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Yesid Cáceres o La que empieza por Té y termina en Leche

Sin haber logrado culminar una profesión, a los 20 años, este paisa decidió que lo suyo eran las ventas. Pronto logró colarse entre un grupo de vendedores de una reconocida marca de ropa e ir de almacén en almacén logrando las cifras más altas, haciendo gala de sus dotes fulleros y aprovechando su juventud para subir en la escarpada del mundillo de modas. Su ‘desempeño’ le hizo merecedor de estar entre los administradores de locales no sin antes brindar su culo a los altos cargos que le recompensaron con múltiples ascensos. ¿Qué era lo que cautivaba tanto acerca de Yesid Cáceres? Sin duda su capacidad de cambiar de caras, si así se le podía llamar.

En una tarde de ventas, Yesid conoció al que sería, lamentablemente, el único amor de su vida. La persona que lo desequilibraría por completo y lo convertiría en aquel ser desinteresado y solitario, lleno de misterios y lisiado emocional. Otra era la cara de Cáceres la tarde en que Alexander Lozada lo abordó por primera vez, preguntándole el precio de unos jeans. Al medírselos, Alexander pidió la opinión del jovial y complaciente Cáceres, quien de inmediato lanzó términos como ‘bacancito’ y ‘chimba’, para describir la horma del pantalón en su cliente. Lozada decidió no sólo llevar los jeans, sino además un par de camisas y calzoncillos y el número telefónico del vendedor estrella sumado a la promesa de llamarlo a la hora de salida.

Durante los próximos tres años Alexander Lozada y Yesid Cáceres mantuvieron una relación sentimental svengali y sexualmente flip-flop de la que ambos se rehúsan a brindar mayores apartes hoy en día. Yesid salió muy lastimado, luego de experimentar la psicosis de Alexander y su necesidad de infringir daño, y su personalidad mutó hasta hacerse impenetrable. La única forma de la que pudo ser penetrado Yesid Cáceres, a partir de Alexander, fue analmente, manejando una fuerte doble moral, que siempre lo hacía ver como el tonto pasivo enamorado, cuando en realidad utilizaba esta estrategia para manipular y desechar a sus amantes una vez llegaban a un importante círculo de su intimidad. Yesid Cáceres adoptó aspectos de la fuerte personalidad de Lozada y luego de su abandono –por un chico más joven y de mayores aspiraciones- se sumió en un camino de estafas emocionales y un show de máscaras, en el que siempre intentó interpretar a la víctima.

Se habían conocido en diciembre, Yesid Cáceres y Daniel Gallardo, en otra habitación de hotel, de una ciudad diferente pero con finalidades similares. Daniel había logrado estar al tanto de los movimientos de su foco de obsesión, Yesid, y por fin ponerse en contacto con él para conocerse. No fue casualidad entonces que, días antes, se encontraran en una sala de chat y cuadraran una cita. El estratega había logrado averiguar, a través de la conexión Cessair-Mazzo-Cáceres, la frecuencia y horas en que Yesid visitaba la sala de conversaciones. Se conocería después la adicción de Yesid Cáceres por los encuentros furtivos con personajes conocidos a través de la red y su fascinación por ofrecer mamadas en cabinas del centro de Medellín.

-¿En dónde estás? – Escribió Daniel, haciéndose el inocente.
En Medellín, pero en unos días estaré en tu ciudad- tipeó Yesid en respuesta.

El interés inicial de Gallardo por conocer al paisa vendedor nunca rebasó los límites de lo sexual y se basó en comentarios escuchados de boca de algunos conocidos paisas, amantes pasajeros de Yesid, cuyas descripciones, en jerga montañera, definían la experiencia como: ‘rica’, ‘una chimba, parce’ y ‘uuufff’. La pobreza del lenguaje antioqueño fue complementada por la volátil imaginación de Gallardo, siempre tendiente a magnificar el sexo-suceso. La necesidad que tenía Gallardo por conocer los apartes de la vida sexual de los demás, el tejemaneje de la intimidad de amigos, conocidos e incluso desconocidos y su propensión a hacerse protagonista de nuevas historias decadentes, fueron el plus que dio el giro trágico a este pseudo-romance. La intensidad de aquel primer encuentro fue el abrebocas de una perjudicial obsesión. Para Yesid resultaba extraña la conexión profunda que sentía con Daniel, a tan sólo minutos de conocerse y haberlo recibido analmente, y la forma como el joven de 20 y tantos parecía decir las palabras exactas y sonar tan interesante, le relajaba. Compartieron entonces una cena, de mediocre lasagna y jugo de mandarina, ambas recomendaciones de Daniel, que para el otro comensal resultó perfecta: era su orden favorita, de hecho. Toda esta conjunción de detalles hacía viajar a Yesid de la confusión a la fascinación y sólo podía conferir a Gallardo un sinfín de cualidades que lo ponían muy por encima de sí mismo.

