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Double Babel: El Francés de Francis

Su boca, de labios delgados y sonrisa perfecta. Los ojos grandes y verdosos debajo del cabello castaño, de visos dorados y medio ensortijado. Esa era la imagen que había quedado en la mente del Doctor Francis Holmmes de su amor imposible: Faustin. Ese rostro perfecto que se descomponía, cuando Francis lo penetraba, haciendo muecas de dolor que, ahora, eran parte de las alucinaciones del médico. La cara de Faustin tomaba un rictus particular, casi de sufrimiento, sonrojándose y apretando un poco los labios, esos pequeños labios, para dejar entrever los dientes. El estudio anatómico fue memorizado y repetido millones de veces por Francis, incluso aquella tarde en que supo que se verían de nuevo. Hacía seis meses se habían separado, debido a un viaje de estudios de Faustin, y Francis se entregaba ahora a sus múltiples actividades lúdicas y académicas y al amor –oh tonto amor- de otro médico, aficionado al vampirismo. Huyendo de la mediocridad, colgado de un arnés en su clase de escalada, fue interrumpido por el mensaje que anunciaba la visita de Faustin.

‘6:00 PM. ¿Podemos vernos? Voy con un amigo’

Firmaba Faustin. Francis se deslizó por la cuerda tipeando la respuesta al mensaje desde su celular: 'Por supuesto. Yo también llevaré a alguien', y meditó sobre esta última afirmación ya tocando el suelo, luego de presionar la tecla 'Send'. ¿A quién llevaría Francis Holmmes a esta cita doble? Ni pensar en Evan Rincón, con toda su indumentaria y efervescencia terminaría ahuyentando a Faustin y haciendo de la noche uno de sus programas radiales, llenos de fanfarria y protagonismo. ¿Podría ser Saúl Louis? Era comedido y respetuoso, en exceso sonriente, y lo suficientemente pacato como para atreverse a tener algún tipo de participación relevante en cualquier circunstancia. Sin embargo, inconforme y problemático, podía resultar con alguna desconfianza infundada hacia Faustin, o hacia su acompañante, y salir huyendo, víctima de la paranoia nocturna.

-Lleva a Daniel –le dijo su hermana, Joanna.
-¿Daniel?
-Sí. Está siempre disponible y le simpatiza a los extranjeros.
-Y a él le simpatizan también.

Faustin era francés, sociólogo, y políglota al igual que Francis. No estaba equivocada Joanna cuando recomendó a Daniel Gallardo como el cuarto restante, ya que poseía facilidad con esa y otras lenguas, y de seguro el acompañante incógnito del francés quedaría encantado. No se negaría Gallardo a una cita doble, y además a ciegas, ya que no sólo amaba las orgías y otras multitudes, sino también lo exótico y desconocido.

-¿De dónde es el amigo? –preguntó cuando Francis lo invitó.
-Es asiático, me cuenta Faustin. Dime de una buena vez si vas a ir – exigió el Doctor, desesperado ante la curiosidad de Daniel.
-No estoy de acuerdo con lo qué pretendes hacerle al médico del vampirismo. Bien sabes lo que pienso de la infidelidad y, sobre todo, de la falta de moral en tus actos.

La sátira de Gallardo fue el sí rotundo que necesitaba Francis.
Media hora antes del encuentro, Francis refrescó la memoria de Daniel, contándole cómo había conocido a Faustin en una de sus clases alternas y, que tan pronto estuvieron a solas, no dudó en abalanzársele y tener sexo con él por los próximos meses. Fue la relación más intensa del Doctor, luego de Cessair, pero sin tanta inestabilidad e incertidumbre, logrando enamorarse perdidamente. Eso y más pensaba confesarle a su francés, relató Francis a Daniel.

-Y él se morirá de amor por ti, adoptarán niños africanos y yo podré, por fin, tirarme a mi primer asiático. ¡Parfait!
Francis ignoraba el frenesí de Gallardo y ahora se concentraba en no lucir demasiado interesado en Faustin. Algo sabía de su nuevo romance y no quería hacerse falsas ilusiones. ‘Y ahora un abrazo, una sonrisa y un enchanté, para saludar al asiático’. Ahí venían: Faustin con su anatomía perfecta y el asiático con cara de asiático, igual a todos. ‘Enchanté’, de todas formas y a tomar algo. Respiró hondo Francis y brindó por el reencuentro.

-¿Y tu nombre es?
-Chang
-Konnichiwa, Chang. Hay algo muy sexy en los nombres asiáticos. ¿Has visto a Bruce Lee? ¡Qué culo! ¡Y qué patadas las que daba! Very sexy. ¿Tú sabes artes marciales, Chang? Debes ser como los de Street Fighter de la Capcom. ¡Unos genios los que hacen esos videojuegos! Asiáticos al fin y al cabo. Muy disciplinados, psicorigídos, severos y sexies. ¡Y la comida! ¡Wow! Muy afrodisíaca. Chop Suey, Sushi. Apuesto a qué has comido sobre un cuerpo desnudo. Yo estoy escribiendo un artículo sobre comida asiática y sexualidad en el lejano oriente y estos episodios de desnudez no sabes lo que me interesan. Tal vez puedas ayudarme, Chang…

Francis se alejó de la arremetida de conquista de Daniel Gallardo para hundirse en los hoyuelos de Faustin, quien tomaba de su trago, con sus labios delgaditos, saboreando cada sorbo espumoso por largo tiempo, eternidades para Francis. Soltaba una gran sonrisa y miraba de reojo a Francis, pero escuchando atento la retahíla de Gallardo.

-Ça va, ces vacances? – irrumpió en tímido francés, Francis.

-Muy bien. Descansando. Extrañando a mi novio.

Por más que Francis intentó demostrar impasibilidad ante el comentario de Faustin le fue imposible. Logró desencajarse un poco y perder la correcta postura que siempre ocupaba. El alcohol ya lo sometía un poco y sentía que iba a perder los estribos en cualquier momento. Pudo reponerse con una amable sonrisa y agregando un ‘Muy interesante’, como respuesta a Faustin.

-Mi mejor amigo Saúl Louis le teme a los asiáticos. En particular a las mujeres y, sobre todo, a las geishas. ¿Son como medio travestidas estas mujeres, no? A Saúl también le dan miedo las travestis. ¡Estaría muerto del susto viendo este show! Las mujeres embarazadas también lo asustan ¿Puedes creerlo, Chang? ¡Se volvería loco en Oriente! Con toda esa superpoblación debe haber montones de mujeres embarazadas. Ese es un buen tema para escribir: Travestis Asiáticas Embarazadas.

Los aplausos interrumpieron a Gallardo para recibir a la gran diva de la noche: Tina Carbonell. Vestida con un kimono, a lo geisha, la cara pintada y las sandalias altas, típicas de las maestras del amor oriental. Era noche de karaoke y Tina era la encargada de conducir el concurso.
-Konnichiwa, mis espectadoles. Hoy es noche de kalaoke en nuestlo bal –Sonó un gong al fondo- Es la opoltunidad pelfecta pala que le canten al amol y muestlen su glande talento flente a este fabuloso público. Veo algunos conocidos flente al escenalio.
Tina señaló con su uña de acrílico a Francis Holmmes, gritando su nombre por el micrófono y eligiéndolo como su cuota participante de la noche. Las habilidades del médico para el canto eran conocidas y cuando se trataba de rockolas o karaokes era inevitable resistirse a salir al ruedo. Esta vena histriónica la habían reconocido algunos de sus familiares, asegurando que no sólo poseía el don de la sanación, sino el don divino para la música.

-Con ustedes: ¡Flancis!

Noooooooooon, rien de rien
Noooooooooon, je ne regrette rien
ni le bieeeeen qu`on m`a faaaait, ni le maaaaal
tout ca m`est bien egaaaaal

Poseído por el espíritu de Edith Piaf, Francis no sintió timidez ni arrepentimiento al dedicarle este karaoke a Faustin. El francés sólo pudo sentir compasión por Holmmes y en medio del espectáculo se puso de pie y huyó al baño, donde ahora se encontraba Gallardo.

-Ça va, Faustin? Francis está tan amoureux. Escucha esa chanson du amour. Noooooooooon, je ne regrette rieeeeen –cantó Daniel Gallardo mientras hacía uso del orinal.

-
Va te faire foudre! Ta geule!
Daniel Gallardo no pudo entender nada de lo qué dijo Faustin pero supo que se trataba de un insulto. Deseó poder liberar a Francis de este fils de pute pero conquistar el lejano oriente era su único interés por el momento. Era su turno para subir al escenario.

-¿Con qué tema nos deleitalás?

