo han hecho sonreír. Decide perdonarle la vida, por ahora, y piensa que al fin y al cabo necesita algo de compañía para no enloquecerse del todo. A la semana Saúl decora la cueva a su manera: pinta las cadenas de colores fosforescentes, pone velones flotantes sobre las aguas negras y afuera, un letrero hecho con huesos que reza ‘Chapinero del Amor’.

Su compañero siente deseos de asesinarlo cada noche pero ya no imagina la vida sin él. Dedicados al canibalismo logran sobrevivir por algunos meses la pandemia zombie. Al atrapar a una de sus víctimas Saúl queda perdidamente enamorado –de nuevo- y traiciona a Axel. Preparan carne molida y con una harina que consiguen en el devastado supermercado hacen empanadas de rastafari.

Fin

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Chapinero del Amor VIII: Opción A


Saúl decide salir a la calle. El zombie Arnoldo lo identifica y lanza un gruñido que alerta al resto de deformes. Detrás de Saúl se encuentra Axel, quien lo persigue con cuchillo en mano. Ambos quedan en mitad de una horda de veloces zombies; cincuenta al menos. Se lanzan sobre los cuerpos de la pareja y los devoran en menos de dos minutos. Debido a la cantidad de muertos vivientes, Arnoldo no alcanzó a probar la carne magra de su ex-amante pero se conforma con chupar algunos huesos al final de la faena.


Fin

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Chapinero del Amor VII: Humanos, después de todo


Despertó tendido sobre unos costales sucios, con la imagen de Axel de espaldas, descamisado, intentando encender una fogata. No se pudo mover: la falta de alimento lo tenía débil. Entreabría los ojos y, a su alrededor vio cadenas y manchas de sangre. La cacería de zombies, supuso, era algo en lo que Axel parecía muy hábil. Pronto se acercó hasta él y le dijo:

-Estoy preparando algo que te gustará. Creo que en realidad deberías bañarte.

Y le señaló un tanque sobre el que caía una gotera, al fondo de la gruta. Axel lo ayudó a levantarse, acompañándolo hasta ese punto. Saúl no supo qué hacer: no acostumbraba desnudarse frente a extraños sin un contrato pre-nupcial firmado, mucho menos se sentía capaz de tomar una ducha en presencia de un desconocido y en aquellas paupérrimas condiciones. Con mucho pudor se deshizo de su ropa –oh su amada ropa- vomitada y hedionda a cañería. Tomó con las manos un poco de agua, la pasó por su cara y vio el resultado ennegrecido. La voz de Axel lo asustó.

-Ven, debes hacerlo bien –le dijo.

Empezó a echarle agua encima, limpiándolo con firmeza con una esponja vieja. Le agarró con fuerza una nalga, mirándolo fijo a los ojos y mostrando los dientes. De nuevo Saúl se excitaba, inconteniblemente; así lo hizo saber con una fuerte erección.

-Me lo quiero comer –dijo Axel, pasando su lengua por el trasero de Saúl y rematando con un mordisco.

Saúl dio un salto y soltó una sonrisa: era la primera vez que sonreía desde su llegada al apocalíptico Chapinero. Según aquel test que había hecho alguna vez en Vogue ésta era una de las doce señales inequívocas del enamoramiento. En la pregunta número 7 Saúl tenía algunas dudas:


Señales inequívocas del enamoramiento: ¿Perdidamente enamorada?

7. ¿Piensas que tu hombre es una persona digna de tu total confianza?
A. Sí, cien por ciento
B. En algunas ocasiones
C. Aún debe ganarse mi confianza
D. Siento que debemos conocernos mejor


Saúl no supo qué responder ni entonces ni ahora; con los dientes de Axel clavados en su nalga izquierda. Pero si habría de responder, de seguro se inclinaría por la opción D ya que aún no sabía muy bien qué pensar del extraño: ¿estaba intentando seducirlo o sólo era todo este asunto del apocalipsis zombie gay lo que lo mantenía interesado? ¿Y cuándo acabara todo qué? Se alejó un poco, dando a entender a Axel que él podía acabar solo con su baño. La mano de Axel se deslizó por entre sus mulos, llevando un dedo hasta el orificio. Se detuvo y sonrió.

Durante su baño, Saúl pudo detectar el olor de algo que Axel cocinaba a fuego lento, en leña. Era como una combinación de cerdo y cordero que le hizo agua la boca y lo llevó, como hipnotizado, hasta la fogata del rastafari.

-Huele bien, ¿no? –dijo Axel, con una sonrisa retorcida.

-Huele muy bien –respondió Saúl- ¿Qué es?

-Ya lo sabrás.

Axel sirvió algo del contenido viscoso de la olla en una taza de metal. Se veía espeso, rojizo y poderoso, con un buen pedazo de carne que bollaba sobre un caldo burbujeante. El plato le fue ofrecido.

-Espera, tengo una cuchara.

Saúl se apenó de sus terribles modales: incluso Axel, ese salvaje que había sobrevivido en las alcantarillas por tanto tiempo, se veía mucho más civilizado. Le pasó la cuchara.