En aquella cama, de tamaño medio y desordenada, sudada por muchos cuerpos y recién lavada en fluidos de los amantes, pensaba esto, y otras cosas, Yesid Cáceres. Pensaba en el odio profundo que le producía Daniel Gallardo, convertido ahora en un hombre cínico y resentido por su culpa. Intentaba, a veces, verlo como al principio: un dedicado y paciente amante, que se desvivía en atenciones y frases románticas, apartadas de lo ordinario y con un sabor a decepción y humor de autoreproche.

-Podríamos ser muy felices, ¿sabes? Si el amor existiera, si yo no fuera tan intenso y tú me prestaras un poco más de atención.

Yesid se desbordaba entonces en reclamos: ‘Hey, no seás así, no digás eso , yo a vos te quiero mucho, güevón’, en exagerado acento paisa y siempre usando la máscara del incomprendido. Pero ahora descansaban. Yesid miraba por la ventana, anhelando que las horas pasaran rápido, que Daniel se marchara y todo regresara a la normalidad. La normalidad que para Yesid constituía trabajar como Visual de una importante línea de ropa y cogerse a cuanta alma masculina fuera posible en Medellín. Daniel era como la calma de aquella tormenta y el refugio en el que, irónicamente, Yesid se sentía protegido. Esta promiscuidad, a pesar de ser parte de su naturaleza, era algo que Yesid rechazaba y que, según analizaba aquella tarde, era la causante de todos sus problemas.

Camino a un encuentro furtivo con uno de sus múltiples ciber-amantes de una noche, y días previos a un viaje a la playa con Daniel, Yesid Cáceres no se cuestionaba tanto sobre las decisiones de su vida sexual y sentimental. La lealtad y el afecto eran similares a cuerpos extraños en su organismo, que una vez incrustados, se infectaban y salían disparados como pus por sus heridas, como las múltiples eyaculaciones de recién conocidos y extraños que recibía semanalmente sobre su cuerpo. Esa noche Yesid sólo pensaba en satisfacer sus necesidades básicas: tener una buena verga en la boca y en el culo y recibir una cogida que le sacara esos demonios sentimentales del cuerpo, aquellos que le poseían a través de Daniel Gallardo. En busca de eso iba, rumbo arriba de El Poblado, minutos después de haber cuadrado una cita con cualquier hambriento activo. No logró espantar aquellos diablos Yesid. En su lugar, y una cuadra antes del edificio donde se encontraba su exorcista, fue abordado por un maleante, quien le quitó billetera y celular y además las ganas de ser culiado bestialmente. Victimizado, llamó al día siguiente a Daniel, para narrarle su versión de lo sucedido.

-Iba para la casa de unos amigos y me robaron el celular y la billetera, con todos los documentos. Me llevé un buen susto…
-Pero, ¿estás bien?, ¿no te hicieron nada?’ –preguntó Daniel, fingiendo preocupación.
-Sí, todo bien, el tipo sólo me dio un empujón.

De lo que nunca tuvo conocimiento Cáceres fue de la vinculación de Daniel Gallardo con este robo. Una vez más: a Gallardo sólo le interesaba la conectividad existente entre sus amantes, los de sus amigos, los de los desconocidos e incluso los de sus enemigos. La amistad entre Yesid y Juan David Mazzo y, a su vez, la relación que en su momento Cessair y Mazzo habrían de sostener, lo metían de lleno en esta enredadera fálica: Francis Holmmes era su amigo y hasta hace poco, el ‘noviecito’ de turno de Cessair. Para Gallardo esto no era más que la confirmación de su papel como héroe de la historia, juez, jurado y verdugo, vengador y coordinador del resultado final de este fucking ghetto. Evidentemente, alguien tendría que salir perjudicado y al tomar las riendas Daniel garantizaría un pronóstico favorable para él y su amigo el doctor, quien se ganaba su cariño y lástima ante la traición de Cessair. Yesid Cáceres era la primera ficha, según lo veía la desequilibrada mente de Daniel Gallardo, en este efecto dominó: a través de él se podría llegar a Cessair y esgrimir un golpe que le hiciera pensar más a menudo sobre el resultado de sus actos. Hacer un poco de justicia, era todo.