-‘I’m turning japanese’

-運 –Sonó el gong

I've got your picture, I've got your picture
I'd like a million of you all round my cell
I want a doctor to take your picture
So I can look at you from inside as well
You've got me turning up and turning down
And turning in and turning 'round

I'm turning Japanese
I think I'm turning Japanese

Chang no logró entender muy bien el mensaje que intentaba transmitir Daniel Gallardo pero sacó su cámara digital e hizo juntar a Francis y Faustin para registrar el momento kodak, con el converso japonés haciendo karaoke al fondo. Francis extendió su brazo sobre la espalda de Faustin, quien puso cara de preocupación para la foto. Daniel se despidió del público con una venia oriental y caminó a pasitos cortos hasta llegar a la mesa.

-Nos vamos, Francis –informó Faustin.

-¿Por qué se van? –preguntó intrigado Gallardo.

- Va te faire merde, Daniel! –gritó el francés.

Daniel asumió posición de karateca y se puso frente a Francis en defensa. Chang soltó la única carcajada de la noche y tomó otra foto del momento. Francis dio un paso adelante y extendió su mano firme a Faustin.

-Au Revoir, Faustin. Sayonara, Chang.

Los extranjeros se marcharon sin más palabras –en uno u otro idioma- y Francis tomó asiento ofuscado.

-¿Qué pasó? –preguntó Gallardo.

-Nada. Me di cuenta que esto no es La Vie en Rose

-Así son los franceses: con su lengua estilizada y sus ínfulas. Sus narices perfectas y sus cigarros encendidos ¿Quieres que te abrace?

-No es necesario

-Lo siento. Con Saúl esto no habría pasado. ¿Crees que deba llamar al asiático?

-Los asiáticos tienen el pene pequeño. ¿Cuál es tu fascinación con ellos?

-Siempre están haciendo cara de sospecha y… ¿Estás llorando?

-No. Es el karaoke que me pone sentimental…

-¿No me vas a pedir que te abrace?

-Hagamos un dueto mejor…

-¿Cómo una cita doble? ¡Estoy bromeando! Allé
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Ofertorio

Criado por su abuela materna: La Niña Angelina Saussa, Vetto Zucconi había estado rodeado de una gran influencia católica, herencia de ese gran seno italiano. Como resultado, fue enviado como seminarista durante los primeros años de su adolescencia. En aquellos claustros también se dio fe por primera vez de una herencia aún mayor. Muchos de los aprendices de cura describieron la verga de Vetto como ‘descomunal’, ‘monstruosa’ y ‘grandísima’ y no demoró en regarse el rumor y llegar a oídos de uno de los sacerdotes, quien, luego de corroborarlo, decidió que la presencia de aquel demonio entre los hombres de Dios era algo que tenía que evitarse. Vetto vio frustrada la posibilidad de volver a casa de La Niña Angelina Saussa siendo el sacerdote del pueblo.

Su evangelización fue otra a partir de ahí. Tomando como punta de lanza a Santo Tomás de Aquino, Vetto se lanzó a la búsqueda de desahuciados escépticos. Ver para creer, hermano. Es ahí donde aparece un largo listado de conversos de mandíbulas caídas y ojos saltones, efecto generado por la entrada de aquel báculo papal en las cavernas infernales. Los entierros del pueblo, en los que Vetto lideraba la procesión, eran seguidos por otros entierros, en los que las invocaciones al creador también se escuchaban.

Caminando a un lado del río, luego de haber rezado por Alexander y Daniel, Vetto se vio iluminado por lo que parecía un tipo en una moto. El hombre había frenado para orinar al lado de un árbol, a unos pocos metros de donde se encontraba Zucconi. Notó el extraño motociclista esta presencia divina, y enseñó su propio báculo para llamar la atención de Zucconi, hecho a un lado en busca de una mejor vista. El tálamo del motociclista se opacó, luego de haber sido mostrado con tanto orgullo, cuando Vetto puso lo suyo afuera.

¡Díos mío! – fue lo único que pudo articular el desconocido.

Acto seguido se fueron más adentro, justo al lado del río, a realizar el bautizo. Se inclinó el motociclista para ofrecerle su culo a Vetto, quien no dudó en elevar su báculo para expulsar todos los demonios de este no-creyente.

-¿Vetto Zucconi? ¿Eres tú? –dijo el motociclista luego de sentir el poder divino adentro- Pensé que era una mentira. Muchos me hablaban de ti pero yo no creía. ¡Es cierto! ¡Eres tú! ¡Y ahora estás dentro de mí! ¡Sin saberlo, te esperaba, mi Mesías! ¡Bendito Seas! ¡Gloria a Zucconi!

Durante la plegaria salieron los primeros chorros de semen que bañaron los pies del nuevo converso. Vetto desapareció de inmediato, con los calzones aún abajo y la verga tambaleándose como un incensario, persignándose repetitivamente.

-¡Ave María Purísima! –invocó y tuvo una revelación. Uno de los arbustos, entre aquellos matorrales, ardía y el crepitar del fuego inmovilizaba a Zucconi.

-¡Todos se van a quemar! – se oyó un grito espeluznante en la oscuridad. Un viejo famélico era el pirómano histérico que ahora se acercaba a Vetto repitiendo incansable esa frase: Todos se van a quemar. Al lado del hombre ladraba y rabiaba un perro tuerto, famélico igual que su dueño, que en medio de la oscuridad hacía brillar su único ojo azuloso. Vetto empujó al viejo hacia las llamas y escuchó sus alaridos ya corriendo sin aliento por entre ramas y hojas. Salió por fin a la luz y no vio ni al motociclista ni a su moto. Ya no se escuchaban gritos ni ladridos, sin embargo Vetto sintió miedo de voltear y volverse cal y apresuró el paso para desaparecer entre la noche solitaria.

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Plegaria a Zucconi


Se había quedado abriendo y cerrando el ojo de Sandoval cuando se dio cuenta de la hora. Dedicó unos minutos más a esa obturación, que tomaba mayor fuerza cada vez, hasta que logró despertarlo para plantarle un beso en la boca y despedirse. Vetto Zucconi estaba de visita en la ciudad y apremiaba verlo, mucho más que quedarse durmiendo con aquella alma perdida. Zucconi, ferviente católico, había tenido, hace varios meses, lo que ahora consideraba una revelación divina y urgía en comunicarla a Daniel Gallardo, quien ya caminaba rumbo a tal encuentro, recordando el período en que lo conoció y –aún peor- en que Zucconi le había conocido.
Por entonces, Alexander Lozada era quien desvelaba a Daniel Gallardo. Una relación que para los ojos de Vetto era basada en la lujuria y la venganza, ya que ambos tenían los corazones envenenados. Habría de convertirse Vetto Zucconi en la conciencia del Gallardo enamorado pero confundido y rabioso, quien ya no reconocía su intención inicial al involucrarse con Alexander. Pero Vetto si la recordaba y cada vez que lo hacía tenía que rezarse un rosario entero encomendando la seguridad y salud de Alexander e implorando la cordura de Daniel. Como acostumbraba, luego de recitar cada misterio, se iba a dar una vuelta por el puerto del pueblo a ver qué encontraba. Usualmente se le atravesaba algún motociclista que se ofrecía a llevarlo con la intención de que Vetto se lo cogiera en cualquier oscuro matorral al lado del río. Con los canoeros también tuvo varios encuentros, a orillas de ese mismo río, bajo el plenilunio y expulsando susurros como si se tratara de una oscura confesión. Pero, sin importar el escenario o circunstancia, estos amantes pecadores sólo podían tener un recuerdo de Vetto Zucconi: su verga.
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Chapinero del Amor: From Off to On

‘Esta noche en Chapinero del Amor: escucharemos las historias de los enamorados que se atrevan a regalarnos su voz al aire…’ A las 6 de la tarde empezaba el saludo de Evan Rincón a sus oyentes; a los que lo sintonizaban emitiendo desde El Cosmos Stereo. Era la radio de los maricas, de la música de moda, de los chismes, del reguero de plumas y, por supuesto, del amor. Nadie más indicado para conducir la franja romántica que el mismo Evan, quien confundía fácilmente aquel sentimiento con el placer o la comodidad pero siempre dejándose llevar por el torrente desenfrenado que en él provocaba. Las historias que se escuchaban en Chapinero del Amor eran la oportunidad perfecta para recreara su lado maduro, objetivo y profundo mientras amenizaba con éxitos de la plancha.

-Y ahora escuchamos esto de la Guzmán: para aquellos que no han podido superar a ese polvo cósmico.

‘Sin tu lengua envenenando mi garganta’, hacía la fono mímica Evan cuando entró la primera llamada.

-Hola, hablas con DJ Evan, esto es Chapinero del Amor, cuéntanos tu historia.

Hubo silencio. Evan repitió su estribillo hasta que escuchó un tímido ‘Hola, mi nombre es…’ No importó cual era porque Evan reconoció de inmediato la voz de su primo, Saúl Louis.

