Chapinero del Amor VI: Adiós a Chapinero del Amor

Un fuerte estruendo se escuchó escalera arriba. Saúl y el extraño voltearon, viendo a Arnoldo sostenerse, amarillento, sobre el nicho donde se encontraba la Virgen. La imagen se había estrellado contra el suelo y la cabeza pesada de la madona de lágrimas de sangre rodaba por las escaleras yendo a dar a los pies de Saúl.

Un estallido se escuchó, muy cerca de la oreja de Saúl, dejando un fuerte pitido incrustado en sus tímpanos acompañando una densa capa de humo que no le permitió ver ni a la Virgen ni a Arnoldo. El extraño abrió la puerta, tomando a Saúl de un brazo, arrastrándolo hasta la calle. Su cerebro aún se sacudía por aquella fuerte explosión; trató de enfocar a su salvador de trenzas enredadas y vio su boca moverse, cómo hablándole. Podría estar diciéndole que corrieran, más rápido, vamos, que allí viene esa gente sucia o podría estar diciéndole que no veía la hora de darle un beso. De verdad, visto detenidamente, este rastafari tenía su encanto para Saúl: la falta de un buen baño, el mostacho mal peinado y ese olor a humedad que se alzaba por encima de la podredumbre. En efecto, la horda de locos se acercaba, con su característico olor, armando una gritería que hasta Saúl, en su parcial sordera, alcanzaba a escuchar.

No alcanzó a despedirse de su amor pero ya su corazón latía por el rasta. No era tan difícil, después de todo, saltar entre estilos: del darks al reggae no había mucho camino, ¿cierto? Además su dieta obligada de los últimos días iba perfecto con aquella aura supernatural, relajada, de moños sucios, vegetarianismo y amor y paz que emanaba el recién conocido. Los malvestidos aparecían de todas las direcciones y el rasta lanzaba sendos disparos desde su shotgun de vigilante. Los gruñidos se sentían más cerca, así el paso de huida de la pareja. Un cuerpo cayó del aire, reventando contra la acera, haciendo que los fugitivos se detuvieran. Intentaron esquivarlo pero una de las piernas de Saúl fue sujetada por el zombie, reclamando un poco de carne. El bicho llevaba una peluca sucia de color rojizo cuya capul llegaba más allá de los ojos. Alcanzó a hincar sus dientes podridos en los zapatos nuevos de Saúl, con furia, con esa misma mal de rabia con que atrás se acercaba un grupo de veinte, al menos. El primer golpe no fue suficiente para aniquilarlo; se necesitó que el rasta enterrara muchas más veces la cacha de su arma en el cráneo, hasta que un hedor, más fuerte que el que se había sentido en todos aquellos oscuros días, salió de la cabeza del muerto-vivo. No había nada más que una maraña de gusanos en la cabeza del fenómeno-travestido pero su vestimenta y mal gusto podrían causar mayores náuseas. Los dientes del cadáver habían quedado pegados de la punta de su zapato y tuvo que machacar la caja contra el suelo hasta lograr deshacerse de ellos. Correr, correr como locos, entonces; una cuadra, dos, un giro y un salto veloz, ligera como pluma, tiesa como tabla hasta deslizarse por una especie de tubo, en total oscuridad. Se escucharon ecos de gruñidos a través del túnel, sonidos metálicos que hacían creer que aquella estructura se retorcía, anunciando su destrucción. Por ella resbalaron un minuto o dos, yendo a dar a un caño de aguas sucias en el que Saúl quedó sumergido por completo. Era el fin: la aventura había terminado para él, que siguieran la historia sin su presencia o contrataran a un doble para escenas de acción, todo tenía un límite y había soportado los días de hambre, la mal de rabia de Arnoldo y los disparos en su oído pero no, aguas negras no, aguas llenas de popó con mojones flotantes a su alrededor no, aguas que lo arrastraban hacia el centro putrefacto mismo de Chapinero del Amor no, porque eso sí no, para eso no estaba hecho Saúl. Una mano lo tomó de brazo y lo hizo subir.

Tosiendo agua y cubierto de un verdín hediondo, Saúl era rescatado por el rasta anónimo: era la segunda vez que salvaba su vida; sólo hacía falta escuchar su voz para convencerse de que este era, el que estaba esperando, de quién se enamoraría por completo.

-¿Estás bien? –preguntó

Saúl continuaba tosiendo, algo aturdido.

-Estoy bien –dijo, retirándose cosas verdes de la cabeza- ¿En dónde estamos?

-Son las cloacas, el único refugio seguro en Chapinero.
-Del Amort 

-¿Qué dijo?

-Nada, no dije nada.

-Pero me pareció escuchar…

-Que no he dicho nada, cálmate…

-Ok

-Me llamo Saúl, puedes tutearme

-Mi nombre es Axel, mucho gusto, Saúl.

Estrecharon sus manos. En aquel momento debería haber empezado a sonar la melodía de ‘My inmortal’ de Evanescence pero no, lo que se escuchó fue la barriga de Saúl retorcerse.

-Debes tener hambre

-Tengounfiloquesimedoblomecorto

-¿Cómo?

-Nada

Al parecer el español no era conocido en esta nueva civilización de alcantarilla. ¿Qué podría usar Saúl en aquel lugar? Un ambiente helado, deprimente, oscuro, al que se tendría que adaptar, por lo visto, y decorar, si era posible. 

-También deberías bañarte –le sugirió Axel.

-¿Qué? ¿Huelo mal?

Axel sonrió. El humor a la defensiva de Saúl parecía agradarle. El flechazo era mutuo: Saúl Louis también lo veía con deseo, ahora, a pesar de la suciedad y la maraña de pelo, le gustaba, le parecía salido de otro mundo, en verdad, y aunque no era muy su estilo pudo verse junto a él en el siguiente listado de situaciones:




  • Comiendo helado
  • Huyendo de un grupo de zombies
  • Durmiendo
  • Cavando tumbas para enterrar cuerpos incinerados
  • Comiendo
  • Bañándose
  • Follando
  • Casándose
  • Casándose con una corte de zombies
  • Huyendo de los zombies
  • Besándose


Saúl sintió los resecos labios de Axel robarle un beso. Se excitó pero se contuvo de seguir besando. Ese segundo durante el cual sus barbas se rozaron lo había hecho bullir, luego de tantos días de encierro y soledad, el encuentro con alguien sumado a la huida; lo sacudían por dentro, revolvían sus jugos gástricos de tal forma que sentía algo desprenderse. Su boca se abrió de nuevo, pero no para ofrecer un beso, sino para expulsar todo ese nuevo amor del que era víctima en forma de vómito rosado encima de Axel. Saúl Louis perdió el conocimiento. (Continúa)

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