¿Cuál era el plan que tenía en mente Gallardo? ¿Por qué había decidido emprenderlo contra Cessair? Son respuestas que no serán reveladas en este capítulo. En Medellín, la noche del encuentro entre Yesid y Daniel, se sentía un aire más bochornoso que el habitual y por ello los desconfiados amantes se mantuvieron desnudos hasta sentirse asfixiados y decidir abandonar la habitación del hotel. Durante el camino Gallardo se dedicó a recordar sarcásticamente algunos instantes de aquel previo encuentro en la playa.

-¿Y recuerdas que tomabas el sol desnudo en la arena para que todos los que pasaran te vieran el culo?
-Vos estás inventando todo eso, Daniel
-Nada de inventos. Sé muy bien lo exhibicionista que eres y recuerdo que ese día hiciste gala de ello –Daniel soltaba una carcajada corta que dejaba clavada en la cabeza de Yesid, harto de la memoria tendenciosa de su interlocutor y de la manera cómo volteaba todo a su favor. Aunque en efecto admitiría interiormente que el exhibicionismo lo había llevado a desnudarse, en varias ocasiones de aquel viaje, incluso con el hermano menor de Daniel presente, y en compañía de Francis y Saúl.

-¿Y ese man qué? –preguntaría el menor de los Gallardo a Saúl y Francis, a algunas leguas de la orilla.

Saúl Louis, quien no podía soportar cualquier confrontación familiar acerca de su sexualidad o la de otros, se hundió en las aguas saladas y evitó tener que responder aquella incómoda pregunta. Francis Holmmes, por su lado, se desencajó en risotadas intermitentes que le robaron el habla por más de una hora. La imagen de Yesid tomando el sol desnudo y Daniel Gallardo leyendo en una silla a su lado, era lo más didáctico del mundo y cualquier aclaración por parte de Francis o Saúl, habría sido redundar.
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Corre, Francis, corre

Todo había empezado por error, y a partir de esa premisa, todo debería terminar en desastre. Esta fuerte opinión que el Doctor Francis Holmmes tenía sobre la relación entre Daniel Gallardo y Yesid Cáceres era algo más que un arbitrario pronóstico; se trataba de una teoría fundamentada en el conocimiento reciente de esta realidad, a partir de la experiencia.


La forma cómo Francis Holmmes había conocido a Gallardo era ya un mal augurio. Gracias a una jugarreta de Cessair Martínez, Francis no sólo había terminado involucrado con Daniel sino además con Saúl Louis: una dupla bastante desequilibrada, muy a pesar de complementarse. Error. Su primera cita con el paisa había terminado en una reunión de amigos cuando se supone que terminaría con sexo salvaje tè a tè. Ese frío cálculo de Martínez, revelado ahora; meses después, era la prueba de que todo lo que empezaba en caos terminaba en caos, sin importar lo que sucediera en la mitad.


A partir de esa noche Holmmes entró a hacer parte de la vida vertiginosa de Cessair Martínez y sus amigos. Pudo haberse frenado, ante múltiples señales de alerta, pero el estado hipnótico al que lo sometía Cessair le hacía imposible ver más allá de sus narices. Ante los ojos café de Martínez el mundo parecía un vórtice de aventuras y terrenos por descubrir, lo cual enamoraba a Holmmes y lo salvaba de su soledad en aquel puerto exótico. A pesar de haber nacido allí, el médico tenía espirítu citadino; con aires de autosuficiencia, kilómetros de arrogancia y gotas de ateísmo. Se le dificultaba mucho relacionarse con alguien más que Cessair y ‘Ebony & Ivory’ –como llamaba a Daniel y Saúl, respectivamente- ya que compartía con ellos algunos de esos aires, kilómetros y gotas.