-Bienvenido, (beep), cuéntanos tu historia…

-Me he enamorado…

Evan escuchó el inicio del relato casi recitándolo mentalmente. Conocía de antemano apartes de la relación de Saúl con Mao. Se habían conocido en una fiesta, organizada por Evan para alguno de sus compañeros en la emisora, y habiendo intercambiado miradas durante gran parte de la noche, el entonces desconocido Mao aprovechó una salida de Saúl del bar para hablarle y cortejarle como este deseaba. Lejos de la multitud, Saúl se sentía seducido y no expuesto a las miradas que adivinarían su coqueteo sutil, soterrado, mojigato, y que siempre daría largas a la entrega total al amante. Por el momento el número telefónico estaría bien para Mao, un cuarentón interesado en los niños lindos y consentidos como Saúl, y al que tampoco le agradaban las multitudes, ni para éste ni para otros fines.
Pasaron semanas antes de que Saúl abriera sus virginales piernas y aceptara las pocas pero bien merecidas embestidas de su mayorete. Y con estos menesteres vino lo más importante: las invitaciones a comer a casa de amigos, introducciones sociales y los pequeños viajes que alimentaron la necesidad de Saúl de volver al nido materno, de ser el niño de mostrar, el hijo único al que los adultos pellizcaban los cachetes regalándole tontos cumplidos y dulces que devoraba hambriento. Ese ánimo de dulzura que su madre diabética le había trasmitido fue lo que produjo muchas de las sorpresas y detalles que Mao le hacía: alguna vez en cama, luego de una suculenta cena, se cocinó un nuevo plato. Esta parte de la historia no la pudo reconocer Evan, al aire, preguntándose si su primo se había chiflado.

-¿Qué era? –preguntó.

-Un juguete…

-¿Cómo un carrito de pilas?

-Sí, tenía pilas –respondió Saúl.

Aquella fue la primera vez que Saúl Louis recibió un vibrador culo arriba. La imagen permanecería por meses en la cabeza de Evan que escuchaba estupefacto, al igual que muchos oyentes de El Cosmos, el relato de su primo. El juguete que había traído Mao era fucsia y electrizaba cada fibra de su noviecito cuando le movía el switch, una vez adentro. Lo sentía en el cráneo. From off to on.

Vinieron las canciones en la ducha para Saúl luego de la reveladora experiencia. Esta clase de amor de juguetería, el nirvana sex-shópico, lo transformó no sólo en un dildo-adicto, si no también en un comprador compulsivo al que le dejó de interesar la desnudez con Mao. El vibrador fue la solución perfecta para todo el engorroso trabajo que representa tener que ‘hacerlo’ con Mao –o con cualquiera- y acortar sus horas sagradas de sueño y encierro. Habiendo conocido el lugar en el que Mao guardaba el juguete, Saúl logró ‘tomarlo prestado’ para conocerlo mejor. Le acarició, le aplicó lubricante y glup. Zum Zum Zum. A la luna con Saúl.

Lo puso de nuevo en su sitio, al día siguiente, pero no pasó una sola noche sin que recordara la sensación, el zumbido, aquel arrullo, que el mismo llegó a imitar dormido, como una paloma. Currucucú. ‘Puuuuuurrrrrrrr’, se oía. ‘Hibernación sexual’, diagnosticaría preocupado el doctor Francis Holmmes. Pero ahora quien realmente se abanicaba sudando frío de preocupación era Evan, sonriendo nervioso, y temiendo cualquier desenlace fatal. En efecto, supo que la fisión de Saúl terminó por desplazar a Mao y una noche…

-¿Qué pasó?

-Me lo robé –confesó Saúl.

-Estoy seguro que lo devolviste después, como la otra vez…

Saúl huyó con su amiguito fucsia y lo metió en su clóset, entre la ropa que su compulsividad le había llevado a comprar, y ahí lo dejó zumbando, con el glande semi-giratorio, y se echó a dormir tranquilo, sirviéndole de arrullo ese mismo zumbido. Se volvió a oir esa noche: ‘puuuuuurrrrrr’, como las palomas.

-Puuuuuuurrrrrr

-Bueno, al parecer hemos perdido contacto con nuestro oyente. Esto es Chapinero del Amor ¡Qué historias las de esta noche de luna llena! No se despeguen de El Cosmos. Vamos a una pausa y ya regresamos.
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Hey, You! Goodlooking!: Tras la mirada de Sandoval

Ya sabía que no llegaría… Ya sabía que era una mentira…’, así rezaba la virgen italiana Pausini cuando Daniel se quedó despierto, esperándolo, y aquel personaje apareció seis horas después. Entró con llave, porque él mismo le había dado, y se echó en la cama a llorar. Lo que tenía era el resultado de una fiesta que había empezado hace una década y aún no cesaba. Tenía los ojos llenos de líneas, como los del Coyote cuando se asusta por el mal uso de un artefacto marca ACME. Uno de ellos era azul y el otro café, a lo David Bowie. Enamorarse de una estrella de rock decadente, como lo era David Sandoval, nunca fue tarea fácil. Fotógrafo de profesión, David frecuentaba el mundillo de fiesteros de la capital revolcándose siempre con the créme of the crop, hasta llegar a convertirse en el alma de la rumba, el bufón del imperio, el borrachín reconocido, que había echado su carrera de años a la basura por irse a New York, a vivir el sueño americano.

De eso ya hacían tres años y aún Sandoval recordaba con nostalgia sus días en la Gran Manzana. ‘Me iba de fiesta todos los días’, le comentaba a Daniel, quien lo miraba con cara de aburrido, sacudiendo levemente la cabeza, de arriba a abajo. Sandoval seguía con el rosario de tragedias y Daniel Gallardo se elevaba, oyendo a Pausini gritar: ‘Son amores… tan extraños que no te dejan ver si serán amor o placer…’. Era su letanía, su mantra, para momentos como ése. Llegaba entonces la parte donde Sandoval le contaba sobre su partida de New York: ‘Me fui a Los Angeles, seis meses después, porque tuve problemas con mi hermana’, quien lo había recibido con la esperanza de obtener apoyo y compañía. ‘Todos los días bebía’, era el mantra de Sandoval, y sólo en sentido figurado porque así mismo David metía, follaba, soplaba y tragaba: perico, con gringos, otra vez perico, y pepitas para pasar la noche, respectivamente, todos los días con sus noches.

Eso fue New York y lo fue también el tener que robarle dinero a la hermana, junto con un reloj caro, para emprender la peregrinación hacia la meca del cine. Algunos dólares fueron, no muchos, los que pagaron el tiquete y le costearon el carnaval por los próximos seis meses.

-Me culparon del robo ¿Puedes creerlo? ¡Mi propia hermana! Por eso salí volado de ahí –En el ‘volado’ se percibía un acento agringado, denigrante y delatador. Daniel lo miraba de lado, aún con cara de aburrido, pretendiendo creerle y enamorarse con locura de este Bowie, del tonto Coyote, del fotógrafo. Se sentía seducido por la imagen de relación que proyectaban: el fotógrafo y el periodista, decadencia y muerte, paranoia y miedo. La explosión creativa era interminable cuando el par se juntaba. Todo adquiría un carácter fotonoticioso, prolífero, veloz, que utilizaban para camuflar una que otra mentira. ‘Transparencia ante todo’, se repetían a cada rato, como si se tratara del slogan de un noticiero independiente y terminaban enredados fornicando y armándose nuevas historias de amores extraños y robos de corazones dignas de un Pullitzer.

No pudo vender el reloj, Sandoval. En cambio lo conservó y le cogió cariño. Era carísimo –según pensaba- y su hermana lo había guardado por ser el único recuerdo de su ex marido gringo. David Sandoval se paseó por West Hollywood con el reloj pero dejó de mirar la hora cuando le gritaron desde una camioneta en movimiento:

-Hey, you! ¡Goodlooking!
Se le abrió una amplia sonrisa al ver a unos rubios conduciendo a velocidad y con la música por encima de sus pensamientos.
-Goooo Weeest! Where the skies are blue! – le cantaban mirando embobados, como a una gema, su ojo azul.

Frenaron para verlo mejor y, sin lugar a dudas, llevárselo en la camioneta. Sandoval no vaciló y tampoco recordó haber visto la hora en que ocurrió aquel encuentro que relataba cada vez a Gallardo.
Apareció sin el reloj carísimo -¿marca ACME?-, en la cama de un hospital, con una raja en el abdomen, producto de una cirugía realizada con el fin de remover un pedazo de metal que le había clavado alguien, no se supo quien ni a qué hora, para quitarle el reloj. ‘El lead de una noticia de un diario sensacionalista’, pensaba Daniel Gallardo. Sandoval se alzaba la camiseta y mostraba la cicatriz hasta el ombligo, su ruta de vuelta a Colombia, con la que despertó del sueño americano. Gallardo la besaba toda, como contando los pasos, excitadísimo, lleno de morbo, más por la historia que por el propio David Sandoval.

