Chapinero del Amor IV: Phenomena
Una ciudad solitaria en la que sólo se escucha el rugir de vehículos a kilómetros. Arnoldo delira frente al volante: ardiendo en fiebre, mordiéndose los labios, botando grandes gotas de sudor de su calva. A su lado, Saúl Louis tiembla, pero no en estado febril; su apuro es otro: el de salir corriendo, el del temor hacia Chapinero, el temor por el pichirilo averiado de Arnoldo. El vehículo está detenido a dos cuadras largas del edificio en donde vive, ese lugar penitenciario de olor a creolina y con una virgen de 60 de alto a la entrada. ¿Es una virgen del Carmen? No. La virgen del Carmen es como morenita, según recuerda Saúl Louis. Esta debe ser como la María standard; algo así como la Mujer Maravilla de tiara y calzones de estrellitas, sin capa de gala o traje de buceo. La clásica. Sin pecado concebido. Pararse y salir corriendo es una opción al caer la tarde pero Saúl duda por Arnoldo. No ha vuelto a abrir los ojos y sólo sabe que está vivo por los espasmos que tiene cada 5 o 6 segundos. Su boca ha pasado de estar reseca a botar un espumero que alcanza a excitar a Saúl. Podría ser producto del mal de rabia o algo: luego de haber sido mordido por ese perro, hace una hora, Arnoldo había empezado a sudar y a consumir más píldoras de su guantera. Valium y esas cosas, que decía que lo calmaban.
-¿Estás bien? –pregunta sin respuesta.
Los quejidos de Arnoldo ahora se han vuelto una especie de ronquido gutural tenebroso hard-rock-café-Slayer-Korn-Marilyn-Manson. Tal vez lo estaba asustando a propósito fingiendo estar poseído por fuerzas demoníacas. Tanto mensaje subliminal en ese rock pesado que le gustaba y algún tornillo debía tener suelto. Pero así le gustaba y, a pesar de que hoy no le había servido carimañolas al almuerzo, ya sentía que lo amaba. Un sentimiento tan fuerte como ese metal, dañino para los oídos y que sonaba en la… ¿En la radio? En la radio nada. Las convulsiones de Arnoldo que se intensificaban. ¿Y si llamas a Francis Holmmes? El debe saber qué hacer en caso de mal de rabia y eso. Al fin y al cabo es médico. ¿O eso es trabajo de veterinarios? Nunca debieron haber parado para recoger a ese perro que agonizaba en el camino. Nunca nunca nunca. Si no fuera por el perro del mal, ahora Arnoldo estaría amando a Saúl Louis y mordiéndolo sus partes nobles. Escupiéndole la cara con esa saliva pastosa.
No hay comunicación con Francis o nadie más.
Saúl Louis sale a la calle y teme no estar vestido para la ocasión. Hace frío y él sólo lleva un suéter a rayas que no combina con el ambiente sepulcral de Chapinero. Abre la puerta de Arnoldo y lo ve retorcerse. No es broma: realmente va a quedar viudo antes de tiempo. Lo toma por el brazo y a cuestas lo empieza a mover por la calle. Pasos lentos y Arnoldo en un trance desconocido, delirante, hablando cosas sin sentido. El estado físico de Saúl está siendo puesto a prueba y la llenura del almuerzo no lo deja avanzar rápidamente. Escucha algo parecido a voces que se acercan desde calles arriba y no confía en que se trate de amigos. Los pies de Arnoldo se arrastran y pesa como un saco de anfetaminas. No, no es cierto, las anfetaminas no pueden pesar tanto. Lo lleva en su hombro tratando de no ensuciar el suéter a rayas con las babas de Arnoldo. Una cuadra más y podrán estar a salvo, de lo que sea qué pasa, una vez adentro del edificio: protegidos por la virgencita. De una calle empinada se acerca una turba. La gritería se intensifica a medida que Saúl se mueve con renovada velocidad.
Gente mal vestida, como pobre, que tal vez necesitaba su ayuda en aspectos de moda. Eso piensa Saúl, tal vez lo que buscan es robarle sus pantalones baggy, sus calcetines azul lapicero, sus calzoncillos de elástico gentil, su bufanda que da tres vueltas. Jamás. Con Arnoldo a cuestas, babeando su hombro, Saúl trata de moverse en dirección a su casa. Dos, tres puertas más y ahí está la puerta metálica.