El trío, sin embargo, llegaba mucho más allá debido a una locura de cuna compartida y a la desesperación en que los sumía el clima del puerto. Una de esas noches calurosas fue testigo Francis de una escena que quedaría grabada por siempre en su mente. Cessair lo había llevado a su finca, a las afueras del pueblo, siendo acompañados por Saúl y Daniel, por supuesto. Luego de una caminata por los alrededores de la casa campestre Cessair encontró a uno de sus gatos fuera de la casa. Bien sabían los felinos que si esto sucedía sólo podía ocurrir una cosa. Al ver a Cessair, el primer minino intento huir, siendo sujetado por su dueño y lanzado por los aires hasta ir a dar a uno de los campanos de la hacienda. El gato giró como un boomeran y, muerto del susto, quedó pegado de una de las ramas del árbol. Ni siquiera maulló o lloró, sólo permaneció prendado de la rama, presenciando lo que estaba a punto de pasar. Sus otros dos congéneres fueron vistos por Cessair, luego del lanzamiento gatuno, a un lado de la casa, con algo entre sus dientes. Un pájaro había sido cazado por el trío de gatos y era devorado en ese preciso instante. Una vez más Cessair agarró por sorpresa a uno de los animales y, tomando distancia, lo mandó a volar más alto que el anterior, dejándolo en el tejado de la casa. Al tercero lo empezó a perseguir, como si se tratara de una gallina, mientras Daniel y Saúl le gritaban que se calmara y Francis se reía a carcajadas de la persecución. Cessair no logró alcanzar al tercer gato pero corrió tras él por varios minutos e incluso, después de parar, quedó con algunos tics felinos que desconcertaban e intrigaban a Francis. ¿Qué había en este comportamiento insano de Cessair que cautivaba tanto a Francis? Nunca, mientras duró su relación, pudo Francis establecerse este cuestionamiento ni, mucho menos, responderlo.


Pero el hacendado no era el único que se comportaba de forma inusual. Poco a poco había logrado Francis adentrarse en la psicología del personaje más complicado y secretivo del grupo: Saúl Louis. Sí. Saúl Louis no era todo sonrisas y donaire como quería hacerse ver; tenía un lado oscuro y cizañero que convertía cualquier situación en chismes e intrigas noveleras que terminaban en confusión y descontrol.


-Yo soy cáncer… ¿Te digo algo? Yo creo que Cessair se está enamorando de ti… -le comentó aquella vez del trío con Fabrizzio.
-¿Por qué lo dices?
-Nunca lo había visto así. Es la primera vez que viaja desde que te conoció y lo veo cada vez más pensativo sobre tu partida. That’s true love!
Francis creyó cada palabra de Saúl pero quiso corroborarlo indagando con Daniel, quien tenía un perfil un poco más confiable –¡error!- aunque algo alucinógeno.
-…Pues supongo que Cessair sale con otra gente…
-Salía con alguien pero creo que ya no más… -dudó un poco Gallardo- Este tipo con el que salía era también paisa y tu sabes lo que pasa cuando dos paisas se juntan…
-¿Qué pasa?
-Hay plomo


Pero mucho más que esto sabía Daniel Gallardo sobre la anterior relación de Cessair. Los detalles los mantuvo ocultos hasta el final porque su misma naturaleza dispersa le hacía imposible captar con atención las señales. Juan David Mazzo, un frustrado fotógrafo paisa, había sido la verdadera razón de los desvelos de Cessair y, a su vez, una conexión más dentro de la constelación seminal que giraba en la cabeza de Gallardo. Mazzo era compañero de trabajo y ex amante de Yesid Cáceres, vitrinista de una empresa de modas, paisa también, y por entonces amante de Gallardo. A pesar de desconocer todos estos datos, en principio, Francis desconfiaba profundamente de Yesid y de su arrastrado acento montañero. La razón en que basaba su desconfianza y que lo hacía pesimista acerca del futuro de la relación Gallardo-Cáceres no era sólo el intuir cualquier conexión maligna entre los paisas sino, además, en una teoría sobre el origen de estos vendedores culebreros.



Teoría de Holmmes sobre el origen de los paisas

Tras las persecuciones de varias culturas hacia el pueblo judío, su exilio lo lleva a distintos parajes del mundo en donde busca protección y una nueva vida. Las cruzadas generaron la expulsión de judíos de España, yendo estos a dar a variados puntos de la virgen América. Los sefardíes, en particular, salieron en 1492 y se asentaron en varios puntos de la geografía latinoamericana, incluyendo, por supuesto, a Colombia.


Según el Doctor Holmmes los sefardíes, en busca de protección y encubrimiento por parte de la nueva tierra que los acogía, propusieron hacerse al cristianismo y evitar así la espada española que los acechaba desde el viejo mundo. Ubicados en el centro y occidente de los andes colombianos, los sefardíes prometieron ser conversos ejemplares y exacerbar las expresiones católicas más emblemáticas. La adoración a los santos, la persignación constante, las vírgenes, la mojigatería, el embrollo truculento sobre la vida ajena y la deslealtad, fueron algunos de los puntos mejor asimilados por los sefardíes, ya en terrenos latinoamericanos. Estos estigmas se convirtieron en el sello del posteriormente nombrado pueblo paisa, que bien supo combinar el fanatismo católico con algunas de las características base de los judíos: buenos vendedores y negociantes, encantadores de serpientes y dicharacheros.