Entre las secuelas del incidente se cuentan una paranoia nocturna, que desarrolló insomnio y creación fotográfica en Sandoval y la imposibilidad de volver a cantar y/o escuchar cualquier tema de Pet Shop Boys. Todo trataba de curarlo tomando y metiendo coca y huyendo de la casa de su madre, adonde había vuelto de Estados Unidos.

-Tenía que cuidarme…- le hacía saber a Gallardo. No tenía nada en realidad. Sandoval lo había vendido todo antes del viaje: desde su lujoso apartamento y muebles hasta los equipos fotográficos para lograr su viaje y no volvería a sostener un trabajo que le permitiera solventar sus hábitos de consumo.

-No quiero salir con El Coyote – le repetía siempre Daniel Gallardo. Sandoval ponía cara de preocupación, irremediable, y lo abrazaba tembloroso. Entonces cogían con algo de violencia y Sandoval se quedaba dormido toda la mañana. Se marchaba el insomnio y la paranoia. Ya no le parecía El Coyote, ni David Bowie, a Gallardo. Le entreabría con un dedo el ojo azul, mientras David Sandoval dormía, y Gallardo le arrullaba con melodías de Pet Shop Boys.
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Tres son compañía...

Saúl Louis y Francis Holmmes se habían conocido pocos meses antes de su primer y único trío juntos. En realidad, el primero de todos para Saúl y el tercero para Francis, quien ya conocía un tanto las artes del sexo multitudinario. TRES: ¡Qué mal número para estos dos!

Los caminos del par se habían cruzado gracias a una fechoría premeditada de la infame tripleta euforia del pueblo, compuesta por el quimérico Saúl, el travieso Daniel Gallardo y el lunático Céssair Martínez.

-¡Hola amigos! ¡Necesito ayuda!
-Pa’ las que sea, parcero –dijo Daniel, mofándose del acento paisa de Céssair.
-Voy a conocerme con un man y necesito su opinión… -alargaba la última sílaba.

Se dieron la vuelta, Daniel y Saúl, para evaluar al personaje, ocultos tras un par de helechos, en una banca del centro comercial, mirando hacía el restaurante italiano donde ocurría la cita. Allí, un tipo de camisa blanca, impecable y con ínfulas de seriedad, sonreía entretenido frente a su futura mayor decepción. Francis lucharía, cuerpo a cuerpo, contra el efecto gravitorio que Céssair Martínez ejercería sobre él, meses después, sin sospecharlo durante esa charla.

-Entonces sos médico –comentó con falso interés Céssair.
-En dos años anestesiólogo –agregó el Doctor Holmmes, sumergido en las entrañas de la razón.

Le mencionó, además, que sólo le quedaban unos meses en el pueblo y que una vez acabara el contrato con la clínica regresaría a la capital para iniciar con paso firme su especialidad en anestesiología. Céssair abría y cerraba sus ojotes, lenta y pausadamente, como agonizante de interés, y esbozaba una leve sonrisita que disimulaba arrugas prematuras y ansiedad. Desvió su mirada fija para pretender alarmarse por una llamada perdida en su celular.

-Ya miró el celular. Hay que esperar la señal.
-Y, por todos los demonios, ¿tenemos una señal?
-Telepatía. Yo soy brujo –dijo Saúl sonriendo y tocándose con un dedo la sien. Agudizó la mirada y habló en silencio para sí. Daniel lo observó apretando también los ojos y sonriendo como un chino.

Se pusieron de pie y se fueron rumbo a la mesa donde comían Francis y Céssair. Salieron de entre unas palmeras en la terraza del lugar, envueltos en una humarada causada por Daniel, y sonrieron sincronizados mirando a la pareja. Céssair los saludó desde su lugar, abierto de piernas bajo la mesa y jugando con su celular.

-Hey, ¿qué hacen por acá? –fingió desconocimiento de la situación.
-Venimos de donde Chela –dijeron el nombre a coro- Y estábamos dando una vuelta. ¡Con éste calor! –finalizó la frase Saúl.
-Por eso estamos en sandalias.
-Y camiseta –volvió a agregar Saúl, mirando de reojo al futuro anestesiólogo. Cessair los invitó a sentarse y rompió con la lógica numérica de cita convencional de Francis, de brazos cruzados, expectante de cualquier novedad.

-¿Y ustedes qué hacen? –indagó minutos después de iniciada la conversación.
-Prácticas universitarias. Yo hago trabajo institucional y jefatura de prensa y…
-Yo trabajé en un largo –se anticipó Daniel.
-¿Ah sí? Yo también trabajé en un largometraje –apuntó ciego de arrogancia el médico.
-Sí, pero a ti no te pasó lo que a mi… -remató con arrogancia mayor, Daniel, entre dientes, y abriendo los ojos hacia abajo. Céssair observó el ping-pong entretenido, cada vez más reclinado en su silla y admirando a sus bufones.

-Creo que es hora de irnos a otro lado –propuso.
-Vámonos a Barcelona –dijo Saúl sonriendo.
-Va que va. Barcelona: buen bar –baló Daniel Gallardo, ansiando una nueva mamada en el baño de aquel lugar. Durante el camino lanzó dardos, secundado por algo de sátira Saúlesca, todos devueltos por Francis en forma de flechas encendidas.

-¿Vas a bares?
-Realmente salgo muy poco.
-Ratón de laboratorio –esgrimió Gallardo.
-Sí, un poco. Al menos no rata de callejón.

Le contestó así mismo Francis Holmmes que había estado becado durante toda su carrera y que eso le había dado la oportunidad de tomar cursos alternos vacacionales de psiquiatría, fotografía, crítica literaria, portugués y culinaria que alternaba con sus sesiones de pilates, entrenamiento en el gym y natación. ‘Me quedaba, aún así, tiempo libre’, dijo mirando a Gallardo -ubicado en la parte trasera del carro- y a quien se le acaba el tiempo todos los días.

-Cuando no son mis minutos de celular, es mi noción completa de él. A veces, si me tomo dos tragos a las seis de la tarde, puedo pensar qué es de madrugada –desvarió Daniel Gallardo, en retirada, pasando la batuta a Saúl. Suspiró, entonces, gruñón y extenuado Saúl, como quien acaba de ver a su candidata favorita de Miss Universo quedar de segunda. Inclinó la cabeza un poco y lanzó esta perla el cangrejito:

-¿Eso lo pones en tu perfil de Gaydar, Francis? Porque tengo curiosidad: hay campos para las fijaciones: naturismo, sexo grupal, sado, pero hay gente que arma su hoja de vida y la publica por un polvo. ¿Tú eres de esos?

Se sumieron en silencio los cuatro y luego en risas nerviosas y de arrepentimiento. Saúl vió, alucinó, con un perfecto equilibrio cósmico y sonrió, lleno de franqueza, mirando a Francis. Para entonces, ya habían bajado del automóvil y estaban a la entrada de Barcelona. Atravesaron la puerta, vieron el antro a medio llenar, y se fueron hasta el fondo del único pasillo, donde terminaba el bar y empezaban los baños, y una mesa se divisaba en la oscuridad. Pidieron tragos y brindaron por el encuentro.

-Por las nuevas amistades –alzó su botella Saúl.
-Por las calamidades –auguró Daniel.
-Que se por las casualidades –mintió Céssair.
-Prefiero las causalidades –precisó el Doctor Holmmes, aún ignorante del inicio y desenlace de su romance con Céssair Martínez, ignorante de la psicosis del paisa y de su invalidez emocional, y ostentando su encanto inglés. No estaría entre sus pronósticos, ni entonces ni después, llamar a Saúl, desesperado por la soledad del pueblo, y brindar con él de nuevo, un tarde de los meses posteriores.

-¿Y Daniel?
-Debe estar tirando…
-Qué envidia. Y nosotros aquí. ¿Nunca para?
-¿Y Céssair? –cuestionó Saúl.
-De viaje. Sus negocios, tu sabes, en Medellín.
-Sí. No ha ido mucho desde que sale contigo –concedió.

Miraron hacia abajo los dos, como arrepentidos, encontrando la mirada de Saúl toda la atención de un tipo, al otro lado de la terraza, a quien reconoció de ‘por ahí’.

-A ése tipo lo he visto por ahí. Se llama ‘Fabrizzio’ –puso comillas al aire- y creo que vive cerca de mi casa. Es como simpático.
-¿Y qué?
-¿Qué de qué?
-Vamos y le hablamos. Le invitamos una cerveza y ahí vemos.
-¡Que arrechera tan hijueputa, Francis! –se sorprendió Saúl- Pero, dale, vamos.

Se fue cabalgante Francis y extendió su mano formal a ‘Fabrizzio’, quien sonrió al verlo y ubicar a Saúl, dos pasos atrás, haciendo cara falsa de malo, con las cejas arriba y la boca cerrada, mirando de reojo a su alrededor.

-Que se siente con nosotros –se invadió de desafío.