-Ok. –suspira Saúl- Las llaves, las llaves. Te voy a dejar un momento recostado, ¿ok?
Arnoldo no responde. Sólo yace a un lado de la puerta mientras Saúl rebusca en sus bolsillos las llaves de la puerta. El gentío se acerca, sucio, maloliente, con un hedor que se percibe desde donde se encuentran, a menos de 30 metros de Saúl y Arnoldo. Ya los han visto y caminan todos fijos en su dirección. Son más de 40, presume Saúl, y tienen sin duda un problema escogiendo sus accesorios: ninguno usa una bufanda, a pesar del fuerte viento, ni las mujeres llevan balacas para evitar que sus cabellos se ricen por el inclemente clima bogotano. Algo pasa. Por el contrario todos han decidido venirse trashy hoy, a pesar de ser viernes.
Saúl apura el cerrojo y con fuerza de mongólico empuja la puerta de metal. La gritería de los malvestidos aumenta así como su carrera. La puerta se abre y Saúl toma por el brazo a Arnoldo. La multitud choca contra la puerta y se escuchan gemidos, roncos, profundos, parecidos a los que empieza a emitir Arnoldo.
Esto se pone serio, esto realmente se pone serio, Saúl. Esta gente parece sacada de un almacén de rebajas ubicado en el lower Chapinero. La forma en que golpean la puerta no es normal y los gruñidos pueden ser producto de haber comido mucha lechona. Mala señal. ¿Y Arnoldo? Una tos incontenible lo ataca, al pie de las escaleras, haciéndolo botar coágulos por la boca. El hedor de la horda invade el pasillo: un olor a sarna y papaya picha que le revuelve las tripas a Saúl. Toma de nuevo por el brazo a Arnoldo y esta vez lo monta en su espalda. Al fondo de las escaleras está la Virgen inmaculada, orando por todos y llorando sangre.
Empujones en la puerta y Saúl no sabe qué hacer. Toma a Arnoldo por las axilas, oh sexies axilas peludas y sudorosas, y lo sigue arrastrando por las escalas. Hacia la primera estación, con la virgencita. Saúl suda frío y una gota se desliza por toda su espina dorsal, cayendo en la raja de su yuyu y poniéndolo de rodillas. La horda de malvestidos se ha calmado pero el hedor no desaparece. No deben saber lo qué es un Carolina Herrera o un patxuli, si acaso sabrán lo que habrá sido Dorado, el jabón de la belleza colombiana.
-Santa Mujer Maravilla, sin pecado concebido, tú que todo lo puedes: espanta esta gente puerca de mi vista y llévame a salvo con Arnoldo.
La virgen continúa llorando. Sólo se adivinan siluetas por debajo de la puerta, siluetas que se alejan y la gritería que se apaga. Todos sabían que esto pasaría algún día, que Chapinero se llenaría de ñeros y ya no habría vuelta atrás. Tendrían que haberlos eliminado y así no estaría con Arnoldo en esta situación. Que eliminen a los ñeros y de paso le peguen una barrida a las calles, que están bien sucias. Segunda vuelta. Vamos, Arnoldo, ayúdame a subir hasta el apartamento.
Las cosas en el apartamento están fuera de lugar. Todo regado por el piso, toda la ropa revuelta: como si Daniel Gallardo hubiese estado aquí hace poco. Pero es imposible que haya estado porque se había ido de viaje y nadie había vuelto a saber de él. Saúl pone a Arnoldo sobre la cama y lo cubre con una cobija. Ahora parece más tranquilo, ha dejado de sudar, aunque su cuerpo permanece muy caliente. Eso le da ideas a Saúl Louis. Pone un beso sobre los labios babosos de Arnoldo y promete regresar pronto.
-Voy a la terraza a buscar con qué organizar este desorden. Prometo regresar pronto.
A diferencia de su apartamento, la terraza está limpia; recién lavada por un aguacero. Saúl teme asomarse y ver que efectivamente los malvestidos no se han ido. Se hace a un lado del muro y lanza una rápida mirada: el grupo está regado por la calle y miran hacia arriba, como buscando algo. Como buscándolo. Hay un incendio en la otra esquina y el humo empieza a llegar hasta la terraza.
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