La cultura antioqueña, autodenominada ‘guerrera’ y emprendedora, tiene sus antecedentes en los pueblos de Andalucía, Cataluña y Extremadura, casualmente los mismos donde estuvieron radicados por decenios los sefardíes. Medellín, capital de Antioquia, recibe su nombre de Medellín de Badajoz, en Extremadura y el municipio de Cáceres, de la provincia de Cáceres en Valdivia. Una población que prefirió ‘aislarse’ entre las montañas, según el Doctor Holmmes, y que usó esos terrenos difíciles para protegerse de la persecución de la que eran víctimas.


Embaucadores, vivaces y, en ocasiones, auto flagelantes, los paisas se convirtieron en objeto de estudio de Francis Holmmes por varios meses, luego de conocer los casos de Cessair Martínez y Yesid Cáceres, dignos exponentes de este origen. En un viaje realizado a España, en el año de 2007, Francis no sólo pudo conocer la geografía donde los sefardíes se establecieron, sino además, en compañía de su hermana Joanna Holmmes, estudiar otros aspectos comunes entre ambas culturas, concluyendo su indiscutible relación. Joanna se encargó de un análisis de la arquitectura y comida de estos pueblos e incluso se trasladó por varios meses a Lisboa, donde también encontró rastros de los sefardíes, atando cabos con la teoría de su hermano mayor.


Francis y Joanna también realizaron bocetos que mostraban la fisionomía típica de los sefardíes, citando apartes de las conversaciones (de comerciantes) y estableciendo puntos de contacto con sus herederos: los paisas.




Yesid Cáceres. Dibujo a lápiz por Daniel Gallardo

Gallardo se sumaría años después a la investigación suministrando datos sobre varios individuos de la estirpe antioqueña. Sus hallazgos estarían relacionados más con el tamaño y forma de los penes y en cómo predecirlos, basándose en argumentos arbitrarios que, sin embargo, no fallaban. Gallardo también añadió algunos bocetos al estudio junto a algunas clasificaciones fálicas, elaboradas a partir de la orientación de los penes erectos, que Joanna y el Doctor Holmmes descartarían por su falta de seriedad y por rayar en lo obvio.

Penes paisas. Dibujo a lápiz por Daniel Gallardo

El aporte del Doctor Holmmes, en cuestión de anexos, se orientó por borradores de rasgos faciales presentes en ambos orígenes. Dibujos de cejas, narices y labios, se convirtieron en pruebas irrefutables.


La publicación de La Teoría de Holmmes sobre el origen de los Paisas no se dio nunca gracias a la perdida de gran grueso de la información recolectada en un misterioso incendio. La oposición ejercida por el Gobierno Nacional y, en especial, por el Presidente de turno, fue un gran obstáculo para tal fin. Al parecer, el primer mandatario, de origen paisa, no sólo se sintió ofendido y amenazado por las revelaciones del estudio sino que además vio retratado a su hijo en el capítulo V, llamado ‘Homosexualidad Facultativa: ¿Una herencia sefardí?’


La noche del incendio en el bar fue la misma en que Francis fue notificado del incendio de su estudio, en el norte de Bogotá. Allí se encontraba guardada toda la documentación relacionada con la teoría sobre los sefardíes y adicionalmente escritos de Gallardo, quien había emprendido otra investigación con el ánimo de crear caos político. Los detalles de estas dos investigaciones se perdieron en el fuego. Francis no pudo llegar a tiempo, luego de ser alertado, siendo perseguido durante todo el camino por un misterioso vehículo que sólo se desvió cuando el Doctor recibió esta llamada:


-Daniel, voy en el carro, ¿Qué necesitas?
-Hey, acá está Cessair, ¿Tú sabías?
-Me andan persiguiendo unos manes
-¿Persiguiendo como para comerte o persiguiendo como un gato a un ratón de laboratorio?
-Vienen en un carro detrás de mí
-Por eso, ¿pero quieren comerte o no?
-¡Maldita sea! ¿Cuánto sexo puede tener una persona, Daniel?


Y se escucharon risas al otro lado de la línea. Sin embargo, el tema del que hablaba Francis era más serio del que alcanzaba a imaginar Gallardo; de mente enferma por el sexo. La persecución de la que era víctima el Doctor Holmmes era originada por los documentos que manejaba y que estaba a punto –dejando su ética y reputación a un lado- de publicar. Francis tomó la primera curva de desvío de la avenida, cruzando el puente que daba a una nueva vía que comunicaba hacia el estudio en llamas. Los tipos hicieron lo mismo y lo siguieron a lenta velocidad incluso cuando Francis tuvo que desacelerar para contestar una nueva llamada en su celular.