Francis presumió el temor de ‘Fabrizzio’ ante la actitud detectivesca de Saúl, y se sentó de una en la mesa, flirteando, y sin perder contacto visual con la víctima.

-¿Por qué no vamos a mi casa, ‘Fabrizzio’? –miró el reloj y sonrió. Ya se habían tomado un par de cervezas y Francis deliraba en hipersexualidad nerda desatada por el abandono de Céssair. Era como un pequeño potro atrapado en un corral, resoplando todo el tiempo y con los cascos listos para el primer relincho. Ya en su habitación empezó a lanzar sentencias en plural que asustaron a Saúl.

-Vamos a ver porno.
-This is so High School. Casi como Drew Barrymore en ‘Jamás Besada’. ¿La viste? Regresa al colegio como estudiante, siendo una periodista encubierta, para experimentar su beso jamás dado. Yo nunca vi porno en el colegio –comentó Saúl tratando de tranquilizarse y tranquilizar a ‘Fabrizzio’.
-¿Por qué no nos quitamos las camisas? Hace mucho calor. Abramos un poco las ventanas… -‘Fabrizzio’ obedeció las órdenes del Doctor.
-Me voy a quitar la camiseta, si. La verdad si hace mucho calor y no quiero sudarla. Cogen mal olor después. A mi mamá siempre le cuesta quitárselo –habló como para sí, Saúl, viendo a Francis acercársele y estamparle un beso torpe en los labios, que le hizo pelar los ojos, cubrirse el pecho con la camiseta que lanzó por los aires al instante, mientras ‘Fabrizzio’ se agarraba furiosamente el paquete, entretenido por el porno, en medio de los otros dos. Yacía recostado en la cama de Francis, quien puesto de rodillas a un lado de fingía caricias hacia el otro lado, hacia Saúl. Con decisión se deslizaron rumbo a la entrepierna de ‘Fabrizzio’ y dejaron salir la verga del tipo. No les permitió que la tocaran y empezó a pajearse frenético, ante la sorpresa del dúo desesperación, que no halló otra opción que empezar a hacer lo mismo. Sacaron sus vergas, observando excitados y asqueados al recién conocido, y se tocaron fofamente por unos segundos. Saúl volvió a suspirar, justo antes de sumergirse para darle una mamada a Francis y lamer su único testículo. Ante la imagen, encerrado en mitad de la escena, ‘Fabrizzio’ empezó a soltar gemidos que anunciaban su orgasmo.

-¡No!
-¡No te toques más! –gritó Francis manoteando junto con Saúl.

No se pudieron ver la cara, distraídos por la cantidad de semen regado en la barriga del amante precoz, goteando por sus costillas. Ocultaron sus falos y se pusieron las camisetas para darle la despedida al visitante orgásmico. Se echaron en el piso a conversar.

-¿Cuántos años es que tienes? –sonó interesado el médico.
-23, los cumplí en Julio. Disculpa, ¿por qué tienes una sola?
-Cáncer Testicular. Por eso también me adelgacé mucho.
-¿En serio? Yo soy brujo y nací bajo el signo de Cáncer –sonrió Saúl apuntando con el índice en su cabeza.
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15 Minutos de Cama con... Tina Carbonel


1. Daniel Gallardo: ¿De dónde viene tu nombre?
Tina Carbonel: De una tina, llena de carbones, llameante como el infierno mismo.

2. DG: ¿Crees en Dios, Tina?
TC: Creo en Dios y en la Santa Palabra. La he vivido. Está escrito: 'Todas se comerán con todas' y yo eso lo aplico muy bien todos los días.

3. DG: ¿Cómo es El Diablo?
TC: Se parece mucho a Dios. Tiene barba, sólo que la de él es negra, con olor a azufre, como la de un oso sado. Viste de negro y es DJ, al igual que Dios. Son un dúo dinámico cuando se ponen a pinchar. A El Diablo le gusta dominar y, ahora que lo pienso, de hecho sí es un oso sado.

4. DG: ¿Con quién hiciste pacto para hacerte tan famosa?
TC: Con nadie. Yo sólo me paro en mitad de la pista a bailar y los baño a todos con agua de trapero. No me detengo en toda la noche, por más que sude o me ahogue del calor.

5. DG: ¿Te consideras un sex symbol, Tina?
TC: Me encanta que me hagas esa pregunta. No, no soy un sex symbol, por más muñeca inflable mía que hagan, sólo hay una Tina Carbonel.

6. DG: ¿Y el amor?
TC: Ya no creo en él. Empecé a perder la esperanza al ver que a los más machos les gusta que me los coja.

7. DG: ¿Cuántos años tienes? Tu perdona la pregunta...
TC: Soy muy joven, es lo único que importa. Aunque si fuera vieja no notarían la diferencia: Me pasa la luz pero no los años...

8. DG: Una frase que te describa...
TC: Amalgamada en oro, plata y bronce.

9. DG: ¿De quién te dejarías fotografiar?
TC: De Sandoval, con sus ojos de David Bowie. Lástima que esté en las drogas, porque no sólo me dejaría sino que lo disfrutaría...

10. DG: Ahora eres una diva...
TC: Diva de diván. Loca hasta los huevos. Mira, la que puede, puede y las que no, que aplaudan. Mi contrapregunta: ¿Lo has hecho con una diva?

11. DG: No que yo sepa. Deja que sea yo el que haga las preguntas. ¿Tú lo has hecho?
TC: Sólo conozco a una diva y no lo puedo hacer conmigo misma.

12. DG: ¿Cuál es tu posición favorita?
TC: Con la mano en la cintura y sacando el hombro. Los flashes son mis orgasmos.

13. DG: ¿Novio?
TC: No vio.

14. DG: ¿Es una cuestión política, Tina?
TC: No puedo revelar el nombre de mis amantes pero me trasnocha el hijo del presidente. El punto es que nos parecemos tanto que nos repelemos: a los dos nos gusta estar encerrados en el clóset.

15. DG: ¿Desnuda o Vestida?
TC: Mejor desvestida.
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Kleinerssen

Después del saludo distante se le acercaría para preguntarle que si porqué no lo había llamado. Le había dado su número telefónico hace varias semanas, un sábado, al finalizar el entrenamiento matutino. Ese día intercambiaron miradas sostenidas y alzadas de cejas múltiples que propiciaron una charla en los lockers.

-¿Ya te vas?
-Sí
¿Tan pronto?
-Llevo dos horas en esto – contestó - ¿No te parece suficiente? – La respuesta de Daniel Gallardo silenció cualquier posibilidad de mayor acercamiento que se desvaneció tras lanzar una propuesta:
-Dame tu número y podremos entrenar juntos.

Rápidamente recitó el número de memoria, como un credo, y dijo su nombre en voz alta: Kleiner.
-Kleiner –dijo.
-¿Qué?
-Kleiner. Mejor te lo escribo.
Daniel descubrió que era un nombre salido de Kriptón. No obstante, mayores estudios arrojaron que Kleiner no venía de Kriptón sino de Cartagena (¿o Kartagena?). La pantalla del celular de Gallardo se iluminó con el nombre recién ingresado y no pudo evitar pensar en algún tipo de bebida alemana, una cerveza de tradición nazi: ‘Kleinerssen’, pensó. El semental moreno que deletreaba su nombre alegremente en el móvil de Daniel se quedaría esperando el llamado a entrenar y hoy podría, por fin, preguntar que había pasado.

-¿Por qué no me llamaste? –se atrevió.
-Porque me dio pena.
-¿Pena? ¿De qué?
-Pena de tu pene –remató Gallardo, pensando que las preguntas estúpidas merecen respuestas estúpidas y que era evidente el motivo de su falta de palabra. Le resultaba chistoso e incluso doloroso que Kleiner se llamara así. Con su barba de candado, rodeando sus labios gruesos, sus cejas pobladas de expresión curiosa pero severa, sus manos de gorila, sus brazos de mulato remero con todas las venas expuestas para diseminar. Pero se llamaba Kleiner. El único filtro que se imponía Daniel Gallardo, de forma reciente, era que el nombre de sus amantes no sonara a una invención fonética de los progenitores o que fuera una mala pronunciación o adaptación y escritura de palabras en otros idiomas. Ese día se rascó la cabeza con fuerza Daniel y pensó: ‘Kleiner’. Casi alcanza a saborear la cerveza alemana.
Se miró en uno de los espejos del gimnasio y ahí lo encontró de nuevo: de gorra y sudadera, con sus brazotes, su mirada potente; Kleiner, ‘el nombre que se le pondría al perro’, pensó Daniel. No discriminaba mucho cuando se sentía atraído hacia alguien pero ¿y esto? ‘No puedo siquiera pronunciarlo sin querer embriagarme’. Utilizó entonces esa imagen suya, de borracho, durante toda la sesión de ejercicios, para convencerse de qué había hecho cosas peores, de qué el tipo valía la pena y de que su mente ya había superado límites como el muy mal gusto al vestir, el cristianismo y el acento paisa, caminos mucho más insondables que éste.

