Sos Gallardo: ¿Sos adivino?

-¿Sos adivino?

Gallardo alcanzó a retorcerse en su puesto y de un bolsillo sacó un par de lentes oscuros que evitarían delatar su mirada. Se los puso y agachó la cabeza. El fade-out de un corrido daba paso a un ligero silencio que sería cortado por una batería que anunciaba el comienzo de un rock. En español. Gallardo identificó de inmediato la melodía y quiso abrir la puerta y lanzarse al caliente asfalto. Los Prisioneros sonaban con algún tema de carga pseudo-política ochentena que los autoproclamaba como ‘sudamerican rockers’. En inglés. Gallardo tuvo que evadir la idea del suicidio para ser invadido por las lágrimas, llanto incontenible que le producía la música de Los Prisioneros. A alguien le había escuchado que todo se trataba de la musicoterapia, que algunas canciones simplemente, de la nada, podían liberar lo peor que había en ti.

-¿Qué pasa?
-Esta música me pone algo emocional. ¿Podríamos cambiarla?

Los lentes oscuros fueron retirados y también el rock latino. Gallardo se recostó en su silla ante los ojos curiosos de Gustavo que se turnaban para verlo y al tiempo observar el camino vacío.

-¿Y tenés muchos amigos paisas? -volvió a indagar.
-Por supuesto. Son mi región favorita -mintió Gallardo -Es increíble como Botero, por ejemplo, se ha reinventado como artista tantas, tantas, veces: pasó de hacer bocetos de gordas a pintar gordas. Wow. ¿Y qué hay de aquella mujer paisa que se tragó un cepillo de dientes? ¿No es un orgullo para esa región que exista alguien con tales destrezas físicas?

No era la primera vez que su lengua lo metía en problemas. Ya como lameculos o periodista o crítico pornográfico, lograba encontrar las palabras precisas para herir susceptibilidades y poner de manifiesto su radical punto de vista y aburrimiento. Gallardo se quedó mirando al frente, al parabrisas, y notó cómo la carretera ardía bajo el sol del Tolima. Gustavo lo miró con desprecio y lanzó otra pregunta acompañada de aquel tic testicular.

-¿Qué llevás en la maleta?
-Mi maleta está llena de recuerdos, de paisajes, del dolor de un mal amor…
-Yo sé qué llevás, gonorrea. Llevás marihuana. ¿Cuánto cargas?
-Si lo supiera, no te lo diría

Gustavo frenó el furgón y tomó a Gallardo por el cuello. Lo sacó por su misma puerta de un empujón y, siendo las 4:56 de la tarde, le dijo:

-Vos te quedás callado

No fuera que la policía los parara en cualquier retén, decidiera inspeccionar y la gran bocota de Gallardo develara el nuevo escondite de los incalculables kilos de marimba: condones que sirvieron de envoltorios para la yerba, siendo llenados por Daniel Gallardo y el conductor llamado Gustavo; ahora partners in crime. Luego de silenciado Gallardo, Gustavo le propuso un negocio: ‘Vos te quedás callado, llenás esos cauchitos con toda la bareta y yo te llevo a salvo hasta Medellín’. Gallardo concluyó que no había mejor negocio para salvar su delatado, moreno, pellejo y en silencio tacó los profilácticos con marihuana. Durante aquella embarazosa pero entretenida labor, realizada a un lado del camino, Gallardo descubrió que un vello púbico de un pelirrojo era la razón de toda esta aventura y ocupaba un espacio especial en su maleta. Entre todos los platos rotos, el kilo de marihuana y las tiras y tiras de condones, que ahora rellenaba con droga, se encontraba un pelillo proveniente de la entrepierna de El Pelirrojo.

Continuará...

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