-Dime que sí
-¿Saúl?
-Dimequemevasaacompañarestanochealbarquevahaberunencuentroentre La que empieza por Té y termina en Leche y Cessair Martínez –dijo casi sin respirar Saúl.
-¿Yesid y Cessair?
-¿Vienes o no?
-Me están persiguiendo
-¿Tu te estás escuchando lo que estás diciendo? Tengo que colgar no tengo muchos minutos, byebyebye.


Los tipos aún lo seguían. El automóvil se le pareció mucho a aquel que Saúl y Daniel habían rayado una noche borrachos. Gracias a Eván se habían colado en una exclusiva fiesta de maricones y con sorpresa se habían topado con Albeiro Rondón, político paisa ex amante de Saúl, y con unos tragos encima habían bajado hasta el parqueadero para escribir, con una tapa de refresco, sobre las puertas de su camioneta polarizada: ‘maricón’ y ‘Albeiro Rondón Presidente’. Logrando su cometido el par se retiró de la fiesta muy amablemente y Evan esperó media hora más simplemente para ver la reacción de Rondón ante la travesura. Francis escuchó, al otro lado de la línea, esa misma risotada molesta que Evan Rincón utilizaba en cualquier situación de triunfo, perversión, burla y hasta felicidad. Era una risa muy sonora, molesta, que imitaba las de las brujas malvadas de las películas de Disney combinada con el desequilibrio mental de una villana de telenovela venezolana.


-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah, jajajajajajajajaajajajajaGagagagagagaga, -en los gagas iba bajando el tono agudísimo hasta llegar a un barítono – ¡Te vas a morir con la matazón que voy a hacer! – continuó.
-¿Estás con Daniel?
-Me lo acabo de encontrar. ¿Tú no vienes? Esto está divino acá: todos los amantes reunidos. Está Cessair, destruido así y de todo, está La que empieza en Té y termina en Leche ¿La Yamid es?
-Yesid
-Esa misma. ¿Tú te acuerdas del novio tuyo que no sabía leer? ¿Pequé era que se llamaba? ¿Gogó?
-Debes estar con Daniel porque ya se te pegó la cacofonía
-¡Que de lo peort! Ya te lo paso, mi amort


Gallardo no alcanzó a escuchar de nuevo la voz de Francis, quien con dificultad conducía, hablaba por el móvil y vigilaba por el retrovisor a sus persecutores. Tuvo que lanzar el celular hacia la silla del acompañante y recordó la noche en que Evan Rincón le gritó ‘!Corre, Francis corre!’, luego de salir despavorido por una pelea de lesbianas en el bar del pueblo y soltar la risotada malévola que lo caracterizaba. Francis alcanzó a sonreír encontrándose con la imagen de su estudio en llamas y una calle vacía en el retrovisor: la camioneta familiar lo había dejado de seguir. ‘Sefardíes’, fue lo que pensó aún absorto por las llamas. Todos los registros de la Teoría Holmmes sobre el origen de los Paisas quedaron en cenizas y la información que se pudo rescatar fue consignada por Joanna Holmmes, años después, en un libro de recetas de cocina costeña colombiana, publicado en España, en el que utilizó el mensaje subliminal para develar estos secretos. Las historietas que dibujaba su novio, un artista español, también hicieron parte de la campaña de divulgación de la teoría. Títulos como El Tesoro de la Montaña Sefardí –incluyendo alusiones al Centro Comercial El Tesoro, en Medellín- y Los fríjoles mágicos de Alezis Steven, en donde se retrataban apartes de la jerga paisa, con palabras como Tazi (Taxi), Alezis (Alexis), Home (Hombre), Eh Ave María Pues (bastante conocida), Dotor (Como en Doctor Francis Holmmes) Pesi (Pepsi) y Ezito (para expresar Éxito y excito, a la vez) fueron un –valga la redundancia- éxito en Europa del Este y Sudáfrica, donde no se tomaron como material serio de denuncia. A pesar de ello, entre algunos círculos si se estableció la relación paisa-sefardí, sobre todo porque a muchos sí le sonaban estos modismos de la lengua castellana como algo muy judío.
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Preludio