-Kleiner… -se quedó callado, por dos segundos, saboreando el nombre- ¿Sales ya? Deberíamos irnos juntos.
Partieron sin rumbo fijo y durante casi toda la caminata Daniel examinó de forma descarada el culo y paquete de Kleiner, ambos revelaciones divinas.
-Vamos a tirar –lanzó su dardo Gallardo.
-¿Qué?
-Lo qué oíste.
-¿Te dio pena llamarme y ahora me dices que nos vayamos a tirar?
-Soy una persona psicótica –se defendió abriendo los ojos- Vamos a tu casa. Me dices que vives por aquí ¿no?

Kleiner guardó silencio. Le excitó el desenvolvimiento de Daniel y accedió luego a invitarlo a su casa. La actitud resuelta de su acompañante le soltó y empezó a sonreir, mostrando sus dientes grandes y blancos, ante cualquier cosa sin sentido que salía de la boca de su acompañante.

-Estás bueno pero no eres bueno.
-Yo soy muy bueno – se sintió ofendido Kleiner- No me conoces.
-Tampoco es que me muera de ganas. ¿De dónde viene tu nombre? ¿Kleiner? –lo miró de lado.
-De ningún lado. Mis papás me lo pusieron.
-¿Tienes segundo nombre? –cruzó los dedos Daniel esperando poder rebautizarlo.
-No.
-Si, ¿para qué? Con ese ya es suficiente.

Lo tomó como un cumplido y soltó la risa. Ya estaban frente a la cama cuando Daniel lo miró y besó, antes de arrepentirse, buscando a toda costa agarrarle el culo con fuerza, comprobar el efecto del ejercicio diario, y someterlo de algún modo. Sólo logró desatar el prímate en Kleiner que lo lanzó a la cama, sujetando sus piernas hacia arriba, le arrancó los shorts y se hundió en los dominios anales de Gallardo. Dos minutos, un millón de lengüetazos y vellos electrificados después Daniel se corría sobre su vientre haciendo un reguero sobre el que parecía leerse ‘Kleinerssen’.

Se limpió, se puso de pie e inició su discurso de despedida con Kleiner.
-Kleiner. Me están esperando –le habló como un amo a su perro.
-Pero… pero yo no me he venido… -se miró mientras decía.
-Me tengo que ir.
-¡Y yo me tengo que venir! –gritó ofuscado Kleiner.
-Mira: existe algo llamado ‘MASTURBACIÓN’, –hizo un gesto pajero en el aire- Kleiner. Deberías intentarlo. A mí me funciona de maravilla.

Kleiner tomó los shorts de Daniel, sudados, los puso entre sus dientes y se negó a soltarlos exigiendo su orgasmo. Daniel se quedó de pie, encorvado, mirando la escena, entre conmovido y aburrido, dando manotazos indiferentes que buscaban recuperar sus calzones.
Me voy – dijo, esta vez con los shorts ya en sus manos- pero no olvides que tienes el culo de un dios, Kleiner- y se saboreó el olor sudoroso que le había quedado alrededor de la boca. ‘Kleiner’, se dijo. Le lanzó un beso y se despidió: ‘Auf Wiederssen, Kleiner’.
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Mi porno Latin Lover

Y ahí estaba él, con su carita de pekinés, con su carita de orto sucio, rojizo en la pantalla del computador. Lo vieron después de que el cineasta lanzara la propuesta:

-¿Quieres ver lo que a todos nos tiene perturbados?
-¡Huy si! Perturbación y masturbación son dos de mis palabras favoritas. Amo la cacofonía.
-Mira esto…

La pantalla del Mac del cineasta se iluminó mostrando los inicios de una peli porno. Producto nacional. Cien por ciento spanish spoken pero lanzada al mercado gringo y europeo hace unos años. ‘Bareback Latinos Cum Show’ era el nombre del film de cuarta categoría grabado en el patio de una casa con piscina en Chinacota. El elenco estaba compuesto por nueve ‘colombianitos’, participantes de escenas poco profilácticas, que causaron verdadera cacofonía en Daniel Gallardo.

-Luque, Duque, Buque, Busque y busque, puro rebusque, ¡las lucas! ¡No puede ser! ¿Es ese Luque?
-¡Siiiiiiiii! – dijo el cineasta apretando los dientes en un gesto rabioso de alegría- ¡Marica, el otro día me mandaron este link y no lo pude creer!

En efecto se trataba de Luque ‘the ultimate popular gay boy in town’, el ‘re-papito del Luque’, el que vino de una comuna de Medellín para masacrarnos a todos a punta de sexo, el modelito de marca de ropa interior barata, el sueño vivo del cineasta. Luque llegó a Bogotá hace diez años luego de combatir contra la pobreza, su pobreza, en alguna comuna de Medellín. Venido a su suerte y despertando a los 20, a la segunda noche ya tenía donde y con quién dormir. Se presentaba como el típico Latin Lover, el gigoló de vereda, el gato de callejón que mordía y arañaba con su banano veneno y sometía a sus víctimas hasta exprimirles lo que alcanzara. Era ese el que se encontraba enredado en la pantalla en un trío de punto-cadeneta-punto en que él era la cadeneta. Como dijo alguna vez el poderoso y omnipotente Vetto Zucconni: ‘Eso era como la pirámide alimenticia, todos se comían con todos’ y de verdad que impresionó, incluso a Gallardo, al borde de su muerte post-coital.

-Es él, marica. Unos años más joven pero es él. La leyenda: Luque.

Sabía Daniel Gallardo que Luque había sido el novio del adinerado Charly Pedrera, quien decía ya conocer la película y de seguro se retorcía de la dicha diciéndole a todo el mundo que él ya sabía, que siempre lo apoyó así y que nunca tuvo necesidad de divulgarlo ¡Mentira! Él, como muchos tantos, tuvo que sostener su quijada y pelar bien los ojos para creer lo que veía. Se alegró sólo un poco, no dijo nada a nadie y dejó que la bola se terminara de regar. Dichoso y sonriente como siempre caminaba con su entourage de pequeños mariquitas mientras respondía cordialmente las preguntas:

-Pero, ¿tu ya sabías?
-Siempre lo supe. Lo que pasa es que siempre lo quise y lo respete mucho –decía frente a las cámaras.

Se enteró Saúl Louis, vía telefónica, cuando luego del encuentro con el cineasta, Daniel lo llamó para brindarle detalle sobre la primicia. Saúl apenas pudo contener las ganas de salir corriendo del auditorio del Hotel Tequendama, inventarse una calamidad familiar o una diarrea y conectarse a Facebook y mirar el Inbox. Daniel se le adelantó y replicó el mensaje a Evan Rincón, ex amante de Charly, quien se encontraba ya viviendo en la costa. Los chismes, vodeviles y minidramas de este tipo conmovían a Daniel Gallardo al punto de subirle la testosterona: luego del polvo con el cineasta salió corriendo a masturbarse a su casa, se dio tres golpes en el pecho y huyó al gimnasio a sudarla toda. No le interesó más el chisme de Luque y se fue a un toque en el centro. Pero la bola de nieve siempre se mantuvo en descenso y, antes de Daniel, fue a dar a oídos de la furibunda nueva víctima de Luque quien no se vio en otra estrategia más social que echarlo a la calle y evitarse cualquier tipo de repercusiones en su imagen. Por su parte, la imagen de Luque se proyectaba ahora aún más, su popularidad rebasaba los límites conocidos y a la noche siguiente de desatado el escándalo ya lo invitaban de nuevo a Chinacota y le ofrecían trabajo en alguno de sus variados campos de desempeño –barman, ‘disc jockey’, modelo de calzoncillos baratos y vividor profesional-.

-Marica, hay que conseguir la película completa. Esto está re-editado –dijo el cineasta con cara de loco. Daniel alzó las manos como en alabanza y luego manoteó para indicar su recién nacido desinterés.
-Luque ha sido cortado y vuelto a pegar en muchas ocasiones y esta es la versión que menos me interesa de él. Me gusta lo que desata y cómo puede prender el ambiente con tan sólo un chasquido.

Y chasqueó los dedos Daniel y apretó los dientes el cineasta para darle un profundo beso. Se quedaron tirando y riendo toda la tarde mientras Luque se corría arrugando su carita de pekinés y se revelaba su nombre artístico en los créditos…
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By Evan Rincón

Al levantarse lo primero que hizo fue ponerse los tacones. Se mantuvo todo el día con ellos, cocinando y ‘mariquiando’ para sus amigos, hasta hacerles doler la barriga. Evan Rincón tenía ese efecto entre su público: un torrente avasallador, incluso asfixiante, que desataba risas y llantos, adoración y rechazo, odio y amor. Evan fue el culpable de provocarle el vómito, vía telefónica, a Francis Holmmes.