-¿Tú no vas a comer?

-Comeré más tarde. Toda esta emoción me cerró un poco el estómago. ¿Qué tal está?

-DE-LI-CI-OSO –respondió Saúl con la boca llena.

-Debes alimentarte bien. Debes estar hambriento.

Saúl había acabado con el primer plato cuando recordó preguntar qué contenía aquella receta tan nutritiva que Axel le había preparado. Le sabía como a cerdo pero no estaba tan seguro que otro ingrediente contenía.

-Adivina –Axel se puso de pie.

Saúl no daba con el sabor. Tomó una cucharada, mucho más profunda esta vez, para lograr que sus papilas gustativas captaran todo el sabor del especial platillo. Algo duro se enredó entre sus muelas. Tal vez un huesillo de pollo, pensó, mientras intentaba sacarlo con sus dedos. Eso era: tal vez se trataba de un sancocho trifásico. Saúl logró sacar el objeto que había tronado en su boca y vio que se trataba de un diente humano. Se estremeció. El plato de metal fue a dar a un lado de la hoguera. Saúl saltó, sorprendido, con ese diente filoso aún en sus dedos. Lo dejó caer.

-La carne humana es lo único que se puede comer por estos días, Saúl. Son ellos o nosotros. No se puede sobrevivir de lo que quedó en los supermercados; hay que cazar. La carne de los fenómenos es muy mala, dura, en cambio –se fue acercando veloz hacia Saúl- la carne humana –se detuvo oliendo el aire- es tan blanda, tan fresca, como la que acabas de comer.

Saúl sintió arcadas. Lo que había devorado era el cuerpo o la parte del cuerpo de un humano. Eso le preocupó aún más: ¿qué parte era la que había comido en el primer plato, qué podía tener ese gusto suave pero chicloso, con aquel fuerte olor? La sonrisa de Axel se tornaba ahora macabra: lo miraba, más que con deseo, con ganas de devorarlo. Pudo imaginarlo hartándose con sus gruesos muslos. Ahora entendía que las cadenas en la cloaca no eran para sometimiento de fenómenos sino de sobrevivientes, de los que como él, estaban por ahí escondidos en Chapinero. El rastafari se acercaba con decisión; sacó de su bota un cuchillo, afilado, oxidado. No había a dónde huir y en el enfrentamiento Saúl saldría vencido. Se quedó inmóvil.

-Y tú tienes un sabor tan especial –lo sometió tomándolo del cuello- Te voy a preparar y administrar muy bien, no te preocupes. Servirás para varios días.

La idea de ser cercenado, abierto y cocinado volvió a generar nauseas en Saúl. Sin más volvió a soltar una catarata de vómito encima de Axel, esta vez sobre su cara, rociando sus ojos, dejándolo ciego por varios segundos. Saúl huyó, aún con ese sabor a vómito y carne humana en la boca, intentando encontrar la salida. Se escucharon los gritos de Axel siguiéndole.

Saúl logró ubicar una escalerilla que llevaba a una tapa. Lo llevaría a la calle, plagada de zombies, pero si contaba con suerte podría esconderse en otro lugar. Se asomó, viendo que una figura imponente deambulaba por la acera: Arnoldo había sobrevivido.

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Chapinero del Amor VI: Adiós a Chapinero del Amor

Un fuerte estruendo se escuchó escalera arriba. Saúl y el extraño voltearon, viendo a Arnoldo sostenerse, amarillento, sobre el nicho donde se encontraba la Virgen. La imagen se había estrellado contra el suelo y la cabeza pesada de la madona de lágrimas de sangre rodaba por las escaleras yendo a dar a los pies de Saúl.

Un estallido se escuchó, muy cerca de la oreja de Saúl, dejando un fuerte pitido incrustado en sus tímpanos acompañando una densa capa de humo que no le permitió ver ni a la Virgen ni a Arnoldo. El extraño abrió la puerta, tomando a Saúl de un brazo, arrastrándolo hasta la calle. Su cerebro aún se sacudía por aquella fuerte explosión; trató de enfocar a su salvador de trenzas enredadas y vio su boca moverse, cómo hablándole. Podría estar diciéndole que corrieran, más rápido, vamos, que allí viene esa gente sucia o podría estar diciéndole que no veía la hora de darle un beso. De verdad, visto detenidamente, este rastafari tenía su encanto para Saúl: la falta de un buen baño, el mostacho mal peinado y ese olor a humedad que se alzaba por encima de la podredumbre. En efecto, la horda de locos se acercaba, con su característico olor, armando una gritería que hasta Saúl, en su parcial sordera, alcanzaba a escuchar.