A Belma


Se bañaba en el patio, caída la tarde, justo cuando el sol empezaba marcharse; cuando su pudor se agachaba y su verga se izaba como en despedida misal. Como lo beatos en procesión, dándose golpes de pecho. Los gemelos lo miraban excitarse, desde un árbol de chirimoyas, amarillentas y pecosas, así las caras de los niños; tal cual sus sexos: pequeños, pre-desarrollados, a punto de salir volando como pájaros. No se ocultaban para detallarlo. Examinaban a fondo su cuerpo: delgado, nervudo, lleno de líneas y de marcas, pecas aleatorias, planetoides regados. Estrecho de caderas, con piernas flacas y rectas que se clavaban al piso una vez quieto y que casi lo levantaban por los aires cuando el sujeto caminaba. No podría calcularse su verdadera edad, ni vestido ni desnudo, gracias a una mirada infantil, perdida y dolorosa, y a su vez severa e implacable. No obstante, sus anchos hombros y brazos de madera, que exhibía de forma dominante, hicieron que los gemelos presumieran que este joven se acercaba lenta y vigorosamente a una segunda madurez.

Se hacía el de la vista gorda cuando le espiaban y se sumergía acalorado en una tina de metal que ponía en la mitad del patio, cubierto a pedazos de maleza y con lirios en su entrada, y cerraba los ojos para relajarse –y posiblemente masturbarse- mientras los gemelos se acercaban y le hacían correrse bajo las aguas jabonosas del improvisado estanque. Se comían el semen que quedaba entre las burbujas y salían corriendo de vuelta al árbol de chirimoyas. Se perdían entre risas, cuando finalmente el sol se sumergía, y no volvían hasta el día siguiente, a esa exacta hora –siendo algunas veces impuntuales- sin dejar de lado sus gracias para con él: Daniel Gallardo. Descubrió un día que las caricias que imprimía sobre su pene seguían el ritmo de alguien más y no el suyo, que eran llevadas por algo que simulaba una suave brisa, sobre aquellas aguas de espuma de jabón, y que se volvían torbellino al empezar la retirada del día.

Su tía, una viejita solemne de baja estatura, los escuchaba pero se hacía la sorda. Incluso cuando Daniel le hablaba para preguntarle si haría jugo de chirimoya, la tía estaba tan hundida en sus pensamientos, que perdía el oído parcialmente, y escuchaba sólo ecos de todo el mundo: de sus propios recuerdos, de su preocupación y de sus muertos. De sus difuntos, Cayetano y Mayito, marido y hermana; y de los hijos que no pudo tener y se inventó. De sus sobrinos solitarios y perdidos, de ‘mala sangre’, que al morir Mayito ella había heredado, comprometiéndose a proteger sin descanso. Daniel era el segundo de los tres. Los gemelos enloquecieron de celos cuando la atención de la madre recayó sobre el sobrino recién llegado, herido y desolado, y se olvidó para siempre de ellos. Por eso soplaban sobre las aguas de la tina y se lo llevaban lejos de todo lugar conocido. La parejita, macho y hembra, terriblemente amarilla, ya por la luz del sol o de la luna, se burlaba de su madre acechándola en pesadillas que la hacían hablar dormida y llamar el nombre de sus sobrinos incesantemente, como tratando de protegerlos de algún peligro. ‘Daniel, Daniel, Daniel’, repetía más. Él trataba de despertarla, llamándola por su primer nombre: ‘Belma, Belma’, como ronco y a susurros. Nunca la sacaba de su trance pero hacía que se le pasara la habladera un poco. Belma quedaba como rezando en voz baja cualquier misterio sin sentido, espantando las risas de los gemelos, que ahora se escuchaban no en la casa ni en el patio, sino debajo del mar. Un mar en el que se perdía Daniel, en remolinos infinitos.

Al día siguiente se resentía porque sus sobrinos no le llamaban tía e invocaba el nombre de sus muertos en protección. Los gemelos aparecían, como recién bañados, a la cita habitual, haciendo de las suyas, una vez más, con Daniel. A él lo ponían de un humor decadente: se levantaba tarde, luego de haber dormido pocas horas, desvelado por los alaridos de Belma, y luego alucinando con los gemelos que lo visitaban a diario. Sin embargo, lograba conservar cierto vigor, sobre todo sexual, que desaforaba en frente de los niños. A veces se acordaba de su madre, Mayito, quien también en sueños e ilusiones se le aparecía, negándole la mirada, como decepcionada. Eso le impedía tomar un sueño profundo y le tornaba en alguien silencioso y desprendido, taciturno, que se entregaba a la lectura de reseñas funerarias que aparecían en la prensa. Miraba los nombres de los fallecidos, los pésames de amigos y familiares, y calculaba sus edades en la mente, muchas veces tratando de relacionar sus días de nacimiento con los de sus muertes. Se bañaba al final del día, siempre sumergido en su tina, acompañado invariablemente por los gemelos. En contadas ocasiones los saludó, a pesar de no verlos, y les armó conversación sin recibir ninguna respuesta profunda de la parejita.
-¿Por qué están aquí?
-Porque ella es nuestra madre
-Ella es mi tía. Mi madre está muerta –les respondía ofuscado- ¿Por qué no me dejan descansar?