-Te deseo un feliz año y de todo, Mary.
-Si, si… -respondió el intoxicado marihuanero inexperto de Holmmes.
-Que la Mujer Maravilla, tres veces santa, y Frida te protejan y de to… -Tuvo que soltar el celular Francis porque sintió cómo se salían sus tripas.
-Está vomitando. Daniel nos dio una marihuana muy fuerte – tomó el mando de la conversación, el primo de Evan, Saúl Louis.
-¿Y en donde está Dani? ¡Pásamelo que lo voy a insultar!

Estaba tirando como los dioses Daniel Gallardo, informó Saúl. Soltó una carcajada de inmediato Evan y le dijo a Saúl que no fuera tan ‘showcera’. Que feliz año y de todo y que dejara a Daniel tranquilo, que era su cumpleaños. Saúl escucho la caída de la llamada mientras le agarraba la cabeza a Francis, aún en invocación de los dioses del vómito.
A sus amigos atendió Evan ese día: hizo margaritas, pasta y trajo un postre que Daniel disfrutó fumando.

-Mis relaciones no funcionan porque no me saben tratar. –dijo, mientras servía los margaritas entaconado.
-¿Y cómo te gusta que te traten? – indagó Francis.
-A mi me gusta que me suban pero también que me suelten y que cuando esté a mitad de caída me recojan y me vuelvan a subir. Y que sea algo permanente.

Los amigos se miraron y no pudieron evitar una larga carcajada que se extendió por horas, mientras Evan bailaba, se tomaba fotos y desfilaba por pasarelas imaginarias de Victoria’s Secret a ritmo de Lady Gaga. Todos quedaban rendidos ante su hilarante e incansable presencia, no sólo sus amigos, sino también sus amantes que hacían fila de espera para turnárselo. Tal fue el caso del sacerdote –cuyo nombre Evan es incapaz de recordar- que se embelesó perdidamente con él cuando tan sólo tenia 17 años. Siempre lo tuvo muy al margen, el adolescente, seduciéndole para obtener regalos ostentosos, invitaciones a los restaurantes más ‘molto costosos’ de las zonas más exclusivas de la ciudad y saliditas casuales los domingos. En una de esas salidas fueron testigos Saúl y Daniel del nivel de manipulación, modo ultra perra, que Evan es capaz de alcanzar.

-¡Estoy mamado de esta mierda!- hablo histérico pero masculino.
-¿Qué pasó, Bebé?- respondió el cura, muy mal vestido de civil ese día.
-Nada. Mi papa no me va a dar para la camisa que quiero para ir al cumpleaños de Jerry. Voy a ir mal vestido, o mejor, no voy a ir y antes de eso mejor me quedo en mi casa todo el fin de semana.
-Pero, Bebé, ¿No nos vemos el domingo?
-Ni antes ni después de misa –sentenció Evan indignado mientras Saúl y Daniel presenciaban atónitos la escena.
-Pues vamos a ir a ver esa camisa. No debe ser muy cara y todo sea por la felicidad de este joven –decidió, entre nervioso y complaciente, el viejo maricón.
-Todo sea por no ir al infierno mal vestido –dijo entre dientes y susurrante Daniel, imitando la voz de Evan.

Salió feliz el joven, mirando casi al techo, embriagado de orgullo y vanidad, del almacén de marca, agarrando fuerte el paquete en que iba contenida su mayor pertenencia: su ego de brazos múltiples. ¡Qué dulces 17! ¡Que Bar Mitz-vah! !Esto era el cielo!

-Me voy para mi casa. Me dio como sueño. Vamos pelaos. Nos vemos… -En su cabeza sonaba un pitico, como el de las películas, que bloqueaba el nombre del cura como si se tratara de alguna obscenidad. El viejo no lo volvió a ver.
Llegado el gran día del cumpleaños de Jerry (16) –mariquita barranquillera de mafia de alto calibre- Evan se empezó a preparar desde temprano: se levantó a la una de la tarde, desayunó una bolsa de Cheese-Tris, se relajo en el Spa (Sauna de Chapinero) y se fumó un porrito casual para ir a tono. La marihuana le dio por llamar a Daniel para decirle que lo acompañara.

-Acompáñame, cuca.
-¿Cucaramacara?
-¡Títere jueeeee!
-No quiero ir a eso. Estoy medio dolido por lo de…
-¿El man de los patacones? ¡Deja el show! Yo mismo te voy a ir a buscar.

A la hora llegó Evan, cargado de paquetes llenos de colonias, talcos y lociones, y de suéteres, camisas y pantalones y de todo, para que Daniel lo acompañara a su fiesta.

-Así tenga que dar mi vida, te voy a sacar de aquí – decía, mientras Daniel veía, admirado y enternecido, la entrada tras bambalinas de una estrella, de una verdadera diva. Le mostró Evan la camisa verde que le había dado el cura y le repitió: "Así me toque dar mi vida".

Evan combinó la camisa con un pantalón y blazer negros. Llevó al antes oscuro y desgarbado Daniel ante su nueva personificación.

-By Evan Rincón - le susurró al oído mientras destapaba sus ojos frente al espejo.

Daniel se sintió ridículo. El pelo encrespado y alborotado no iba con las prendas fashionistas de Evan, destilantes de superficialidad, ni mucho menos con los aires de cinismo que se daba Gallardo.

-El saco era de mi abuela ¿Puedes creerlo? –le diría sonriente.

-Y lo peor es que sí logró sacarme una sonrisa –recordaría Daniel, tres años después, en la noche de martinis, y todos morirían a carcajadas, mientras Evan tomaba, cruzado de piernas, de su trago.
-Sacarte una sonrisa, de tu casa y de todo, cuca.
(Risas)
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Sol, Sal, Salazar. Que salga el sol.

I

Es la historia de Julián Salazar: el personaje más desolado de Bogotá. Ex harlista que a los 28 años sufrió un accidente en su motocicleta, perdiendo el 60 por ciento de su rostro. Iba con una prieta del Pacífico que corrió mejor suerte. Nunca se supo el nombre de la negra pero si que estaba embarazada de Salazar durante el viaje. 22 años. Un hembrota. La estrellada fue por evitar a un camión que trasportaba tubos o cemento. La maniobra arrastró a Salazar y a la negra por el asfalto hasta quedar enterrados por siempre en una zanja. Pasaron 6 horas antes de que los sacaran. Salazar se salva pero queda metido en un hueco aún más putrefacto que al que fue a dar. Su cara se encoge y pierde su ego y su autoestima. Se va a vivir con su madre. Empieza un tratamiento con antidepresivos. Se vuelve alcohólico. Le empiezan a gustar los hombres.

La vida de Salazar se cagó mil veces en su cara después del accidente. Julián se frustró en relaciones homosexuales sin sentido, jugando con dosis de lástima a seducir a sus amantes. Se humilló muchas veces para obtener compañía. Mandó su dignidad al carajo. Su madre, casi octogenaria, lo presenció todo. La vieja se volvió de acero. Salazar montó un negocio tras otro, fracasando en cada empresa. Diseño Industrial, había estudiado. Hizo lámparas de hierro que se oxidaron en su bodega. Pocas se vendieron por caras, ostentosas o en exceso depresivas y oscuras. Irónico para una lámpara. “Una implosión solar”, dijo Daniel Gallardo alguna vez. “No es una nova. Es una implosión solar. Un astro muerto que sueña con ser un hoyo negro”. Hablaba de Salazar: un león en la rueda zodiacal con la personalidad de un gatito magullado y con lombrices, atacado por su propia madre.

“Hoy me has tenido cocinando para el nuevo amiguito que tienes, a quien, realmente, no le veo nada de especial”, dijo la vieja en el almuerzo en que conoció a Daniel Gallardo. Salazar sonreía nervioso pero su madre lo atenazaba con la mirada obligándolo a justificar e incluso celebrar sus apuntes.
Daniel se sentía fascinado con el descubrimiento de tan patéticos personajes. Todo el laboratorio emocional que tenía montado le excitaba al punto de ser capaz de masturbarse frente a Salazar, de verga fofa y muerta, y venirse copiosamente sobre su barriga. Lo hizo muchas veces. El corazón de Salazar se ensanchaba al escuchar al joven veinteañero hablar de conceptos casi incomprensibles para él. Lealtad. Orgullo. Amor. Le intranquilizaba la capacidad de Daniel de perdonar su impotencia, causada por los medicamentos. Tan sólo habían pasado cuatro años desde el accidente y Salazar montaba su segunda empresa. Un restaurante. De patacones. Yummy!
‘Patacones y otras delicias del Pacífico’, como lo llamaba. Patacones con forma de sol muerto. De estrella que implota. Le vendía a mucha gente que, con cada mordisco, se tragaba un pedazo de su alma. Patacones y negras chocoanas, todas amigas de su prieta, que apachurraban el alma de Salazar para ponerla en venta. Negras de cantos embrujados. Negras endemoniadas.

