Nuevo año contigo

Doceavo piso. 1 de enero de cualquier año cercano al fin del mundo. No queda nadie en las calles del pueblo. Son las 5:56 y aún no acaba de amanecer. Todavía persiste ese color azuloso en el ambiente y adentro, en la habitación, dos hombres: uno de rodillas, el otro de pie.

-¿Sabés por qué no había llegado este momento? –pregunta Alexander Lozada, de rodillas.

-¿Por qué aún no era mi cumpleaños? –replica Gallardo.

-Tiene nombre y apellido: Yesid Cáceres

-Siempre lo supe y entendía que desconfiaras, sobre todo si me la pasaba hablando de él e ideando formas de vengarme. Pero he cambiado…

Daniel Gallardo aspira un poco de coca y se sienta sobre la cama. Evita encontrarse con la mirada de Alex, para poder seguir mintiendo. Alex se pone de pie y vuelve a preguntar.

-¿Querés que te cuente algo?

Las confesiones generaban absurdas erecciones en Gallardo. Asintió y mientras Alex daba vueltas por la habitación buscando otro trago, su imaginación voló, llevándolo a imaginar cualquier terrible secreto acerca de Cáceres o la revelación de un final alternativo para la telenovela de las 8.

-¿A vos te pasó algo de niño? Algo que no quieras recordar pero que esté ahí presente… -volvió a indagar Alex, pasándole un vaso de Whisky a Gallardo.

-No lo sé. Mi niñez fue muy común: frustración, colección de súper héroes, una madre hippie, un padre malgeniado, satanismo y masturbación contra almohadas. Nada del otro mundo. ¿Por qué? –moqueó un poco Gallardo.

-Algo como que tú tío te tocara y te la metiera. Nunca le había contado esto a nadie pero cuando tengo sexo, intento por todos los modos revivir los encuentros con mi tío. Ahí tiene su historia, señor periodista. –Terminó Alex y aspiró una línea de coca sobre la mesa de noche. Gallardo le siguió y dudó en abrazarlo. Se quedó mirándolo fijo y entonces entendió: Alex quería recrear la escena con su tío.

-Pues no sé qué tan bien lo haga yo de tío pero podríamos intentarlo- el final de la frase se alargó tornando la voz de Gallardo en un gemido robótico-erótico provocado por una mamada que Alex le  empezaba a proporcionar. Gallardo se fue inclinando hacia atrás, sin dejar caer la cabeza y observó la escena mientras todo afuera se tornaba rojizo. La terraza era cubierta por extraños rayos solares y el amanecer de ese primer día del año inquietaba a Gallardo.

-Espera –dijo a Alex –Salgamos a la terraza.

Alex se sentó a un lado de la cama y empezó a sollozar. Nunca lo había visto Gallardo tan vulnerable, así que lo tomó contra su hombro y le dijo que creía que estaba enamorado.

-Creo que estoy enamorado –así lo hizo.

Se puso de pie y tomó del vaso de whisky en el que ya se había derretido gran cantidad de hielo. Sorbió un poco e hizo mala cara: el whisky le parecía inmundo y el simple olor lo mareaba. Empezó a desabotonarse la camisa mientras Alex miraba hacia al piso. Gallardo empezó a dar vueltas por la habitación y finalmente se asomó a la terraza. Alex lo siguió. No empezaba aún el calor común del pueblo y una brisita que venía del río movía los árboles y llegaba hasta las axilas de Daniel Gallardo. Había puesto las manos detrás de la cabeza y miraba hacia la rivera, por el malecón, desde la terraza del doceavo piso. Volvió a repetir:

-Creo que estoy enamorado

-Eso ya lo dijiste

-Aquella vez que estuve con Yesid en la playa no se parece en nada a cuándo estuve contigo  y quiero dejar todo claro entre nosotros antes de irme. Estoy hablando desde el corazón, Alex: la conexión que siento contigo es imposible con Yesid, ni está ligada a tu relación con él, ni nada. Es fabuloso empezar este nuevo año contigo.

Alex desabotonaba ahora su camisa y dejaba al descubierto su pecho peludo. Miró a Gallardo con sonrisa torcida y le dio un beso. Las lenguas se revolvieron un rato y los hicieron perder un millón de calorías. Gallardo parecía más delgado que de costumbre y como vio que era bueno dijo: háganse las rayas de perico.

Alexander Lozada caminó hacia la habitación en busca de la coca. También quería servir algo de whisky para Gallardo que se había quedado seco. Volteó y lo vio sentarse en el borde de la terraza. Miraba hacia abajo, con las manos apoyadas sobre el muro de cemento y su vaso vacío a un lado. Sólo había un carro parqueado a la entrada del edificio. Para Alex las noches con Gallardo habían resultado realmente especiales por esa facilidad que tenían ambos de insultarse todo el tiempo y no sentirse ofendidos. Este amanecer, sin embargo, lo encontraba particularmente dócil y le agradó esa sensación. Encontró la coca y dispuso varias líneas sobre la mesa. Miró a Gallardo de reojo y  vio como tomaba con desdén el vaso vacío. Se lo llevó hasta la boca y en busca de algo más de whisky, inclinando su cabeza hacia atrás. El polvo de la coca atravesaba un billete de 20 mil pesos para llegar a la fosa nasal de Alex cuando el cuerpo de Gallardo se iba hacía el vacío. Alex corrió una maratón entre la habitación y la terraza: Gallardo caía inevitablemente, con lo que quedaba de whisky regándose en su cara y su mano izquierda arrancando pedazos de pintura del borde. Para cuando Alex se asomó, ya la figura de Gallardo se precipitaba hacia el pavimento.

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