Los gemelos no respondían más. Se reían y empezaban cualquier juego inocente en la copa del árbol de chirimoyas. Mientras subían iban mostrando sus genitales apagados, para nada colgantes, que asomaban sutil vello. Daniel sospechaba del árbol pero se olvidaba de aquella idea apenas los gemelos le sometían con caricias. Era entonces cuando se ponía duro y los niños venían a mamársela con locura, a masturbarle con rabia, levantando un tierrero en mitad del patio. Los lirios de la entrada alcanzaban a quedar empolvados y debajo de la tierra revuelta. Belma siempre pensó que se trataba de la perra: una chandosa que habitaba amarrada durante todo el día y que era liberada a la hora en que el sol caía. La perra salía como huyendo, desde un cuarto de san alejo al fondo del patio, e iba a dar a los lirios, medio ladrando, medio aullando, siempre jadeante. Daniel había decidido bautizarla tras preguntarle a Belma el nombre del animal.

-¿Cómo se llama la perra?
-¿Cómo? –gritó la tía sorda.
-¿Qué si cómo se llama la perra? –gritó Daniel.
-No sé

Fue entonces cuando Daniel dijo que la bautizaría bajo el nombre de Némesis María, en honor a una muerta desconocida, con cuyo cartel se había topado, pegado a la pared de una casa vieja. La caminata de ese día la había emprendido con su hermano menor, de visita entonces, quien le señaló el cartel en son de burla y fue, realmente, el primero en sugerir el bautizo de la canina. Él la bañó con una manguera y Daniel recitó en voz alta: ‘Yo te bautizo: Némesis María’. Tendrían que repetir el ritual cuando se enteraran de que, de hecho, Belma si le tenía un nombre al animal: Muñeca.

-Yo te bautizo Némesis María Muñeca – y se persignaban los hermanos, muertos de la risa. El menor partiría al poco tiempo, dejando solos a la tía Belma y a Daniel, que armaban telarañas de silencios y delirios.

Aquella casa parecía que iba a venirse abajo en cualquier momento se sostenía en su estructura de bareque y palma, sin importar los aguaceros cargados de brisa o las inundaciones que acechaban por el patio en aquel mes de agosto. Era como un ente viviente ese lugar. Daniel se conocía de memoria la historia de la casa de Belma. Había sido la primera funeraria del pueblo, propiedad de sus familiares maternos, y hace más de 30 años que su tía se había pasado a vivir allí. Los muertos, entonces, eran conservados en bloques de hielo, esperando la llegada de un ataúd que se hacía según ocurría el deceso de una persona. En el cuarto donde permanecía amarrada Némesis María Muñeca, se hallaban varios pedazos de madera vieja que alguna vez estuvo destinada para hacer cofres mortuorios. Vivía muerta del susto la perra, sobre todo cuando aparecían los gemelos, y sólo les ladraba cuando terminaban su visita y desaparecían ligeros, juntándose con las últimas nubes. Daniel la ignoraba, hasta que un día la vio cavando un hueco, al lado del árbol de chirimoyas, y levantando la mirada hacía él, sin ladrar ni jadear, muy seria, como queriendo ir a buscarlo. Daniel se hincó entonces, al lado de la perra, desnudo, y empezó a escarbar, endemoniado, arrancando con sus manos pedazos de tierra e incluso llegando a las mismas raíces del frutal. Vio a Némesis enfurecerse, oyéndose ya las voces de los gemelos. Pronto bajaron al lado de Daniel, quien exponía su culo al aire, y empezaron a juguetear con cosquillas y nalgadas que lo distraían de su afanada carrera bajo tierra. Empezaron a morderle entonces por todo lado. Némesis les ladraba para ahuyentarlos pero nada hacía. Empezó a correr para captar su atención y los niños la miraron por algunos segundos. Daniel puso entonces sus manos sobre las raíces y logró torcer el árbol desde abajo, tumbándolo a un lado de los lirios, sobre unas piedras. Los gemelos gritaron adoloridos y se tiraron sobre el árbol a llorar. Daniel miró al fondo de la fosa: había huesos pequeños, dos calaveras miniatura y rastrojos malolientes.
-Daniel, Daniel, Daniel –oyó la voz de Belma. Se descubrió desnudo y entierrado, mientras su tía lo buscaba entre el polvorín, asustada por el estruendo.

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