II

Gallardo supo que volvería a ver a Salazar después de haberlo conocido, un domingo de ese año, en un bar. Le acompañaba la futura diva del ghetto: Evan Rincón.

- ‘Cuca, ¿y ese man qué?
- ‘¿Cual? –preguntaba con cinismo.
- ‘El que te dio su tarjeta. Al que le sonreíste cuando entramos. El que nos consiguió estas sillas y el mismo que nos acaba de enviar estas cervezas.

Gallardo se echaba a reír, mirando hacia abajo y sacudiendo la cabeza. Subía la cara y le alzaba las cejas a Evan y de paso a Salazar que lo observaba embelesado desde algún punto.

-¿Vas a hablar con él?
-No. ¿Cómo se te ocurre? –mintió Daniel Gallardo.

El próximo fin de semana se daría cita en el mismo bar con Salazar, quien, nervioso y fulgurado, se cortaría un labio al afeitarse. Pasaría sangrando durante todo el encuentro, mientras Daniel intentaría detener la hemorragia. Se emborracharía avergonzado. Sólo la aplicación de café pararía la ráfaga sanguínea que mojaba la boca y los dientes de Salazar y que le terminaba de desfigurar la cara. Daniel sufriría encantado aquella noche. Se obsesionaría con Salazar. Se le haría indispensable a toda hora. Le daría la energía que necesitaba. Conceptos inusuales: confianza, seguridad. Iría hasta su casa. Hablarían. Recitarían versos improvisados.

A Salazar el mundo se le redujo a una persona: Daniel Gallardo. Cualquier actividad que pretendía hacer, sin expresar algún interés formal, se materializaba a través del joven. Todas las intenciones de Daniel viajaban a hacer de su experimento algo similar a lo que fue, en los tiempos de la Harley Davidson. Decidido. Aventurero. Provocador. Exitoso. Y funcionaba. La presencia de Daniel intimidó a los amantes rémora que arrastraba Salazar y de paso calló los rezos malditos de las negras. El restaurante subió sus ventas y estuvo presente en cada feria o festival que se hacía en la ciudad. Salió el sol para Salazar. Estaba enamorado.

III
- ¡Sois una alimaña!
- Pero, ¿de qué calaña?
- Me envuelves en tu maraña
- ¡Mentiras! Que este gato no araña y sólo daña al que lo daña. Hacedme el favor y dadle de comer antes de que parta para no volver.
- ¿Qué insinúas gato de pared? ¿Ahora tendré que ponerme a tu merced? Te llamaré mejor caprino, uno que será devorado por este fiero felino. Te lo advierto Hijo de Saturno: Soy un león de hábitos nocturnos.
- Este caprino, y no lo dudo, sabe karate, taekwondo y judo. Se come desde latas a pijos, se devora a sus creaciones, incluso a sus propios hijos. ¿Son tus ninfas las que ríen en tu pieza? ¿Son tus hienas que se mofan de tu presa? ¡Diles que en su burla no confío! Diles tu que ruges, león mío.
- No son ninfas esas hienas. Son más bien como demonios. Te darás cuenta que son las morenas, las que escuchas celebrando nuestro encono.
- Si yo mismo me las traje y me las llevo. Yo puse en tu camino a esas negras. Desde antes de tu ver a éste efebo ya el miraba en la sábana tus miserias.
- Las planeabas, además
- No me pidas decir más. Me voy
- No hoy.
- ¡Parecemos Pimpinella!
- O a mi madre Stella
- Hijo de una estrella
- Hijo de la luna
- Una estrella implotada. ¡Un satélite!
- ¡Se ha echado la fortuna!
- La vieja
- La cangreja
- De élite
- Adiós
- ¡Por Dios!
- ¡Por Cronos!
- Ese no es mi harem
- Yo lo sé
- ¡Mándame a matar!
- Tu azar es la sal, Salazar
- Sal, Sol
- Yo canto en Do-Re-Mi-Fa-Sol
- Y tu mi Gallardo. Yo tu gato pardo
- Una vil alimaña. Zorro viejo no pierde la maña
- Mi alimaña
- “Pero al león le gusta ser espectador y actor de su propio teatro, y la luna, cómplice, será la musa de los cuentos y de las fábulas para dormir. El peligro está en que la luna, demasiado halagadora, haga creer al león el más bello en Psique. Al león no le gusta lo tibio y la cabra aprecia la montaña fría. Es esta la comunión de la chanza con
lo serio”.
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Eroticrisis

Estoy viviendo un estancamiento erótico. No me pasaba desde que Mayito Pájaro encontró mis bocetos de orgías, todos a lápiz, con los cuales me masturbaba sin cesar, día y noche, a mis 12 años. Encontrarse en esta zanja; siendo el mozo de turno de gente comprometida, frecuentando adolescentes insulsos y masturbándome en teatrillos porno del centro, me hace reflexionar sobre lo difícil que es optar por otras recreaciones cuando el sexo es la actividad numero dos en mi top de pasatiempos, ubicándose por debajo de leer y escribir y por encima de blasfemar.

Cuando mi madre encontró los dibujos de los fabulosos aquelarres eróticos, en los que se recreaban placeres amatorios de toda índole, no musitó mayor regaño y, con la impasibilidad que la caracterizaba, simplemente me dijo que lo que hacía estaba mal. Quemé una por una mis creaciones y fundí la ceniza que quedó con agua yendo a dar todo al pozo séptico del patio de mi casa y de mis memorias. Me descubrí morboso, pervertido y endemoniado y me aparté de los caminos de la lujuria secreta para entregarme a la meditación, el Tai Chi y el Reiki de la mano de una secta Gnóstica. Ahí se veía de todo: los filósofos griegos hacían fila para comulgar mientras leían pasajes de la Biblia que describían a Vishnú bajando del cielo acompañado por Jesús con corte hare krishna y una carta astral en el sobaco. Esta revoltura espiritual no sólo me ayudó a abrir mi mente en cuestiones de creencias sino también a reprimir mi lado más salvaje, condenando mi ya augurado destino hedonista. Se trataba, básicamente, de hacerle el quite a la masturbación. Gran parte de la filosofía de la empresa Gnóstica se basaba en ignorar el instinto sexual y celebrar ‘el acto’ sólo en momentos de fecundidad, basados en los ciclos lunares, las mareas y la escala armónica de ‘Tiempo de Vals’ de Chayanne. Lo único que tenía a la mano, en ese entonces, era mi mano. Mis primeras experiencias sexuales asesoradas vendrían después, acompañadas del cigarrillo y las mini-tk’s. Y a pesar de ser sólo un pajuzo más la religión me jodió. De manera múltiple. Gangbang. Rama Lama Bang Bang. Una cogida bestial. Por detrás. Me infectó.

Me tragué en conjunto toda la mierda que predicaban la pluri-creencia gnóstica y me hice budista, brahmánico, islámico, católico, adorador de Elvis Presley y ufólogo, al tiempo. Me di golpes de pecho por mi admiración al desnudo –en todas sus presentaciones- y dejé de escupir espermatozoides sobre mi vientre.
Hoy desearía que mi mente tuviera la misma flexibilidad de los catorce –y también que mi cuerpo fuese así de flexible pero eso es pura autofelación- para entregarme con mayor libertad a novedosas pasiones y quemar en la hoguera a los prejuicios. Por el contrario, me encuentro en paisajes conocidos: sexo grupal, un poco de sadomaso, exhibicionismo y relaciones con discapacitados. Y ni hablar de la cuota emocional que me acerca a ser el amante de un cineasta, el levante de fin de semana de un impúber y el buen samaritano de un junkie party boy con los ojos de David Bowie.

Y toda la culpa la tiene la religión. Si no nos llenaran la cabeza con tanta mierda y tanta doble moral, podríamos, los que quisiéramos, explorar los caminos insondables de los que hablan las escrituras. Los gnósticos, sobre todo, que me hicieron tatuarme el OM en la espalda, cuando yo lo que quería era masturbaciOM, penetraciOM, perversiOM y todos los demás bellos mantras que entono en las mañanas haciendo gárgaras. OM NAMAH SHIVAH. Principio y fin de todo. OM. Lo llevo en la espalda, ahora, para que me recuerde a todos los espermatozoides que murieron cautivos en mis testículos sin poder ver la luz. Mis pequeños abortos. Mis súcubos.

Principio y fin de todo. Volvió la crisis. Se irá la crisis. Los desempleados conseguirán trabajo. Los desahuciados sexuales volveremos a tirar. Un negro pedófilo irá al cielo y otro pasará a gobernar en los infiernos. El equilibrio se reestablecerá. Los ochenta volverán con los pantalones bombachos de MC Hammer. Yo volveré, como un fénix fálico, a surcar encendido los cielos y nirvanas más perversos.
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