No alcanzó a despedirse de su amor pero ya su corazón latía por el rasta. No era tan difícil, después de todo, saltar entre estilos: del darks al reggae no había mucho camino, ¿cierto? Además su dieta obligada de los últimos días iba perfecto con aquella aura supernatural, relajada, de moños sucios, vegetarianismo y amor y paz que emanaba el recién conocido. Los malvestidos aparecían de todas las direcciones y el rasta lanzaba sendos disparos desde su shotgun de vigilante. Los gruñidos se sentían más cerca, así el paso de huida de la pareja. Un cuerpo cayó del aire, reventando contra la acera, haciendo que los fugitivos se detuvieran. Intentaron esquivarlo pero una de las piernas de Saúl fue sujetada por el zombie, reclamando un poco de carne. El bicho llevaba una peluca sucia de color rojizo cuya capul llegaba más allá de los ojos. Alcanzó a hincar sus dientes podridos en los zapatos nuevos de Saúl, con furia, con esa misma mal de rabia con que atrás se acercaba un grupo de veinte, al menos. El primer golpe no fue suficiente para aniquilarlo; se necesitó que el rasta enterrara muchas más veces la cacha de su arma en el cráneo, hasta que un hedor, más fuerte que el que se había sentido en todos aquellos oscuros días, salió de la cabeza del muerto-vivo. No había nada más que una maraña de gusanos en la cabeza del fenómeno-travestido pero su vestimenta y mal gusto podrían causar mayores náuseas. Los dientes del cadáver habían quedado pegados de la punta de su zapato y tuvo que machacar la caja contra el suelo hasta lograr deshacerse de ellos. Correr, correr como locos, entonces; una cuadra, dos, un giro y un salto veloz, ligera como pluma, tiesa como tabla hasta deslizarse por una especie de tubo, en total oscuridad. Se escucharon ecos de gruñidos a través del túnel, sonidos metálicos que hacían creer que aquella estructura se retorcía, anunciando su destrucción. Por ella resbalaron un minuto o dos, yendo a dar a un caño de aguas sucias en el que Saúl quedó sumergido por completo. Era el fin: la aventura había terminado para él, que siguieran la historia sin su presencia o contrataran a un doble para escenas de acción, todo tenía un límite y había soportado los días de hambre, la mal de rabia de Arnoldo y los disparos en su oído pero no, aguas negras no, aguas llenas de popó con mojones flotantes a su alrededor no, aguas que lo arrastraban hacia el centro putrefacto mismo de Chapinero del Amor no, porque eso sí no, para eso no estaba hecho Saúl. Una mano lo tomó de brazo y lo hizo subir.

Tosiendo agua y cubierto de un verdín hediondo, Saúl era rescatado por el rasta anónimo: era la segunda vez que salvaba su vida; sólo hacía falta escuchar su voz para convencerse de que este era, el que estaba esperando, de quién se enamoraría por completo.

-¿Estás bien? –preguntó

Saúl continuaba tosiendo, algo aturdido.

-Estoy bien –dijo, retirándose cosas verdes de la cabeza- ¿En dónde estamos?

-Son las cloacas, el único refugio seguro en Chapinero.
-Del Amort 

-¿Qué dijo?

-Nada, no dije nada.

-Pero me pareció escuchar…

-Que no he dicho nada, cálmate…

-Ok

-Me llamo Saúl, puedes tutearme

-Mi nombre es Axel, mucho gusto, Saúl.

Estrecharon sus manos. En aquel momento debería haber empezado a sonar la melodía de ‘My inmortal’ de Evanescence pero no, lo que se escuchó fue la barriga de Saúl retorcerse.

-Debes tener hambre

-Tengounfiloquesimedoblomecorto

-¿Cómo?

-Nada

Al parecer el español no era conocido en esta nueva civilización de alcantarilla. ¿Qué podría usar Saúl en aquel lugar? Un ambiente helado, deprimente, oscuro, al que se tendría que adaptar, por lo visto, y decorar, si era posible. 

-También deberías bañarte –le sugirió Axel.

-¿Qué? ¿Huelo mal?

Axel sonrió. El humor a la defensiva de Saúl parecía agradarle. El flechazo era mutuo: Saúl Louis también lo veía con deseo, ahora, a pesar de la suciedad y la maraña de pelo, le gustaba, le parecía salido de otro mundo, en verdad, y aunque no era muy su estilo pudo verse junto a él en el siguiente listado de situaciones:




  • Comiendo helado
  • Huyendo de un grupo de zombies
  • Durmiendo
  • Cavando tumbas para enterrar cuerpos incinerados
  • Comiendo
  • Bañándose
  • Follando
  • Casándose
  • Casándose con una corte de zombies
  • Huyendo de los zombies
  • Besándose


Saúl sintió los resecos labios de Axel robarle un beso. Se excitó pero se contuvo de seguir besando. Ese segundo durante el cual sus barbas se rozaron lo había hecho bullir, luego de tantos días de encierro y soledad, el encuentro con alguien sumado a la huida; lo sacudían por dentro, revolvían sus jugos gástricos de tal forma que sentía algo desprenderse. Su boca se abrió de nuevo, pero no para ofrecer un beso, sino para expulsar todo ese nuevo amor del que era víctima en forma de vómito rosado encima de Axel. Saúl Louis perdió el conocimiento. (Continúa)

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